La Atalaya budista de Las Alpujarras
Granada cuenta con un importante centro de retiro tibetano en Espana
Fran?ois Camus, el constructor franc¨¦s que ha seguido paso a paso la fascinadora historia del primer buda reencarnado en Espa?a, nos sube en su viejo coche a 1.600 metros de altura a lo alto de Las Alpujarras, donde se halla La Atalaya, el peque?o santuario budista tibetano desde donde, en una ma?ana de sol casi primaveral, con la sierra cuajada de nieve reci¨¦n ca¨ªda, se puede ver un jir¨®n de mar.Los 12 kil¨®metros de camino para subir desde la carretera de Las Alpujarras a La Atalaya parecen una escalada. El sereno Fran?ois sonr¨ªe al encontrarse atrapado por 200 ovejas guiadas por un pastor. Aprovecha para comentar c¨®mo en la sociedad opulenta occidental se ven "tantas caras tristes, insatisfechas, aterrorizadas por la muerte". Y cuenta que su madre hab¨ªa fallecido de c¨¢ncer, serena, sin permitir que la destrozasen in¨²tilmente en un quir¨®fano, "rodeada de los que la quer¨ªamos y que sabemos que morir no es m¨¢s doloroso que nacer".
A la puerta de la min¨²scula residencia budista tibetana, donde una habitaci¨®n espartana est¨¢ reservada para el Dala? Lama, y donde, tras d¨ªas enteros de meditaci¨®n, se decidi¨® la reencamaci¨®n del peque?o buda Osel, apareci¨® como una estatua india Ingeborg, la monja budista noruega, licenciada en Filosof¨ªa y Letras. Ella s¨ª parece una reencarnaci¨®n de alguna diosa hind¨². Corren a sus pies cuatro viv¨ªsimos perros con ganas de jugar.
Da la impresi¨®n de vivir fuera del tiempo y del espacio, envuelta en una capa granate. Nos ofrece un t¨¦ de mil aromas. Anda con ritmo sosegado, como movida por un esp¨ªritu que no ha conocido la prisa y que deja pat¨¦ticamente rid¨ªculo nuestro agitarse sin sentido. De ella ha dicho Nacho Cano, del grupo Mecano: "He conocido mucha gente especial en diversos monasterios en la India, pero ninguna como Ingeborg. Es una persona realizada que te transmite un no se qu¨¦ de aut¨¦ntico que te contagia".
La monja budista explica: "Yo era muy cuadrada, como todos los noruegos, pero un d¨ªa me di cuenta de que Occidente hab¨ªa perdido algo muy importante: el autoconocimiento. Yo viv¨ªa, como todos a mi alrededor, volcada, en el exterior, sin tiempo y con miedo de encontrarme conmigo misma". Se coloca la capa sobre la cabeza. Su rostro se recorta en aquel espacio imponente que le recuerdan las monta?as del Himalaya. En ¨¦l brillan una sonrisa amasada de infinitos silencios y miles de horas de concentraci¨®n.
"Recuerdo que cuando era peque?a", sigue diciendo, "miraba a los mayores y ve¨ªa que todos hac¨ªan lo mismo: crecer, estudiar, casarse trabajar, tener hijos. Y pensaba, que en la vida ten¨ªa que haber algo m¨¢s y distinto. Conoc¨ª el budismo, me fui a la India. Viajando llegu¨¦ a Nepal y all¨ª me encontr¨¦ con los lamas, que se hicieron mis maestros. Acab¨¦ monja budista. Antes era muy ego¨ªsta, ahora lo soy menos y me siento m¨¢s feliz".
Y si el ni?o que aqu¨ª ustedes han decidido que es un buda reencarnado, que hoy est¨¢ en T¨ªbet, un d¨ªa dijera que nana? y se, marchase, ?vacilar¨ªa su fe? Ingeborg me mira, esta vez con cierta sorna disimulada: "Lo que me gusta de Osel es que tiene una enorme personalidad. As¨ª ser¨¢ dificil hacerle un lavado de cerebro. Decidir¨¢ ¨¦l su vida". Y a?ade con imperturbable inocencia: "Si se queda ser¨¢ bonito. Si no, tampoco pasa nada. Aqu¨ª nadie impone nada a nadie". Y sin impon¨¦rnoslo, pero con esa autoridad que respiran los que han tocado otros umbrales que no son los nuestros, nos empuja dulcemente a este periodista y al fot¨®grafo, Juan Ferreras, a dar cuatro vueltas al ruedo del peque?o santuario o estupa. El aire casi hace da?o de puro limpio. S¨®lo de las chimeneas de las 10 min¨²sculas casitas diseminadas alrededor del santuario, donde quien lo desee puede refugiarse en soledad, aparecen las primeras hebras de humo del fuego que prepara los frugales almuerzos.
Moksananda, en Valencia
Moksananda era un jovenc¨ªsimo economista londinense (Michael Perkin) cuando, tras dos a?os de militancia en la Iglesia protestante de Inglaterra, insatisfecho buscaba "algo que me llenara m¨¢s". Desembarc¨® en el budismo y all¨ª se qued¨®. Desde hace dos a?os vive en Valencia, donde ense?a ingl¨¦s en el British Institute y es el responsable en Espa?a del grupo Amigos de la Orden de Budistas Occidentales (AOBO), el movimiento fundado hace 30 a?os en el Reino Unido por el maestro budista Sanghar¨¢kshita. Intenta conciliar las e5encias del budismo con la mentalidad y cultura occidentales."Nosotros", dice Moksananda, "vestimos como los occidentales 3, hacemos una vida normal. No nos sentimos ni tibetanos ni japoneses, sino simplemente budistas. A m¨ª me convenci¨® el budismo por su sentido pr¨¢ctico de las cosas, por su enorme tolerancia, por su ausencia de dogmas y castigos, por su serena espiritualidad".
Cerca de Alicante, estos budistas un poco at¨ªpicos que van a entrar tambi¨¦n en la Federaci¨®n de Budistas Espa?oles, tienen un centro donde llegan del Reino Unido, Estados Unidos, Alemania, Finlandia, Suecia, Australia, Nueva Zelanda, Venezuela y M¨¦xico para recibir la alternativa tras hacer all¨ª los ¨²ltimos cuatro meses de absoluto retiro, bajo la gu¨ªa de maestros expertos, antes de dedicarse para siempre a las ense?anzas de Buda.
"Nuestro lema", dice Moksananda, "es que un budismo que intentase prescindir de 3.000 a?os de cultura art¨ªstica, filos¨®fica y literaria de Occidente no tendr¨ªa sentido. El budismo debe encontrar su expresi¨®n mejor dentro de la cultura en que vive". A su centro llega gente de todo tipo, m¨¢s mujeres que hombres, generalmente progresistas. "Muchos de mis alumnos", dice, "me preguntan por qu¨¦ me llamo Moksananda. Saben as¨ª que soy budista y desean conocernos. Muchos empiezan a practicar la meditaci¨®n con nosotros."
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