Lope, otra vez nuestro vecino
La Casa de Lope de Vega vuelve a abrir sus puertas. Nuevamente podremos airear un rato de nuestra azacaneada vida por la penumbra de las habitaciones, nos ser¨¢ hacedero reconocer la gracia de una loza antigua, las im¨¢genes ret¨®ricamente disciplinadas del oratorio, o¨ªr el compacto silencio del estrado femenino... La restauraci¨®n de la casa, hecha en los a?os 19331935 por Pedro Muguruza, fue todo un ¨¦xito y, sobre todo, un prodigio de amor, de empe?osa rebusca de elementos antiguos (que aparecieron m¨¢s de los que se esperaba, dado el volumen de las reformas sufridas por el edificio a lo largo de dos siglos y medio) y, hoy, nuevamente terminada "otra restauraci¨®n" (de la mano de Emma Ojea-Levin), el esp¨ªritu lopesco resurge por los rincones y pasillos hogare?os que tanto quiso el poeta, por los caminos del jard¨ªn que ocupaba sus cotidianos desvelos.La Casa ha sido siempre lugar de peregrinaci¨®n de personas conocedoras de la vida y obra del poeta. Hab¨ªa un estrecho correlato entre sus dimensiones y el escaso p¨²blico que se dejaba caer por all¨ª. Pero los tiempos han trocado esa realidad: colocada la vieja vivienda en la lista de lugares visitables en la ciudad, sufre, en consecuencia, la avalancha de turistas con frecuencia anodinos, o de gentes de vacaciones, que llenan sus vac¨ªos subiendo y bajando la escalera venerable. Am¨¦n de la forzada, reidora y no siempre respetuosa invasi¨®n de grupos de colegiales, estudiantes de todos los ciclos (excluyo, claro es, al interesado, que tambi¨¦n hay alguno) a los que la visita sin m¨¢s, a pesar de explicaciones m¨¢s o menos certeras, decepciona. Se impon¨ªa la redacci¨®n de, una gu¨ªa que iluminara, justa y al hilo de la visitado exhibido en la Casa y su relaci¨®n con el escritor, el hombre de carne y hueso que fue, d¨ªa a d¨ªa, decorando, amorosamente, el nido de sus afanes. Esto se acaba de conseguir: disponemos de una gu¨ªa-cat¨¢logo, escrita con tacto exquisito por don Juan Manuel Gonz¨¢lez Martel, conservador de la Casa-Museo. Una introducci¨®n de Rosal¨ªa Dom¨ªnguez nos refresca, de paso, la memoria de la peripecia vital de Lope de Vega.
No es, como era de esperar, el primer intento. Ya en 1935, con motivo de la inauguraci¨®n acad¨¦mica del Museo, el Fichero de Arte Antiguo, del desaparecido Centro de Estudios Hist¨®ricos, public¨® un volumen, La Casa de Lope de Vega, con trabajos de varios autores (Men¨¦ndez Pidal, S¨¢nchez Cant¨®n, Cavestany), en los que se encontraban noticias suficientes para el especialista interesado en la visita. En 1962, la Real Academia Espa?ola (que siempre ha cuidado la Casa con excepcional esmero, a trav¨¦s de una. Comisi¨®n dedicada a ello), ya desaparecido el tomito de 1935, public¨® uno m¨¢s, de igual t¨ªtulo que el anterior, en el que se registraban, se a?ad¨ªan o se suprim¨ªan varios datos, consecuencia del paso de los a?os: alteraciones provocadas por la guerra civil; ampliaci¨®n del museo bajo cubiertas y su adecuada ornamentaci¨®n; retirada de varios dep¨®sitos ajenos, etc¨¦tera. Como no suele darse la feliz conjunci¨®n de poseer los dos tomitos, la gu¨ªa recordatorio de 1962 es mero instrumento para lopistas. A llenar la exigencia colectiva viene la actual gu¨ªa-cat¨¢logo, presentada al p¨²blico en el umbral de este 1994.
Ya la Comunidad Aut¨®noma madrile?a hab¨ªa visto la necesidad de ayudar al visitante y encarg¨® a la Academia, en los tratos habidos para establecer la colaboraci¨®n que generosamente ha prestado, la redacci¨®n de una gu¨ªa. Quiz¨¢ se pens¨®, en un principio, en un folleto, o un tr¨ªptico como los acostumbrados en lugares tur¨ªsticos o monumentales. (Tambi¨¦n hubo uno as¨ª, el a?o 35, editado por el Patronato Nacional de Turismo). Pero la desbordante personalidad de Lope de Vega y el papel de primer¨ªsimo orden que la Casa encierra para el conocimiento de la vida madrile?a en ¨¦l siglo XVII, no cab¨ªan en una soluci¨®n tan simplista. La Academia encarg¨® al se?or Gonz¨¢lez Martel la elaboraci¨®n de esta Gu¨ªa-Cat¨¢logo, que envuelve los objetos inertes en c¨¢lido palpitar. No en vano lleva ya varios a?os a cargo del Museo. Gonz¨¢lez Martel ha sabido vestir los elementos expuestos, muebles, cuadros, piezas decorativas, con el aliento de su due?o. El susurro de los pasos lopescos, yendo y viniendo por las habitaciones, el crujir de la sotana al subir la escalera, la soledad de los ¨²ltimos a?os, el silencio con que se sobrelleva la enfermedad atroz de Marta de Nevares, la pasajera c¨®lera ante el rechazo de sus comedias (otros espectadores, otro teatro), la desenga?ada pena por la conducta de los hijos d¨ªscolos, tantas y tantas vivencias tumultuosamente puestas en pie en la memoria una vez cruzado el portal, no nos dejan -nunca- el menor regusto amargo. Al contrario: nos damos cuenta clara de que la gran obra del extraordinario dramaturgo y l¨ªrico fue su propia vida, el haber reducido tan ancha experiencia a esos extremos de penitencia y congoja que le asaltaban y a la asombrada maravilla solitaria de mirar el despacioso crecer de su huerto. El cipr¨¦s que tira hacia arriba; la parra, que tantas resonancias cl¨¢sicas despertaba en los humanistas y poetas que iban a visitarle, a comprobar que realmente viv¨ªa el monstruo torrencial; la frescura honda del pozo... Y el caprichoso naranjo que -?ay, el gris del Guadarrama ... !- se le helaba todos los inviernos. Por todas partes nos asedia una creciente marea de sosiego. Hay que agradecer a la Comunidad madrile?a su cooperaci¨®n para devolver esta isla de silencio al estrepitoso Madrid, y al se?or Gonz¨¢lez Martel su fervorosa entrega a la Casa. Nuestro gran poeta es, otra vez, nuestro vecino.
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