El pene o la vida
En un libro de ensayos reci¨¦n publicado, El caim¨¢n ante el espejo (Miami, Florida, Ediciones Universal, 1993), Uva de Arag¨®n Clavijo propone una pol¨¦mica tesis: la violencia pol¨ªtica que ha ensangrentado la historia de Am¨¦rica Latina, y la de Cuba en especial, ser¨ªa expresi¨®n y consecuencia del machismo, de la "cultura homoc¨¦ntrica" de profundas ra¨ªces en todo el Continente."El militarismo y el caudillismo, males end¨¦micos de nuestra Am¨¦rica, dice, tienen, a nuestro, ver, su origen en el culto a la virilidad". Y en otra p¨¢gina de su inquietante formulaci¨®n, sintetiza las tres d¨¦cadas y media de revoluci¨®n castrista con esta alegor¨ªa que los censores de pel¨ªculas de mi juventud hubieran calificado de impropia para se?oritas: "Un solo hombre penetr¨® a un pueblo hembra que se abri¨® de piernas al recibirlo. Pasado el primer orgasmo de placer, de nada han servido genuinos forcejeos en busca de la liberaci¨®n. El peso bruto de la fuerza masculina a¨²n cautiva a unos, asesina a otros y controla a la mayor¨ªa".
La noche de la presentaci¨®n del libro, en la Universidad Internacional de Florida, a la que asist¨ª, Carlos Alberto Montaner, el presentador, con el humor y la contundencia que le son habituales , concluy¨® que la receta de Uva para que reinen la paz y la tolerancia en nuestros pueblos es que la cultura de Hispanoam¨¦rica "sea capada". El mismo me asegur¨®" despu¨¦s, que, desde el podio en que se hallaba, pudo advertir en ese segundo un respingo en el auditorio y que, todos a una, los caballeros presentes apret¨¢bamos las rodillas.
Infundado temor, trat¨¢ndose de Uva de Arag¨®n Clavijo, benigna amiga a la que s¨¦ incapaz de perpetrar semejante cirug¨ªa ni siquiera con un gallo o un conejo. Sus extremismos no desbordan jam¨¢s lo intelectual. En pol¨ªtica, ella es una moderada dentro del exilio cubano, militante de la Plataforma Democr¨¢tica, que propone un di¨¢logo con el r¨¦gimen a fin de conseguir una transici¨®n pac¨ªfica de la isla hacia la democracia. Y, por lo dem¨¢s, el resto de los ensayos de El caim¨¢n ante el espejo chisporrotea de exhortaciones para que desaparezcan los odios canitas y los cubanos de afuera y de adentro puedan por fin coexistir y colaborar.
Pero, mientras bajo el ¨ªgneo sol de la Florida, a mediados del a?o pasado, Uva elaboraba sus alegatos te¨®ricos contra lo que algunas feministas han bautizado la falocracia, otra 'hisp¨¢nica de Estados Unidos -as¨ª son denominados aqu¨ª todos los latinoamericanos-, una joven ecuatoriana educada en Venezuela, Lorena Gallo, proced¨ªa, sin met¨¢foras de ninguna especie y de la manera m¨¢s cruda, a decapitar sexualmente a su marido, un exinfante de Marina, ex-ch¨®fer de taxi, ex-obrero de construcci¨®n y, actual mat¨®n y vigilante de bar bautizado con un nombre que parece un programa de vida: John Wayne Bobbit.
La historia ha dado la vuelta al mundo y, aqu¨ª, en las ¨²ltimas semanas, no se ha hablado de otra cosa, en los diarios, en las radios, en la televisi¨®n y en todas partes, como si un fantasma m¨¢s terror¨ªfico a¨²n que el del c¨¦lebre Manifiesto recorriera de cabo a rabo esta sociedad: el complejo de castraci¨®n. (Me refiero al fantasma del Manifiesto de Carlos Marx, claro est¨¢, no al de Valerie Solanas, autora, hace tres d¨¦cadas, como recordar¨¢n algunos, de un Ma?ifiest for cutting up men -Manifiesto para castrar a los hombres-, al que la actualidad ha resucitado y puesto de moda, y quien, a mediados de los sesenta, en Nueva York, descerraj¨® tres tiros al pintor Andy Warhol, no por los espantosos cuadros que perpetraba sino por el delito gen¨¦rico de ser var¨®n).
Resumo los hechos, con la objetividad de que soy capaz y que mis fuentes period¨ªsticas permiten. En la madrugada del 23 de junio del a?o pasado, en una localidad de Virginia, John Wayne Bobbit regres¨® a su casa, borracho, y forz¨® a su mujer a hacer el amor. Casados desde hac¨ªa cuatro a?os, la pareja se llevaba bastante mal, hab¨ªan tenido separaciones y reconciliaciones y numerosos testigos aseguran que el marido maltrataba con frecuencia a su mujer, manicurista, en un sal¨®n de belleza. Su jefa y sus compa?eras vieron en la cara y el cuerpo de Lorena, varias veces, huellas de esas violencias conyugales.
M¨¢s dif¨ªciles de probar, por falta de testigos, son las continuas violaciones que, seg¨²n la 'hisp¨¢nica', comet¨ªa con ella el ex-infante de Marina, y que ¨¦l, por supuesto, niega, acusando a, la vez, a su mujer de malhumorada y ninf¨®mana. En todo cas¨®, en la noche fat¨ªdica del 23 de junio, luego del acto sexual, el rudo John Wayne Bobbit cay¨® dormido. Humillada y dolorida, Lorena permaneci¨® un buen rato en vela y luego se levant¨® a tomar un vaso de agua. En la cocina, divis¨® un cuchillo dom¨¦stico, de 12 pulgadas de largo y mango rojo, que empu?¨® en un estado de turbaci¨®n casi hipn¨®tico. Regres¨® al dormitorio, levant¨® las s¨¢banas y, de un diestro tajo carnicero, desembaraz¨® a su esposo del santo y se?a de su virilidad. Luego, huy¨®.
Mientras el mat¨®n de bar ten¨ªa aquel desconsiderado y sangriento despertar, Lorena hu¨ªa, por las desiertas calles oscuras de Manassas, al volante del coche matrimonial. A una milla y media de su casa, descubri¨® que aun tenia, en una mano, el arma y, en la otra, el cuerpo del delito. Fren¨® y arroj¨® por la ventanilla del autom¨®vil, a unas zarzas, el cuchillo de cocina y lo que hab¨ªa sido el pene de John Wayne Bobbit. Ambos fueron rescatados, por la polic¨ªa, unas horas m¨¢s tarde, y, el segundo de ellos, reinstalado en el cuerpo del esposo de Lorena por los cirujanos, en una operaci¨®n de nueve horas que, al parecer, ha constituido una verdadera proeza de la ciencia m¨¦dica. Seg¨²n todos los testimonios, y, en particular, el del propio interesado -yo mismo se lo he o¨ªdo afirmarlo, por televisi¨®n-, el m¨¢s fotografiado, mentado y publicitado pene de la historia de Estados Unidos comienza de nuevo a funcionar, aunque todav¨ªa d¨¦bilmente, y, me imagino, sin permitirse los desafueros de anta?o.
Pero todo esto son minucias desde?ables, casi prescindibles, comparado con su corolario, El verdadero espect¨¢culo vino despu¨¦s. En un primer momento, cuando el hecho acababa de saltar al primer plano de los medios, pareci¨® que el h¨¦roe de la historia ser¨ªa John Wayne Bobbit, por nativo de viejo cu?o, adem¨¢s de decapitado y remendado, y, la mala, Lorena Gallo, por victimaria y, adem¨¢s, por inmigrante recient¨ªsima e 'hisp¨¢nica'. As¨ª parec¨ªa indicarlo el que el Tribunal de Manassas absolviera a John del supuesto delito de violaci¨®n la noche del 23 de junio y su ¨¦xitosa presentaci¨®n en el popular programa de Howard Stern, cuyos oyentes ofrecieron donativos por m¨¢s de doscientos mil d¨®lares para los gastos de defensa.
Pero entonces vino la movilizaci¨®n y el formidable contraataque de los movimientos feministas, que en pocas semanas dieron una vuelta de tuerca total a la situaci¨®n y convirtieron a Lorena Gallo en una Juana de Arco de la lucha por la emancipaci¨®n de la mujer y la defensa de sus derechos pisoteados, desde la m¨¢s remota prehistoria, por la injusta sociedad patriarcal, y a John Wayne Bobbit, en encarnaci¨®n maligna y bien castigada de esta ¨²ltima, en hechura y prototipo de la abusiva bestia fal¨®crata que desde los albores de la civilizaci¨®n discrimina, veja, anula y sodomiza -fisica, moral, psicol¨®gica y culturalmente- a la mujer, impidi¨¦ndole realizarse y asumir de manera cabal su humanidad.
La psiquiatr¨ªa fue la punta de lanza de la arremetida, en la sala del Tribunal que juzgaba a Lorena Bobbit. Una de las tres facultativas convocadas por la defensa explic¨®, en la m¨¢s celebrada de las exposiciones t¨¦cnicas que el jurado escuch¨®, que el admin¨ªculo que Lorena cort¨® no era en absoluto lo que parec¨ªa, es decir, una protuberancia cil¨ªndrica hecha de carne, venas y restos de esperma. ?Qu¨¦ era, entonces? Un coeficiente abstracto, una estructura simb¨®lica, un icono emblem¨¢tico del horror dom¨¦stico, de la sujeci¨®n servil, de las palizas que Lorena recibi¨®, de los insultos que martirizaron sus o¨ªdos, de los innobles jadeos que se abat¨ªan sobre ella en las noches alcoh¨®licas de su marido. Con impecable sentido del efecto teatral, concluy¨®: "Para Lorena
Pasa a la p¨¢gina siguiente
Viene de la p¨¢gina anterior
Bobbit, la disyuntiva era simple: el pene o la vida. ?Y qu¨¦ es m¨¢s importante? ?El pene de un hombre o la vida de una mujer?.
Paralelamente a esta ofensiva intelectual y cient¨ªfica, en la calle se multiplicaban las militantes. A los movimientos feministas hab¨ªan venido a sumarse, en defensa de Lorena Bobbit, m¨²ltiples organismos representativos de las comunidades 'hisp¨¢nicas' de Estados Unidos, quienes proclamaban que lo que de veras estaba en juego ante el Tribunal de Manassas no era un supuesto delito sexual, sino ¨¦tnico y cultural, un caso t¨ªpico de abuso y discriminaci¨®n del desvalido inmigrante latinoamericano por el anglosaj¨®n prepotente, racista y explotador. ?Legitimar¨ªa el tribunal, con una condena a la simb¨®lica Lorena, la miserable condici¨®n de orfandad y maltrato de los ciudadanos de origen 'hisp¨¢nico' en los Estados Unidos? Y, desde el Ecuador, una contagiada muchedumbre femenina amenaz¨® con "castrar a cien gringos" si Lorena era enviada a cumplir un solo d¨ªa de c¨¢rcel.
En uno de sus l¨²cidos ensayos, Matando un elefante, Orwell cuenta c¨®mo, en sus d¨ªas de polic¨ªa del imperio brit¨¢nico, en Birmania, debi¨® matar de un escopetazo a un pobre paquidermo que se hab¨ªa desbocado por las calles de la ciudad, porque la presi¨®n que ejerc¨ªa sobre ¨¦l la muchedumbre que lo rodeaba no le permiti¨® hacer otra cosa. Esa debe haber sido la situaci¨®n psicol¨®gica de los pobres jura dos -siete mujeres y cinco hombres- del Tribunal de Maissas sobre los que recay¨® la responsabilidad de juzgar'a la mirada Lorena Gallo, a quien, naturalmente,, absolvien, proclamando que su ac¨®n fue dictada por fuerzas racionales irresistibles. No go que, juzgando con imparialidad, hubieran debido conenarla. Digo que, en las condiiones de verdadera histeria naional -y, acaso, internacioal- en que debieron ejercitar u funci¨®n de jueces, no era poible imparcialidad ni lucidez ni caso un m¨ªnimo de racionafiad de su parte. El juicio no lo e; fue una representaci¨®n po¨ªtica, en la que actuaron casi odas las tremendas fuerzas ontradictorias y adversarias ue tienen en estado de crisis ermanente a la sociedad nortemericana de nuestros d¨ªas. ?Es to un s¨ªntoma de salud, de onstante renovaci¨®n, o de narquia y decadencia? Hasta hace poco yo cre¨ªa que de lo primero; ahora, con Saul Bellow, pienso que podr¨ªa ser tal vez de lo segundo.
Y lo pienso por el deprimente colof¨®n de esta historia, que, por encima de lo que hay en ella de pintoresco y de grotesco, deja advertir algo alarmante sobre lo que podr¨ªamos llamar el estado de la cultura en este pa¨ªs. ?A qu¨¦ me reriero? A que tanto John Wayne Bobbit como Lorena Gallo parecen haber asegurado su futuro, gracias a los luctuosos acontecimientos que protagonizaron. Leo esta ma?ana en The New York Timeff que, en conferencias de prensa simult¨¢neas, los agentes de publicidad de ambos esposos han hecho saber que,John ha recibido varias ofertas cinematogr¨¢ficas y tele-visivas, que est¨¢ por el momento ponderando; tambi¨¦n, contratos de radio y editoriales y que tiene ya planificada una suculenta serie de aparicionesen la peque?a pantalla a lo largo del a?o. En cuanto a Lorena, hasta ahora su agente ha registrado 105 ofertas audiovisuales pagadas, adem¨¢s de tres propuestas de Hollywood para vender su historia al cine. Y varios editores le han hecho llegar apetecibles contratos para que escriba su autobiograf¨ªa.
No quiero sacar ninguna conclusi¨®n porque todas saltan a los ojos y queman. Yo me limitar¨¦ a seguir dando mis clases, dos veces por semana, bajo el hielo y la nieve de Washington, mirando al techo para que ninguna de mis alumnas me acuse de 'acoso visual', y forrado de gruesos calzones impermeables, para el fr¨ªo y por si acaso.
Copy right
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.