?Cuidado, Europa!
El ¨¦xito electoral de VIad¨ªmir Zhirinovski deber¨ªa haber dejado las cosas claras como el agua a aquellos que a¨²n necesitaran convencerse. La crisis de identidad que afecta a gran parte de Europa, y especialmente el nacionalismo activo que se ha hecho con grandes zonas de Europa oriental, constituyen una amenaza a la estabilidad de este continente.Y, sin embargo, los dirigentes de la Uni¨®n Europea y de la OTAN -con alguna excepci¨®n digna de elogio- siguen comport¨¢ndose como si estos conflictos fueran temas perif¨¦ricos que acabar¨¢n por estabilizarse y con los que simplemente hay que tener paciencia.
Existe, por ejemplo, una idea que, insidiosa y lentamente, se va deslizando por las oficinas diplom¨¢ticas de Europa y Estados Unidos: la pol¨ªtica de la comunidad internacional en el tema de Yugoslavia ha sido un ¨¦xito. '?Por qu¨¦? Porque, pese a todas las predicciones, la guerra permanece localizada en Bosnia-Herzegovina y no se ha extendido a Kosovo y Macedonia.
Desde 1945, han sido las consideraciones electorales nacionales las que han fijado la estructura de la pol¨ªtica exterior en las principales potencias occidentales. Hoy, los primeros ministros y los ministros de Asuntos Exteriores se adhieren tambi¨¦n al principio de la CNN: si una guerra no se extiende en un plazo de seis meses, deja de ser noticia, y hablar de la posibilidad de que se extienda no es m¨¢s que un disparate alarmista.
Desde el Congreso de Berl¨ªn de 1887 hasta el comienzo de la Primera Guerra Mundial en 1914, los Balcanes fueron escenario constante de guerras e insurrecciones. No obstante, entre los diferentes estallidos de violencia hubo frecuentes pausas de dos a tres a?os de duraci¨®n. Esto deber¨ªa hacer recapacitar a los defensores de la tesis del ¨¦xito de la contenci¨®n. Que no haya ya un conflicto b¨¦lico en Macedonia, por ejemplo, no significa que no se est¨¦ preparando uno.
Es evidente que la comunidad internacional ha contribuido mediante diversas formas de intervenci¨®n pol¨ªtica y militar a la localizaci¨®n de la guerra bosnia. Constituye un ¨¦xito si la estrategia occidental apunta a esta contenci¨®n como m¨¢ximo objetivo. Pero moder¨¦monos en la celebraci¨®n: ha sido, en esencia, una operaci¨®n inmensamente costosa quq ha hecho poco m¨¢s que aplicar un esparadrapo a una herida abierta.
Flor toda Europa oriental y en zonas de Europa occidental hay llagas similares que se pueden volver s¨¦pticas si Europa fundamentalmente y Estados Unidos (probablemente podemos excluir cualquier tipo de ofrecimiento filantr¨®pico por parte de Jap¨®n) no se enfrentan a las causas del conflicto y la lucha armada.
Esto significa ante todo que hay que encontrar un mecanismo que evite que el doble problema de fronteras y minor¨ªas se deteriore hasta llegar a la lucha armada. Y ello significa, a su vez, adaptarse al fen¨®meno del nacionalismo y la formaci¨®n de Estados nacionales en Europa oriental y, en menor grado, en Europa occidental.
Como se?al¨® el escritor escoc¨¦s Tom Nairn, el nacionalismo es el Jano moderno, bendecido con una cara de progreso y maldecido con otra de guerra e intolerancia. Fue la fuerza persistente de la identidad nacional la que hizo caer el comunismo en Polonia, Hungr¨ªa e incluso la RDA tan pronto como apareci¨® un resquicio de luz en las ventanas de Mosc¨².
No es sorprendente que muchos pol¨ªticos de Europa oriental, enfrentados a un mercado mundial altamente competitivo y a una Uni¨®n Europea que ha impuesto barreras proteccionistas contra las importaciones de Europa del Este, hayan recurrido al nacionalismo y al autoritarismo a fin de conducir a su pa¨ªs a trav¨¦s de las traicioneras aguas de la transici¨®n del socialismo al capitalismo. Es evidente que en toda Europa oriental existen corrientes pol¨ªticas que compiten con el nacionalismo, pero en ¨¦pocas de extrema inseguridad econ¨®mica ninguna ideolog¨ªa tiene el poder de cohesi¨®n que tiene el nacionalismo.
Por consiguiente, no basta con desestimar el fen¨®meno por primitivo y reaccionario. Dado lo extendido que est¨¢, hay que enfrentarse a ¨¦l porque a lo largo de los dos ¨²ltimos siglos ha actuado como el agente cr¨ªtico en la formaci¨®n de los Estados naci¨®n democr¨¢ticos modernos de Europa occidental.
El Estado naci¨®n se ha consolidado con bastante ¨¦xito en los ¨²ltimos cien a?os, sobre todo a partir de 1945, y en especial en aquellos pa¨ªses industrialmente desarrollados que en su momento fueron el coraz¨®n de grandes imperios. Incluso en regiones como Irlanda del Norte, donde todav¨ªa es visible el doloroso legado del Gobierno colonial e imperial, la expresi¨®n m¨¢s extrema de conflicto no ha dado lugar a ninguna ruptura sustancial de la vida social y econ¨®n-fica, aunque su impacto pol¨ªtico ha sido severo.
El nacionalismo lleg¨® a Europa oriental en la segunda mitad del siglo XIX a trav¨¦s de j¨®venes intelectuales que hab¨ªan bebido las aguas de la Ilustraci¨®n que flu¨ªan en los centros de ense?anza de Europa occidental. Pero estas ideas surgieron en sociedades en las que la influencia de los centros urbanos estaba erosionando r¨¢pidamente la importancia de la vida rural.
Cuando los imperios ruso, otomano y austro-h¨²ngaro entregaron la Europa central y oriental al nazismo, al estalinismo y al tito¨ªsmo, estas ideolog¨ªas congelaron los procesos pol¨ªticos asociados a la construcci¨®n del Estado naci¨®n y sofocaron la conciencia democr¨¢tica en ciernes de la regi¨®n. Esto tuvo dos consecuencias: primero impidi¨® y luego interrumpi¨® el desarrollo de una fuerte clase media urbana, lo que signific¨® el predominio continuado de la conciencia rural premoderna en grandes zonas de Europa oriental. Tambi¨¦n supuso que no surgiera ninguna instituci¨®n que garantizara la responsabilidad democr¨¢tica. Hasta la idea misma de tal tipo de instituci¨®n es ajena a los pueblos que salen de d¨¦cadas de dictadura.
Esta inmadurez pol¨ªtica se ha combinado con la inseguridad econ¨®mica que impregna toda Europa oriental desde 1989 para convertir el nacionalismo controlado de los comunistas en el nacionalismo virulento e imprevisible de los populistas. A?¨¢dase a esto la pl¨¦tora de disputas territoriales en regiones relativamente peque?as -como los Balcanes, el C¨¢ucaso y Europa central y oriental- y el mundo poscomunista entero empieza a parecerse a una bomba de una potencia suficiente como para destruir Europa.
A la vista de todo esto, la pol¨ªtica de la comunidad internacional con respecto a Yugoslavia ha suspendido el examen: no hemos encontrado una soluci¨®n pol¨ªtica a este problema. Hoy burbujean alegremente dificultades similares en Kosovo, Macedonia, Rumania, Eslovaquia y zonas de Ucrania o Crimea, por citar s¨®lo unos cuantos ejemplos.
Para enfrentarse a estos problemas, Occidente debe unificar, las pol¨ªticas de las instituciones internacionales hoy implicadas en una actividad pol¨ªtica en Europa oriental. La falta de coordinaci¨®n en la intervenci¨®n de estos organismos y las divisiones pol¨ªticas entre pa¨ªses de Europa occidental y Estados Unidos han contribuido al deterioro de la situaci¨®n de seguridad de la antigua Yugoslavia.
Ha llegado la hora de convocar una cumbre internacional que establezca un mecanismo pol¨ªtico para regular los profundos problemas causados por el populismo y el nacionalismo en esta regi¨®n. La confusa respuesta de la comunidad internacional a la antigua Yugoslavia ha sido explotada por los sanguinarios dictadores de la regi¨®n para favorecer sus objetivos nacionalistas, y la Asociaci¨®n para la Paz, la nueva idea de la OTAN para estabilizar Europa oriental, muestra el mismo sello de confusi¨®n. Occidente no sabe qu¨¦ es lo que est¨¢ haciendo en Europa oriental, y, hasta que lo sepa, Europa seguir¨¢ siendo un lugar peligroso.
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