"D`ardente fuoco"
La puerta lateral del Liceo, la puerta de la calle de Sant Pau, ten¨ªa enfrente unos ba?os p¨²blicos, -un angosto portal entre menestral y orientalista, alicatado de mosaicos blancos y azules, en donde las familias del barrio nos ablucion¨¢bamos una vez por semana con devociones de mezquita. Creo que fue ¨¦sa mezcla -carecer de instalaciones higi¨¦nicas en casa y vivir, al propio tiempo, tan cerca del Liceo- lo que dio magia y gracia a una infancia y adolescencia que transcurri¨® inhalando el vaho enfermizo que ascend¨ªa de entre los adoquines. Pero aquel templo de m¨²sica y boato hizo que recordar significara no tener que decir lo siento.Los muros desconchados de las calles parec¨ªan Convertirse en cristal, y me recuerdo muy bien arrebujada en las mantas que entonces nos regalaban las damas del Auxilio Social, ¨¢speras mantas marrones procedentes del Ej¨¦rcito, mientras mi madre me contaba que a Victoria de los ?ngeles la hab¨ªan descubierto y pagado la carrera de cantante unos se?ores, el sue?o de todo pobre con v¨¢stagos de talento.. Los muros se hac¨ªan cristal, pues, para que Mim¨ª y Rodolfo los atravesaran para sacarnos de nuestra sordera de l¨¢mpara de carburo y saba?¨®n en las orejas. Creo que mam¨¦ el amor a la ¨®pera por amor al Liceo, aunque en aquel tiempo s¨®lo pod¨ªa escuchar a las grandes hero¨ªnas en las placas del gram¨®fono y en las pel¨ªculas biogr¨¢ficas italianas de grandes m¨²sicos -Tragedia y triunfo de Verdi- o en lamentables recreaciones oper¨ªsticas -como Aida, con una Sof¨ªa Loren cantada por Renata Tebaldi, maquillada toda ella en negro menos los sobaquillos- que a m¨ª me parec¨ªan maravillosas.
Siendo muy ni?a, me encargaba de entregar los pantalones que mi madre cos¨ªa en casa a una sastrer¨ªa situada al costado de la m¨ªtica puerta de la calle de Sant Pau. All¨ª conoc¨ª a un aprendiz poco mayor que yo -que yo sepa, sigue siendo un fan¨¢tico de la ¨®pera- con el que, creo, form¨¦ en las primeras colas, me di los primeros madrugones necesarios para conseguir un asiento en el para¨ªso y un rinc¨®n en el mundo de la fantas¨ªa.
Crec¨ª, pero siempre el Liceo fue un punto de referencia. Cuando sal¨ªa de la academia donde aprend¨ªa taquimecanograf¨ªa y comercio corr¨ªa, agarrando los libros, al and¨¦n de las Ramblas y esperaba que llegaran los coches de lujo de los que descend¨ªan mujeres vestidas de largo y hombres con chistera y camelia blanca en el ojal. M¨¢s tarde, yo misma les ech¨¦ tomates, y, m¨¢s tarde a¨²n, entr¨¦ triunfante por la puerta grande, por la fachada principal, para disfrutar de la m¨²sica vistiendo tejanos y camiseta, en los a?os en que el para¨ªso por fin se sent¨® en platea, y pens¨¢bamos que era para siempre.
Una "traviata" delgada
Recuerdo, de esta era, con especial cari?o, una representaci¨®n de La traviata a la que me invit¨® Montserrat Roig, con Ileana Cotrubas en el papel principal. A la salida fuimos a cenar a la Boquer¨ªa, y la Cotrubas lleg¨® un poco m¨¢s tarde y se sent¨®, entre aplausos, ante un empedrat de jud¨ªas secas, y fue como salir de la casa de ba?os, con la piel escocida todav¨ªa por el tratamiento de jab¨®n Lagarto y estropajo, para brindar con cava por Violeta y por todo lo que, finalmente, podr¨ªa ser.
Resulta dif¨ªcil, doloroso, pensar ahora en el patio de butacas calcinado, en el escenario destru¨ªdo. En quella pira d?ardente fuoco que ha reducido a escombros la m¨¢s hermosa parte de mi ni?ez, la ¨®pera cotidiana de cantar Amami, Alfredo mientras las mujeres de la escalera bat¨ªan animadamente tortillas de un solo huevo para familias numerosas y la Piquer se desangraba los pulsos en cualquier patio de vecindad.
Se han salvado, dicen los teletipos, el C¨ªrculo -tan exclusivo: ni siquiera en los tiempos: de ahora se pod¨ªa traspasar su umbral f¨¢cilmente-, el Sal¨®n de los Espejos -donde las patricias se espiaban mutuamente bajo las l¨¢mparas de l¨¢grimas- y el Conservatorio. Pero el Lliceu que ha ardido ha sido m¨ªo: aqu¨¦l en el que llor¨¢bamos mientras segu¨ªamos con una linternita el fluir apasionado de las partituras, para retornar despu¨¦s a un mundo en el que por unas pocas horas hab¨ªan reinado la belleza y la esperanza, los j¨®venes estudiantes y las modistillas del verismo o las melodram¨¢ticas aventuras del Verdi m¨¢s desgarrado.
Ha ardido el Liceo, y con ¨¦l momentos imborrables. Ha ardido el Liceo, y mi coraz¨®n est¨¢ lleno de humo.
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