La venganza fascista
Sobre el tremendo cr¨¢ter que dej¨® la voladura del mercado han crecido, moderadamente, algunos ¨¢rboles, resguardados por cercas de hierro y protegidos por intrincados setos, selva dom¨¦stica que transitan domesticados canes, celosamente custodiados por sus amos para que no contaminen con sus deposiciones el terreno de juego conquistado por los ni?os y colonizado por las voraces palomas.El 2 de noviembre de 1974, a las dos de la tarde, muri¨® un mercado y naci¨® una plaza en Olavide Flora y Enrique exhiben en las paredes de su taberna fotograf¨ªas de aquel suceso que cambi¨® la vida del barrio y su fisonom¨ªa. El singular edificio del mercado, una pagoda octogonal, racionalista y republicana, de hormig¨®n armado, hab¨ªa sido construida, por iniciativa del Ayuntamiento, en 1934, siendo su art¨ªfice el arquitecto municipal Francisco Javier Ferrero. Su demolici¨®n fue ordenada y ejecutada por otro Ayuntamiento, a cuya cabeza figuraba otro arquitecto, un fascista confeso llamado Miguel ?ngel Garc¨ªa Lomas.
?Venganza?
En los mentideros madrile?os se dec¨ªa que el edil hab¨ªa querido consumar, con ¨¦sta y otras demoliciones, su particular venganza contra los catedr¨¢ticos republicanos que sol¨ªan suspenderle en sus a?os de facultad. Hab¨ªa razones m¨¢s prosaicas, motivaciones inspiradas en oscuros intereses econ¨®micos. En la vecina calle de Fuencarral, en el solar de un antiguo colegio de los hermanos maristas, se hab¨ªa proyectado otro mercado, unas modernas y subterr¨¢neas galer¨ªas comerciales cuya adjudicaci¨®n promet¨ªa magn¨ªficas perspectivas para la especulaci¨®n inmobiliaria.En el M¨¦ntrida, el m¨¢s veterano de los ocho bares que circundan la plaza, sobre el estruendo de las fichas de domin¨® y los soniquetes de las tragaperras, Flora recuerda que el d¨ªa de la voladura se asom¨® al balc¨®n, inmediatamente despu¨¦s de la explosi¨®n, y lleg¨® a tiempo para ver "c¨®mo el pobre se hund¨ªa". Estallaron los cristales y una tormenta de polvo y cascotes se precipit¨® por las calles adyacentes. Las tres fotos que cuelgan de la pared del bar forman una secuencia: en la primera emerge la gris osamenta del mercado, inc¨®lume, aunque con una grieta premonitoria en su cubierta; en la segunda, humo y polvo surgen de sus respiraderos y acompa?an al pesado caparaz¨®n en su hundimiento; en la tercera, la ¨²nica en color, aparece la nueva plaza que brot¨® de la noche a la ma?ana, ajardinada y preparada, en 24 horas, por brigadas de obreros que trabajaron intensivamente para borrar las huellas del atentado.
Flora y Enrique reconocen que los bares de la plaza salieron ganando con la demolici¨®n, que les permiti¨® instalar sus terrazas en la nueva zona de peatones, terrazas muy concurridas con los primeros soles de la primavera, ventilados oasis donde vivaquear en las agobiantes noches del verano madrile?o.
J¨®venes y orgullosas madres conducen a sus criaturas, disfrazadas en estos d¨ªas de carnaval de pieles rojas, hadas, brujas o piratas, hacia la zona de los columpios y los toboganes. En los cicl¨®peos bancos de granito conviven jubilados y amas de casa, parejas j¨®venes y solitarios en busca de calor humano. Una atildada sexagenaria estudia con detenimiento un mapa de Europa extendido sobre sus rodillas; a su. lado, un hier¨¢tico y ensombrerado aborigen andino, con los ojos cerrados, absorbe ensimismado los ¨²ltimos rayos de sol de esta generosa tarde de invierno. Los usuarios del aparcamiento subterr¨¢neo emergen a la superficie por las bocas que se abren en el centro de la plaza, gui?an los ojos y, deslumbrados y aturdidos, se abren paso torpemente entre la turbamulta infantil. Cuando terminan las clases, una legi¨®n de colegiales, p¨¢rvulos bajo custodia o adolescentes en pandilla, convergen aqu¨ª desde las bocacalles de Olavide: Jord¨¢n, Murillo, Palafox, Raimundo Lulio, Gonzalo de C¨®rdoba, Santa Feliciana y Trafalgar. Singular amalgama de h¨¦roes, de santos y de artistas que confluyen en un enclave dedicado a la memoria de un ilustrado del siglo XVIII, Pablo de Olavide, colonizador de Sierra Morena, amigo de Voltaire y de Rousseau, perseguido, encarcelado, penitenciado y desterrado por la Santa Inquisici¨®n, por sus ideas y, sobre todo, por su sospechosa y nutrida biblioteca enciclopedista, creador de un ambicioso plan de estudios y mentor de una nueva ley agraria, fundador de bibliotecas p¨²blicas y de la Real Escuela de Arte Dram¨¢tico.
La destrucci¨®n del mercado trajo consigo la ruina de muchos comercios de la zona conectados con su actividad. Entre los establecimientos que sobrevivieron figuran una tienda especializada en menaje de cocina, una zapater¨ªa y alpargater¨ªa anclada en la tradici¨®n y un ultramarinos que ofrece bacalao de las islas Feroe y ostenta el animoso nombre de La Esperanza.
El Chichi ya no alquila bicicletas a los chavales del barrio, su tienda es ahora una helader¨ªa que atiende por La B¨¢mbola. Sin embargo, la droguer¨ªa y perfumer¨ªa La Popular conserva, entre los grafitos, sus cl¨¢sicos reclamos, un papagayo y una goleta. Uno de los escaparates de La Popular exhibe un ins¨®lito y misterioso muestrario de sustancias minerales y productos qu¨ªmicos: cola de conejo, laca de mu?eca, sulfato de cobre, b¨®rax, azufre, bet¨²n de Judea, goma ar¨¢biga.
Limpieza ¨¦tnica
Los vagabundos tienen su hueco en Olavide. Hace aproximadamente 15 a?os un airado cachorro de la camada fascista dispar¨¦ a quemarropa sobre un mendigo que dorm¨ªa en uno de estos bancos, y un artefacto de escasa potencia estall¨®, sin producir da?os graves, en plenas fiestas. Nadie quiere acordarse de aquellos a?os, cuando Fuerza Nueva fij¨® su sede en las proximidades y sus matones acometieron la limpieza ¨¦tnica reivindicando el barrio como "zona nacional".Olavide es una plaza abierta donde caben todos, ni?os y mam¨¢s, jubilados y ociosos, golfos y toxic¨®manos, siempre que respeten el c¨®digo no escrito que regula su convivencia.
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