R¨²bricas de carne y oro
Los ¨¢lbumes de firmas de los museos madrile?os dan fe del humor y las pasiones de sus visitantes
De los casi cien museos que hay en Madrid capital, no llegan a la veintena los que ofrecen a sus visitantes la posibilidad de estampar por escrito sus impresiones. Son pocos, pues, pero en sus libros de honor -reservados a las r¨²bricas de personajes p¨²blicos- o en sus ¨¢lbumes de visitantes en los que puede firmar cualquier hijo de vecino- puede encontrarse de todo. Declaraciones de amor, sesudas reflexiones, chistes de mejor o peor humor o simples comentarios, garabateados con buena caligraf¨ªa o con letra ilegible. Pasen y lean una selecci¨®n sistematizada de ejemplos.
Po¨¦ticos. El Museo Rom¨¢ntico se lleva la palma en este terreno. Un par de rancias muestras. "Tantos sentimientos me suger¨ªs, bello museo, que no acierto a decir nada; el silencio suele ser muy elocuente y expresivo". Eso escribe el conde de Rebolledo (no consta el nombre propio) el 22 de septiembre de 1926. Y Fidel Cabezas, en 1930, rubrica lo siguiente: "En el cuarto de Larra, frente a esos muebles un poco severos donde el artista tantas veces se reclin¨®, toda la filosof¨ªa, todo el dolor del autor de El doncel don Enrique el Doliente, parecen revivir".
Chistosos. Abundan, sobre todo, en museos de asistencia masiva, como el de Cera o el Thyssen. "Que cer¨¢, cer¨¢, cer¨¢. Cer¨¢ lo que deba ser. Un abrazo en nombre de mis colmenas", firma Una abeja en 1984 en el ¨¢lbum del Museo de Cera. Y lo propio hace Un pintor gaditano ?Con futuro! (la exclamaci¨®n es suya) en el Thyssen con: "Qu¨¦ peazo de museo. ?Muy bien organizao! Con tanto cuadro me ha entrado hambre".
Ilustres. Los personajes p¨²blicos, quiz¨¢ por pudor, rara vez ponen guarnici¨®n cuando echan la r¨²brica. Sin embargo, hay excepciones. El dramaturgo y escritor Jose Mar¨ªa Pem¨¢n garabatea en el Museo de Cera, en 1972: "Cuando se le romp¨ªan las narices a una estatua griega se las repon¨ªa en cera; de ah¨ª viene la palabra sincera para nombrar la verdad. ?Pero este museo nos dice que la cera es m¨¢s verdad todav¨ªa!". "Hay mucho que aprender, mucho que ense?ar y a¨²n m¨¢s que inspirar", escribe, por su parte, en 1992, el director del Museo de Historia Natural de Washington, Frank Talbot, en el ¨¢lbum de oro del Museo de Ciencias Naturales.
Enfrentados. En la misma p¨¢gina, caligraf¨ªas distintas discuten acaloradamente. "Bastante floja para el precio que se ha pagado", escribi¨® el verano pasado Guillem Prats sobre la colecci¨®n Thyssen. Unas may¨²sculas temblorosas dibujadas por un pintor cubano (as¨ª se identifica) de apellido Sosabravo le espetan: "?NO ESTOY DE ACUERDO!". "Lamentable. Falta de rigor. Menos vacaciones y m¨¢s trabajo", clamaba un tal Alberto el 4 de enero pasado sobre la exposici¨®n de belenes del Museo Municipal. Sonia le reprende: "?Vivan los belenes y fuera el americanismo de Pap¨¢ Noel! Estoy en desacuerdo con el inculto, idiota e ignorante que ha escrito encima m¨ªo". "Gran museo, de verdad, y eso que soy un chico de ciencias", escribe un an¨®nimo visitante el ¨²ltimo 24 de agosto. "Las ciencias no est¨¢n re?idas con las artes, a no ser que seas un ga?¨¢n", le reprendi¨® otro ese mismo d¨ªa.
Enamorados. Algunos no pueden evitar manifestar su pasi¨®n -la carnal, no la art¨ªstica-. Dos ejemplos del Thyssen. Un tal Puicasso escrib¨ªa as¨ª, el ¨²ltimo 29 de junio: "Piu, el enamorado de Lorena, visit¨® este pedazo de museo". Y un an¨®nimo es a¨²n m¨¢s fogoso: "?Carlota, mucho mejor t¨² que todos los impresionistas!"
Agradecidos. "En esta casa nunca se pone el sol, nunca acaba el cari?o", escribi¨® una mano desconocida refiri¨¦ndose tambi¨¦n a algo desconocido en el libro del Museo Sorolla, el 1 de mayo de 1959. "?Gracias, Dios m¨ªo, por dejarnos disfrutar del arte y la historia de la Espa?a eterna! ?Magnificencia y estilo!. Gracias a los espa?oles tan bondadosos que nos atendieron con entusiasmo". De manera tan ardorosa se despidieron del Museo Municipal dos ciudadanos puertorrique?os el 27 de julio pasado.
?Tita, eres la m¨¢s grande!
En el libro de firmas del Museo Thyssen -uno de los m¨¢s visitados de Espa?a desde su inauguraci¨®n, en octubre de 1992- merecen cap¨ªtulo aparte las que tienen a la baronesa Thyssen, Carmen -Tita- Cervera, como protagonista.La escriben de todo. Unos la alaban indiscriminadamente
("?Oh, Tita!", "Tita, eres la m¨¢s grande"). Otros le dan consejos ("Por favor, retira tu retrato, Tita", firma Alguien que te quiere. Algunos optan por el cachondeo: un se?or de Murcia deja su direcci¨®n y su tel¨¦fono para poder felicitar "personalmente" a los barones si ¨¦stos pasasen por su ciudad; "para la baronesa, con amor, de su amante" escribe un tal Misterioso. Muchos se refieren a la adquisici¨®n de los cuadros por parte del Gobierno espa?ol por 44.100 millones de pesetas en agosto pasado, tanto para sancionar la compra como para desaprobarla. Pero, cosa curiosa, los que critican dirigen sus invectivas al Estado ("Hay que ver el past¨®n que nos ha costado a todos los espa?oles" escribi¨® una mano an¨®nima en diciembre) o al marido de Tita ("?Joder, tantos cuadros para un solo t¨ªo! Bar¨®n brib¨®n" firma Un anarquista).
"?Por qu¨¦ no se ha hecho a Tita Cervera duquesa y grande de Espa?a?" pregunta por escrito un rubricante en agosto de 1993.
Y "?Viva la mujer espa?ola!" la piropea Mar¨ªa ?ngeles Romero.
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