La autocracia
Secuestro de los fines por los medios: el supermercado te compra, el televisor te ve, el autom¨®vil te maneja. Los gigantes que fabrican autom¨®viles y combustibles, negocios casi tan jugosos como las armas y las drogas, nos han convencido de que el motor es la ¨²nica prolongaci¨®n posible del cuerpo humano.En nuestras ciudades, sometidas a la dictadura del autom¨®vil, la gran mayor¨ªa de la gente no tiene m¨¢s alternativa que pagar boleto para viajar, como sardinas en lata, en un transporte p¨²blico destartalado y escaso. Las calles latinoamericanas nunca ofrecen espacio para la bicicleta, despreciado veh¨ªculo que es un s¨ªmbolo de atraso cuando no se usa por pasatiempo o deporte.
La sociedad de consumo, octava maravilla del mundo, d¨¦cima sinfon¨ªa de Beethoven, nos impone su simbolog¨ªa del poder y su mitolog¨ªa del ascenso social.
El , coche es tu mejor amigo, informa un anuncio. El v¨¦rtigo sobre ruedas te har¨¢ feliz: ?Viva una pasi¨®n! ofrece otro anuncio. La publicidad te invita a entrar en la clase dominante mediante la m¨¢gica llavecita que enciende el motor: ?Imp¨®ngase! manda la voz que dicta las ¨®rdenes del mercado, y tambi¨¦n: ?Demuestre su personalidad! Y si pones un tigre en tu tanque, seg¨²n los carteles que recuerdo desde mi infancia, ser¨¢s m¨¢s veloz y poderoso que nadie y aplastar¨¢s a quien obstruya tu camino hacia el ¨¦xito.
El lenguaje fabrica la realidad ilusoria que la publicidad necesita para vender. Pero en la realidad real ocurre que los instrumentos creados para multiplicar la libertad contribuyen a encarcelarnos. El autom¨®vil, m¨¢quina de ganar tiempo, devora el tiempo humano. Nacido para servimos, nos pone a su servicio: nos obliga a trabajar m¨¢s y m¨¢s horas para alimentarlo, nos roba el espacio y nos envenena el aire.
En nombre de la libertad de empresa, la libertad de circulaci¨®n y la libertad de consumo, se ha hecho irrespirable el aire urbano. El autom¨®vil no es el ¨²nico culpable del cotidiano crimen del aire en el mundo, pero es el que m¨¢s directamente ataca a los habitantes de las ciudades.
Las feroces descargas de plomo que se meten en la sangre agrediendo los nervios, el h¨ªgado y los huesos tienen efectos devastadores sobre todo en. el sur del mundo, donde no son obligatorios los catalizadores ni la gasolina purificada. Pero en las ciudades de todo el planeta el autom¨®vil genera la mayor parte de los gases que intoxican el aire, enferman los bronquios y los ojos y son sospechosos de c¨¢ncer.
En Santiago de Chile, seg¨²n han denunciado los ecologistas, cada ni?o que nace aspira el equivalente de siete cigarrillos diarios, y uno de cada cuatro ni?os sufre alguna forma de bronquitis.
?Qu¨¦ es la ecolog¨ªa? ?Un taxi pintado de verde? En la ciudad de M¨¦xico, los taxis pintados de verde se llaman taxis ecol¨®gicos y se llaman parques ecol¨®gicos los pocos ¨¢rboles de color enfermo que sobreviven al acoso de los coches.
En una publicaci¨®n oficial de fines del a?o pasado, las autoridades de la capital mexicana han difundido unos consejos ecol¨®gicos que parecen inspirados por los m¨¢s sombr¨ªos profetas del Apocalipsis. La Comisi¨®n Metropolitana para la Prevenci¨®n y el Control de la Contaminaci¨®n Ambiental recomienda textualmente a los habitantes de la ciudad que en los d¨ªas de mucha contaminaci¨®n, que son casi todos, "permanezcan el menor tiempo posible al aire libre, mantengan cerradas las puertas, ventanas y ventilas y no practiquen ejercicios entre las 10 y las 16 horas".
Seg¨²n cuentan los entendidos en antig¨¹edades griegas, la ciudad naci¨® como un lugar de encuentro entre las personas. ?Hay lugar para las personas en estos inmensos garajes? Poco antes de la publicaci¨®n de los consejos ecol¨®gicos, yo me lanc¨¦ a caminar por las calles de la ciudad de M¨¦xico. Camin¨¦ cuatro horas entre los rugientes motores. Sobreviv¨ª. Mis amigos me dieron una emocionante bienvenida, pero me recomendaron un buen psiquiatra.
El autom¨®vil mata una multitud, cada a?o, en el mundo ntero. En muchos pa¨ªses, las estad¨ªsticas son dudosas o inexistentes o no est¨¢n actualizadas. Las ¨²ltimas estimaciones mundiales disponibles (del Worldwatch Institute, de Washington) indican que no menos de 250.000 personas murieron en accidentes de tr¨¢fico en 1985. Ni la guerra de Vietnam mat¨® tanta gente en un solo a?o.
En Alemania, por poner un ejemplo de un pa¨ªs donde las estad¨ªsticas funcionan, hubo en 1992 cinco veces m¨¢s muertos por autos que por drogas. En ese solo a?o, el autom¨®vil mat¨® el doble de alemanes que el sida en la suma de sus diez a?os de historia.
En todo el mundo, el tr¨¢nsito es la primera causa de muerte entre los j¨®venes, por encima de cualquier enfermedad, droga o crimen. Una tremenda campa?a internacional de propaganda, con frecuentes ca¨ªdas al terrorismo, advierte cada d¨ªa a los j¨®venes sobre los riesgos del sexo en los tiempos del sida. ?Por qu¨¦ no hacen una campa?a semejante sobre los peligros del autom¨®vil? ?La libreta de ch¨®fer equivale al permiso de porte de armas?
Andar en bicicleta por las calles de las grandes ciudades latinoamericanas, que no tienen carriles, es la m¨¢s pr¨¢ctica manera de suicidarse. En los pa¨ªses del sur del planeta, donde las normas existen para ser violadas, hay muchos menos autom¨®viles que en el norte, pero los autom¨®viles matan mucho m¨¢s.
?Por qu¨¦ los latinoamericanos que no tienen ni tendr¨¢n auto propio, la inmensa mayor¨ªa que no puede ni podr¨¢ comprarlo, siguen condenados a hacer la guardia en las esquinas, sin m¨¢s remedio que esperar los ¨®mnibus escasos? ?Por qu¨¦ siguen obligados a pagar boletos que se llevan una buena parte de sus raqu¨ªticos salarios, sin otra alternativa? ?Por qu¨¦ no se abren, antes de que sea tarde, carriles protegidos para la circulaci¨®n de bicicletas por las avenidas y las calles principales?
Los autom¨®viles no votan, pero los pol¨ªticos tienen p¨¢nico de provocarles el menor disgusto. Ning¨²n Gobierno latinoamericano se ha atrevido a desafiar al poder motorizado. Es verdad que recientemente Cuba se ha llenado de bicicletas, pero eso no hab¨ªa ocurrido durante los treinta y pico de a?os de revoluci¨®n durante los cuales Cuba pudo haber elegido ese veh¨ªculo muy barato, que no ensucia el aire y que no requiere m¨¢s combustible que el m¨²sculo humano. No: la bicicleta aparece masivamente en Cuba cuando no hay m¨¢s remedio, porque no queda ni una gota de petr¨®leo; no como una alegr¨ªa disfrutable, sino como una calamidad inevitable.
Ni siquiera las revoluciones, a las que nadie podr¨ªa negar la voluntad de cambio, se han propuesto poner en pr¨¢ctica esta sencilla manera de disminuir la dependencia ante las omnipotentes empresas que dominan el negocio del transporte y del petr¨®leo en el mundo.
No hay peor colonialismo que el que nos conquista el coraz¨®n y nos apaga la raz¨®n.
es escritor uruguayo.
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