El auge objetor
?Tiene derecho el Estado (¨²nica asociaci¨®n pol¨ªtica obligatoria) a obligar a sus ciudadanos? Para no divagar, pensemos en algunos casos concretos: los impuestos, el c¨®digo de la circulaci¨®n, los idiomas oficiales, la ense?anza obligatoria y el servicio militar obligatorio. El circular (en coche) por la derecha es una obligaci¨®n universalmente aceptada y obedecida por todos. Pero no es ¨¦ste el caso de las dem¨¢s obligaciones: pagar impuestos es una necesidad aceptada, pero muchas veces desobedecida. La obligaci¨®n de prestar el servicio militar es cada vez m¨¢s objetada. Y algo parecido podr¨ªa estar sucediendo con la obligatoriedad (en Catalu?a) de aprender en catal¨¢n. No entrar¨¦, por supuesto, en disquisiciones constitucionales. S¨®lo recordar¨¦ que sin ense?anza universal obligatoria no hay Estado moderno, aunque ya resulte m¨¢s discutible cu¨¢ntos a?os deba durar la obligaci¨®n (?hasta los 14 o los 16?) y qu¨¦ contenidos deba incluir (?catal¨¢n, inform¨¢tica, ingl¨¦s, ¨¢lgebra, lat¨ªn?).Ahora bien, mientras la ense?anza obligatoria es civilizatoria y constructiva, es decir, civil, el servicio militar obligatorio es de suyo incivil y potencialmente destructivo, cosa que contribuye a explicar el creciente auge de la objeci¨®n de conciencia., El soci¨®logo ingl¨¦s Martin Shaw, en su libro Post-military society (Cambridge, Polity Press, 1991), predice el final del militarismo popular institucionalizado en el servicio militar obligatorio: los ej¨¦rcitos dejar¨¢n de ser nacionales y pasar¨¢n a ser cada vez m¨¢s peque?os, tecnificados, profesionales y ajenos a la sociedad civil. Y as¨ª, conforme se va produciendo esta transici¨®n posmilitar, disminuye crecientemente el militarismo popular que fundaba y consent¨ªa la obligatoriedad del servicio militar. ?sta es la raz¨®n de que la objeci¨®n al servicio militar crezca en toda Europa continental (pues los anglosajones ya lo han suprimido). Pero en Espa?a el s¨²bito auge de la objeci¨®n es incomparablemente superior a la media europea: ?por qu¨¦?
La clave explicativa parece residir en la debilidad hist¨®rica de la conciencia nacional espa?ola. Ese militarismo popular, que justificaba la obligatoriedad de servir en el ej¨¦rcito nacional, se alimentaba de un patriotismo nacionalista s¨®lo construido a fuerza de guerras externas en tre las naciones, como las dos grandes que destruyeron Europa durante el siglo XX. Y el nacionalismo militarista era tanto la causa como el efecto de estas guerras: para un franc¨¦s, servir a la patria era algo obligado por su odio al alem¨¢n y al ingl¨¦s (lo que, tras 1945, parece haber pasado ya a la historia). Pues bien, esto no sucedi¨® entre nosotros, porque, desde el hundimiento del poder espa?ol durante el siglo XVII, Espa?a nunca ha participado en las guerras internacionales europeas: por eso no ha surgido una conciencia nacional espa?ola, s¨®lo definible por oposici¨®n b¨¦lica a potencias rivales externas. El neutralismo internacional de Espa?a es lo que explica que no haya apenas nacionalismo espa?ol: ni, por lo tanto, patriotismo militarista capaz de obligar en conciencia.
Pero si Espa?a no ha participado en guerras internacionales, s¨ª ha padecido, en cambio, guerras civiles cruentas: las carlistas, en el siglo pasado, y la del 36, hace apenas una generaci¨®n. Por eso, si en Espa?a no ha surgido una conciencia nacional (s¨®lo posible por oposici¨®n al exterior), s¨ª han surgido, en sustituci¨®n, conciencias nacionalistas (derivadas de las guerras carlistas que opusieron a unos territorios frente a otros) y conciencias de clase (derivadas de la ¨²ltima guerra civil), que todav¨ªa explican la divisi¨®n pol¨ªtica entre las dos Espa?as (manifestada como infranqueable divisoria electoral y expresada en la ins¨®lita frecuencia de las huelgas generales). De ah¨ª que pocos se sientan obligados en conciencia a prestar servicio en un ficticio ej¨¦rcito nacional. Y que, en cambio, muchos se nieguen a obedecer en conciencia determinadas obligaciones impuestas, como puedan ser un ej¨¦rcito extra?o o una lengua ajena.
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