?Todos a la m¨¢quina?
La repugnancia es un sentimiento poco revolucionario. Lichtenberg, en uno de sus aforismos m¨¢s secamente morales, dice que "para mucha gente la virtud consiste principalmente en arrepentirse de las faltas, no en evitarlas". Si usted, lector, lectora, es persona dotada de decencia -como yo lo presumo- y de la conciencia del deber que hace falta para, despu¨¦s de abrir un peri¨®dico m¨¢s all¨¢ de sus titulares y p¨¢ginas de inter¨¦s particular, fijarse hasta el final en la opini¨®n ajena, seguro que va a estar de acuerdo conmigo. En una cosa al menos: usted, se?or, se?ora, habla mal de la televisi¨®n y se escandaliza del nivel de indecencia y de la inconsciencia a que ciertos medios est¨¢n llegando en el avasallamiento de lo privado. El lugar m¨¢s com¨²n de la Espa?a actual es atacar en cenas y veladas el empobrecimiento de la programaci¨®n audiovisual y el olor a basura que algunas revistas, radios y hasta peri¨®dicos despiden. Ninguna de esas cadenas, emisoras o publicaciones baja en sus niveles de audiencia o lectura.Les doy, lectores m¨ªos, una prueba m¨¢s de confianza: s¨¦ que ustedes, como yo, no tienen la costumbre de leer ciertas p¨¢ginas ilustradas y menos a¨²n de ver ciertos programas televisivos, en particular ese que prometiendo la verdad funda su reclamo en la m¨¢s organizada mentira. ?Y c¨®mo s¨¦ yo tanto, si no los veo? La repugnancia no mueve al acto, pero llega un d¨ªa en que el hedor alcanza nuestra calle, y aquella porquer¨ªa que s¨®lo con mantenerla lejos nos parece saneada, desactivada, casi for¨¢nea o hasta irreal, se cuela por la puerta y nos da en la nariz. Y as¨ª mi inocencia, similar a la de ustedes, lectores que a¨²n no se han atorado en esas falsas maquinarias de verdad, qued¨® comprometida. Personas que conozco y estimo y con las que me une, aparte de amistad, un largo v¨ªnculo profesional, personas -lo s¨¦ bien- cuya naturaleza est¨¢ re?ida con todo alarde de exhibicionismo, con el af¨¢n de notoriedad y el deseo de figurar, y para las que su intimidad, siendo figuras por su trabajo p¨²blicas, es el bien m¨¢s celosamente preservado, iban a aparecer contra su voluntad en uno de esos programas; por ello quise verlo. La repugnancia no ocupa lugar: evitar¨¦ extenderme en mi descripci¨®n. Todo en ¨¦l me pareci¨® chapucero y chabacano, s¨ª, como los cr¨ªticos y las personas sensatas dicen que espero tambi¨¦n lo vi mendaz, injurioso, humillante, perdonavidas, sexista, persecutorio (hasta alcanzar un punto de nazismo), quedando bien resaltado, por el nivel moralmente deleznable de los que con su presencia en el plat¨® lo avalaban y por la baratura de sus torpes recursos al suspense, el prop¨®sito del programa y de la madre supuestamente v¨ªctima que a ¨¦l se somet¨ªa: el tr¨¢fico comercial de la intimidad.
Que el programa en cuesti¨®n sea cautelado por los jueces (habi¨¦ndose llegado a la suspensi¨®n de dos de sus emisiones, a una interrupci¨®n temporal "voluntaria" y ahora, se anuncia al reanudarlo, a una instalaci¨®n de "sem¨¢foros" -sic- preventivos) no impide dos sangrantes paradojas. La m¨¢s grave es que sus contenidos vejatorios no var¨ªan cuando s¨ª aparece en pantalla. La m¨¢s grotesca es que los directivos de la cadena que lo alberga y sus propios responsables digan que "en este pa¨ªs hay demasiados problemas para hacer una televisi¨®n en libertad", llen¨¢ndose la boca de unos conceptos nobles que no figuran en su ideario.
Pero la repugnancia tambi¨¦n es un sentimiento perezoso. Ese programa y otros que se presentan como "espect¨¢culos de realidad" tienen el brillo llamativo de lo televisual, pero ?ignoran tambi¨¦n los justos, los que no se rebajan a escucharlos o leerlos, la lapidaci¨®n sistem¨¢tica del honor de las personas en ciertas Lertulias radiof¨®nicas, la incursi¨®n de audaces buscavidas, acogidos al t¨¦rmino de periodistas, en terrenos de opini¨®n que, basados en el rumor, la c¨¢bala o la antipat¨ªa, persiguen el insulto y la descalificaci¨®n?
Pocas semanas despu¨¦s de mi experiencia personal, mientras trataba de enfriar un poco la ira, han empezado a o¨ªrse voces que claman por una forma de autocontrol o vigilancia profesional en los medios informativos, habiendo llegado la cuesti¨®n a debatirse -?era hora!- en unaComisi¨®n Especial sobre Contenidos Televisivos que se ha creado en el Senado. Una de las ocurrencias m¨¢s brillantes que all¨ª se han o¨ªdo, por boca de un catedr¨¢tico de Derecho de Granada, hombre sin duda de impecable perfil dem¨®crata, es que "aquellos a quienes no les guste la programaci¨®n tienen siempre la posibilidad de desconectar el aparato y dedicarse a otra cosa". A m¨ª desde luego s¨ª se me ocurren otras cosas distintas a la filosof¨ªa del derecho a las que ese catedr¨¢tico podr¨ªa dedicarse. En esa opini¨®n y otras, no tan chuscas desde luego (como las que en este peri¨®dico sostiene Haro Tecglen), contrarias a toda prevenci¨®n de lo dicho o escrito o emitido, aunque sea manifiestamente reprobable, laten a mi modo de ver los fantasmas de una libertad mal calibrada. Aplicando la misma mec¨¢nica se podr¨ªa, por ejemplo, defender la no-intervenci¨®n en el conflicto bosnio por la raz¨®n de que, aunque horrenda, la realidad de la violencia all¨ª se est¨¢ ejerciendo voluntariamente, y toda represi¨®n pacificadora en un conflicto del que resulta f¨¢cil, por la lejan¨ªa, "desconectar y mirar a otra parte" ser¨ªa traum¨¢tica y enajenante.
Lo que est¨¢ en juego no son los l¨ªmites de expresi¨®n, sino el l¨ªmite a que pueden llegar nuestros semejantes en operaciones especuladoras o simplemente recreativas que nos agreden y no tienen f¨¢cil r¨¦plica legal: la demanda se convierte en propaganda. En la actual situaci¨®n espa?ola ese l¨ªmite se viola a mi juicio todos los d¨ªas, estableci¨¦ndose un clima generalizado de intromisi¨®n, banalizaci¨®n y uso aprovechado no s¨®lo de lo que es nuestro, sino de los que hacemos nuestro. Los artilugios de la verdad y la realidad ser¨ªan un extremo; en otro, m¨¢s aparentemente inocuo, un escritor conocido puede publicar en un adelanto period¨ªstico de su expl¨ªcito libro de memorias, y bajo un titular escandaloso, fotos de personas vivas y muertas que para nada est¨¢n aludidas en esas p¨¢ginas de prepublicaci¨®n publicitaria ni figuran reproducidas en el libro en cuesti¨®n, y que por supuesto en ning¨²n momento dieron su autorizaci¨®n para un uso tan doloso de su imagen. Recu¨¦rdelo: la pr¨®xima v¨ªctima puede ser usted mismo, lector despreocupado, ben¨¦vola lectora.
?Tiene ideolog¨ªa la repugnancia? Amigos que respeto opinan que la pel¨ªcula de Berlanga Todos a la c¨¢rcel, a¨²n en cartel, es brillante pero peligrosamente tendenciosa. Seg¨²n ellos, la hiriente ridiculizaci¨®n en t¨¦rminos pol¨ªticos y civiles de todos los individuos, partidos e instituciones que Berlanga lleva a cabo da armas a los apocal¨ªpticos de la antidemocracia, que se regodear¨ªan viendo tan c¨¢ustico del presente a un director tan libertario de siempre. Sin desde?ar, naturalmente, la conocida socarroner¨ªa pu?etera del cineasta valenciano, yo confieso haberme sentido como en casa en su c¨¢rcel desaforada: familiarizado con el paisaje humano y al final asqueado de ver lo soeces que somos en cuanto el humor nos lava de la cara el maquillaje. Me pregunto si tambi¨¦n yo ser¨¦ tendencioso y hasta retr¨®grado pensando que han de ser los periodistas los que se justifiquen a s¨ª mismos ajustando las cuentas con aquellos miembros o advenedizos de su profesi¨®n que se dedican a ajusticiar a la gente. Si no lo hacen, todos seremos cada d¨ªa m¨¢s injustos con ellos: pediremos justicia en otra parte.
En una anotaci¨®n de febrero de 1877 de su Diario de un escritor, Dostoievski se refiere al caso de una ni?a atormentada por el recuerdo de haber visto c¨®mo su padre era desollado vivo. El episodio le da pie al autor a una larga reflexi¨®n sobre las aberraciones de la civilidad, en la que dice: "Existe la civilizaci¨®n y existen unas leyes, y hasta se tiene fe en ellas: pero que salga una moda nueva, y ya ver¨¦is c¨®mo hay muchos que cambian de modo de pensar". Claro que no todos; pero ser¨ªan tan pocos los que as¨ª no lo hicieran que ustedes y yo, lectores m¨ªos, nos asombrar¨ªamos y hasta falta saber d¨®nde vendr¨ªamos a encontrarnos: si entre los desolladores o los desollados. Naturalmente que saldr¨¢n dici¨¦ndome que eso es un absurdo, que nunca podr¨ªa surgir esa moda, y que por lo menos eso se ha logrado con la civilizaci¨®n. Pero, se?ores m¨ªos, ?qu¨¦ cr¨¦dulos son ustedes! ?Se r¨ªen? Bueno, pues en Francia -por no poner la vista m¨¢s cerca- el a?o 93, ?no se sigui¨® esa moda de desollar a la gente, y adem¨¢s en nombre de los m¨¢s altos principios de la civilizaci¨®n? Hay modas repugnantes. Pero ?es la repugnancia contagiosa?
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.