La doble vida del asesino de Gloucester
El alba?il Frederick West ha cometido sus presuntos crimenes en un poblado barrio de una pl¨¢cida ciudad inglesa
Dicen que el n¨²mero 25 ejerce una extra?a fascinaci¨®n sobre la mente dif¨ªcilmente penetrable de Frederick West. Todos sus domicilios conocidos han tenido esos dos d¨ªgitos como denominador. com¨²n. Su primer hogar, una caravana en la peque?a localidad de Bishop's Cleeve, a unos 50 kil¨®metros de Gloucester, estaba aparcada en el puesto n¨²mero 25; su. primer domicilio con cimientos lo tuvo en el 25 de Midland Road, a muy pocos metros del tercero y hasta ahora definitivo: el n¨²mero 25 de Cromwell Street, en la misma ciudad donde naci¨® hace 52 a?os. Hasta el punto de que no pocos de sus convecinos se preguntan si no ser¨¢ tambi¨¦n 25 el n¨²mero definitivo de v¨ªctimas de este todav¨ªa supuesto asesino en serie que amenaza con superar todos los r¨¦cords establecidos hasta ahora en esta materia en el Reino Unido.Una gloria dudosa, incluso en un pa¨ªs donde la fama -proceda de donde proceda- se cotiza alto, como ha apreciado ya una prestigiosa firma de seguros, Halifax, al reconocer que el precio de ese t¨¦trico edificio del 25 de Cromwell Street puede alcanzar cifras astron¨®micas entre los coleccionistas m¨¢s exc¨¦ntricos Aunque su valor haya ca¨ªdo en picado para la gente com¨²n Trisha Doren pertenece a ese inmenso grupo humano y vive a una manzana de la calle fat¨ªdica, en Gloucester. Trisha Doren cree que la casa de los horrores ser¨¢ la ruina de la ciudad. "Nos van a conocer s¨®lo por eso", dice. Despeinada y todav¨ªa en zapatillas, la se?ora Doren ha salido apresuradamente de su domicilio con la ¨²nica intenci¨®n de ver con sus propios ojos la fachada deslucida de una casa por delante de la cual ha pasado mil veces. "Aunque a ¨¦l nunca le vi", dice la se?ora Doren bajando un poco la voz.
El gran misterio
Frederick West. ?l es el gran misterio. Un personaje aparentemente insignificante, pese al aspecto feroz que presenta en la ¨²nica fotograf¨ªa de juventud difundida por la polic¨ªa. Pero los a?os han matizado los rasgos hasta convertir al se?or West -un obrero de la construcci¨®n que se ganaba la vida haciendo chapuzas de mayor o menor envergadura- en un abotargado cincuent¨®n m¨¢s bien grueso, de peque?a estatura, abundante pelo negro y cierta tendencia a los desmayos.
Cuando, el jueves 3 de marzo el juez de Gloucester encargado del caso le comunic¨® la acusaci¨®n de asesinato que pesaba sobre ¨¦l, Frederick West sufri¨® un desfallecimiento. Para entonces eran s¨®lo tres sus hipot¨¦ticas v¨ªctimas. Ahora se enfrenta a ocho asesinatos, supuestamente cometidos entre enero de 1972 y febrero del a?o en curso. Es decir, el tiempo que residi¨® en Cromwell Street.
Veintid¨®s a?os de una existencia anodina, en una tranquila ciudad de provincias de Inglaterra de unos 120.000 habitantes que conserva escasas huellas de su glorioso pasado medieval. Veintid¨®s a?os manejando con destreza una doble vida. Algo no tan infrecuente, sobre todo en un pa¨ªs donde las formalidades ahogan cualquier intento de naturalidad. Claro que la doble Vida de Frederick West ten¨ªa una peque?a particularidad: a su alrededor desaparec¨ªa la gente.
Un buen d¨ªa, har¨¢ unos 25 a?os, se esfum¨® sin dejar rastro su primera mujer, una escocesa llamada Catherine Costello, camarera de un pub en Ledbury, en Herefordshire, al que West, sin profesi¨®n conocida por esas fechas, se aficion¨® enseguida. Ella ten¨ªa 18 a?os y ¨¦l 21 cuando decidieron casarse en 1962. Catherine no lleg¨® a vivir nunca en Cromwell Street. Seg¨²n su ex marido, despu¨¦s de una traum¨¢tica ruptura, se hab¨ªa decidido a regresar a Escocia para rehacer su vida. La polic¨ªa sospecha que tuvo acceso, efectivamente, a otra vida y ha iniciado la b¨²squeda de su cad¨¢ver. La hip¨®tesis que maneja es que los restos de Catherine puedan estar enterrados en un campo pr¨®ximo a su primer domicilio. Quiz¨¢ junto al de Charmain, la mayor de las dos hijas del matrimonio. Luego, cuando Frederick West contraj¨® matrimonio con su segunda esposa, Rosemary Letts, una vecina 12 a?os menor que ¨¦l, y ambos iniciaron el negocio hotelero, ya instalados en Cromwell Street, empezaron a desaparecer algunas de sus hu¨¦spedes.
Era algo verdaderamente misterioso. Aunque, despu¨¦s de todo, qu¨¦ le importaba a la gente lo que ocurriera en aquella casita de tres plantas situada junto a la iglesia de los Adventistas del S¨¦ptimo D¨ªa. Algunas de esas j¨®venes jam¨¢s fueron reclamadas por nadie.
M¨¢s tarde, en mayo de 1987, desapareci¨® Heather, nacida de su segunda mujer, Rosemary, con la que empez¨® a convivir antes de contraer matrimonio, en 1972.
"Un d¨ªa me di cuenta de que Heather no estaba nunca en casa y le pregunt¨¦ a Fred por ella. "Se ha ido con un novio", me contest¨®". As¨ª qued¨® satisfecha la curiosidad de Graham Letts, t¨ªo de la fallecida Heather y, al parecer, una de las pocas personas con las que la extra?a pareja manten¨ªa alguna relaci¨®n.
La vida en Cromwell Street no era, no pod¨ªa ser, sin embargo, excesivamente cerrada. Fred y Rosemary eran un matrimonio m¨¢s en una zona degradada donde parte de las necesidades de los vecinos est¨¢ a cargo de la asistencia social. Por la casa, convertida en modesto hotel, circulaban, adem¨¢s de los ocasionales hu¨¦spedes, los 10 hijos de la pareja. Una complicada amalgama de razas y colores debido, a decir del vecindario, a algunas veleidades de Rosemary.
No era m¨¢s conservadora la conducta de Fred West. Pese a la reserva policial en torno al caso, se sabe que el ¨²nico acusado del asesinato de ocho mujeres tuvo que comparecer hace un a?o ante los jueces de Gloucester bajo la acusaci¨®n, nunca probada, de haber violado repetidas veces a una de sus hijas. Testigos bien pagados por los voraces tabloides brit¨¢nicos le se?alan como un degenerado sexual aficionado al v¨ªdeo dom¨¦stico. Sexo, violencia y muerte formaban parte de la otra cara del modesto alba?il y antiguo conductor de camiones, crecido en Much Marcle, un pueblecito pl¨¢cido de la campi?a de Kempsey, a unos 40 kil¨®metros de Gloucester.
All¨ª vive a¨²n uno de sus hermanos, en una casa custodiada ahora permanentemente por la polic¨ªa. Ni familiares ni conocidos tienen nada que contar sobre West. Muchos ni siquiera le recuerdan, y otros, los que le conocen bien, han optado por vender la exclusiva a la prensa sensacionalista.
Sin embargo, hay algo en la incre¨ªble historia de Frederick West que ha proyectado una sombra de duda sobre la sociedad brit¨¢nica en su conjunto. No se trata ¨²nicamente de la sorprendente impunidad con la que pudo entregarse a tan siniestras excavaciones en el patio de una casa circundada por un vencindario atiborrado de gente, sino de la tremenda certidumbre de lo sencillo que puede resultar desaparecer por completo en el Reino Unido.
?Qu¨¦ fue de Mary Balstholm?
La ¨²ltima vez que la vieron, Mary se encaminaba a casa de un amigo con el que hab¨ªa quedado para jugar al monopoly. Pero nunca lleg¨® a su destino.De eso han pasado ya 26 a?os y en todo ese tiempo nadie ha vuelto a saber nada del paradero de Mary Balstholm, una joven camarera de 15 a?os que resid¨ªa con su familia en el ¨¢rea de Gloucestershire.
Mary, como Lucy Partington, estudiante de la Universidad de Exeter, de 21 a?os de edad, vista por ¨²ltima vez en una parada de autob¨²s el 26 de diciembre de 1978, forman parte de la legi¨®n innumerable de personas desaparecidas que, de acuerdo con estimaciones no oficiales, se sit¨²a en torno a las 250.000 personas en el Reino Unido.
El macabro descubrimiento de nueve cad¨¢veres en el n¨²mero 25 de Cromwell Street ha desatado la angustia entre los familiares de muchos de esos desaparecidos. Especialmente en el caso de Lucy y Mary. Las sospechas de que algunos de los restos humanos exhumados pudieran corresponder a alguna de las j¨®venes no parece una hip¨®tesis descabellada. Pero no se trata s¨®lo de ellas.
Los tel¨¦fonos de la oficina de personas desaparecidas de Gloucester han quedado colapsados por la aval¨¢ncha de llamadas producida en los ¨²ltimos d¨ªas. La neurosis se ha desatado en un pa¨ªs donde no existe un registro centralizado de personas desaparecidas. Funciona la Oficina de Personas Desaparecidas (Missing Persons Bureau), una organizaci¨®n altruista que trabaja con escasos medios en el inventariado y la obtenci¨®n de datos que permitan la b¨²squeda de aquellos que voluntaria o involuntariamente pierden las conexiones familiares.
Sin embargo, muchos de los que se desvanecen un buen d¨ªa ni siquiera son incluidos en ese listado. ?Razones? Sophie Woodforde, portavoz de la MPB, lo explicaba hace unos d¨ªas de forma sumamente convincente: "Cuando la persona que desaparece ha cumplido los 18 a?os, deja de ser considerada como un ser vulnerable por parte de la polic¨ªa, cuyos recursos econ¨®micos son bastante limitados".
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