El orden de lo sensible
Esta exposici¨®n nos ofrece, por razones varias, un emocionante canto de vitalidad, algo que en el actual tiempo atolondrado, tan dado a desconciertos, mezquindades y retrocesos estrat¨¦gicos, fascinaciones pacatas y trivializaciones, resulta un hecho particularmente reconfortante.Lo es, en primer lugar, por el modo en que una de las grandes profesionales de nuestro panorama art¨ªstico, la galerista Elvira Gonz¨¢lez, encara, en este espacio nuevo, una nueva andadura, y en el hecho de que lo haga, precisamente, de la mano de una figura como la de Esteban Vicente. No en vano, en ese sentido y contexto -en el del tiempo presente como en el de ese espacio que abre sus puertas a una vocaci¨®n inc¨®lume- la deslumbrante obra ¨²ltima del artista se impregna con la resonancia de un s¨ªmbolo.
Esteban Vicente
Galer¨ªa Elvira Gonz¨¢lez. General Casta?os, 9. Madrid. Hasta el de abril.
No caer¨¦ en la tentaci¨®n, tan f¨¢cil como grosera, de subordinar la sorpresa magistral de estos trabajos recientes del gran pintor segoviano a lo que la impertinencia del calendario afirme sobre su autor. Nacido en Tur¨¦gano, en 1903, Esteban Vicente tiene hoy, como es notorio, la edad que estas pinturas traslucen en esa intensa y subterr¨¢nea sabidur¨ªa del color que avanza hacia su misterioso centro, para resolverse, como es privilegio de los grandes, en una parad¨®jica apariencia de facilidad, tan natural e intrincada como el acto mismo de respirar.
Testigo y actor
El temprano afincamiento en los Estados Unidos, en 1936, que le permite ser testigo y actor de excepci¨®n, desde su germen primero, en una de las aventuras mayores de la creaci¨®n contempor¨¢nea, cort¨® sin embargo practicamente todo lazo, durante medio siglo, entre el trabajo de Vicente y el contexto espa?ol.
Su memoria no ser¨¢ restituida, sino de forma singularmente tard¨ªa, hasta la excelente retrospectiva del 88. Pero si aquella evocaci¨®n de la trayectoria del pintor permiti¨® reconocer su contribuci¨®n hist¨®rica al debate generacional del expresionismo abstracto, nos descubri¨® asimismo, m¨¢s all¨¢ de su propia leyenda, a una figura que nos resulta, en cierto sentido, m¨¢s cercana y palpitante. Me refiero, por supuesto, al Vicente de las dos ¨²ltimas d¨¦cadas y a su soberbia b¨²squeda en torno a una ordenaci¨®n emocional del espacio centrada ¨²nicamente en las armas del color.
A lo largo de este ¨²ltimo lustro -y de la misma mano que nos brinda ahora su cap¨ªtulo m¨¢s reciente- hemos podido seguir los pasos de esa aventura ejemplar, en la que la pintura de Esteban Vicente persigue, ensimismada, un misteriosa epifan¨ªa en su paisaje interior. Y, en ese sentido, las pinturas reunidas por esta muestra no habr¨ªan de sorprendernos cuando alcanzan, en un registro u otro, un equilibrio m¨¢s di¨¢fano y certero a¨²n de esa emoci¨®n. Si encierran, tal vez, una sorpresa m¨¢s precisa los collages que las acompa?an. Maestro indiscutible del medio, Vicente tend¨ªa aqu¨ª, desde finales de los sesenta, a recorrer senderos paralelos a la pintura. En esta etapa ¨²ltima, por el contrario, parece remitirnos a una s¨ªntesis que interroga, desde el presente, la huella de sus or¨ªgenes.
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