Ciudad sobre ruedas
Buena parte de los madrile?os van y vienen enlatados en los envases colectivos del autob¨²s y el metro o en recipientes particulares, cajas fuertes de la soledad, camino del trabajo. Horas al d¨ªa, jornadas en la semana, meses, a?os de la vida ante el parpadeo de los sem¨¢foros. Extra?a especie, la humana, que estruja el ingenio para comportarse lo m¨¢s insolidariamente que sus medios le permiten. Los que cada ma?anita salen de sus casas como si estuvieran ardiendo y regresan, horas despu¨¦s, quemados, cenizas de s¨ª mismos, ermita?os forzosos, contemplativos de los alucinantes mecanismos, la incertidumbre de las horas punta, el escozor de los embotellamientos, la manifestaci¨®n reivindicativa imprevista, la c¨®lera gesticulante de los otros. El pan, la angustia nuestra de cada d¨ªa.Distinto este tormento cotidiano de las excursiones familiares que traen otros refinamientos perversos en el retorno hostil, la caravana, la exasperada compa?¨ªa. Por supuesto, nos ponemos en lo peor, pues tenemos o¨ªdo que es notable el n¨²mero de personas que disfrutan con su autom¨®vil utilitario. Como hace a?os que estoy manumitido, indultado de patr¨®n tan exigente, percibo de otra forma a cuantos, por su voluntad, se encadenan al volante y se pillan el albedr¨ªo al cerrar la portezuela. Fui uno de ellos.
Son, empero, el signo del ¨¦xito, el emblema del triunfo social, pagado a plazos y, en nuestros d¨ªas, con el s¨¢dico aditamente de que hablan, interpelan al conductor como si los recientes modelos fuesen c¨®nyuges avinagrados: "?El cintur¨®n! ?Se acaba el combustible! ?Revise el circuito el¨¦ctrico! ?Det¨¦ngase ahora mismo!". S¨®lo falta que en el infortunio de un accidente resonara la antip¨¢tica voz: "Ya te lo hab¨ªa dicho".
En ocasiones, cercanas al dispendio, tomo un taxi. Por cierto, muy publicitada como ¨²ltima edici¨®n del Diccionario de la Lengua Espa?ola -que es de 1992- nos ofrece una novedosa segunda acepci¨®n de la mitad de este concepto griego, que no aparec¨ªa en las anteriores. "Taxi, 2: prostituta que mantiene a un proxeneta". Imaginamos que los inmortales lo han hecho sin mala intenci¨®n.
Tomo un taxi y saludo al conductor, lo que suele sorprenderle y da pie al comentario sobre asuntos de actualidad, en general agudo y acertado. El taxista, como antes el barbero, ejerce un oficio muy comunicativo, con interlocutores apenas percibidos en el espejo retrovisor. Conversaciones de espaldas, repartiendo la atenci¨®n entre las sirtes del tr¨¢fico, el atolondrado que bandea por la izquierda, el bache inesperado y las preocupaciones que entretienen al com¨²n de la ciudadan¨ªa.
?Que si se nota la crisis? Ptssch... Calculo que trabajamos un 30% menos. ?De noche? Ni hablar. Servidor se retira cuando oscurece. Lo de los cristales que dividen el coche, qu¨¦ quiere que le diga, no me acaba de gustar. Quitan, ?c¨®mo le dir¨ªa yo?, calor al curre (otros son partidarios). Demasiadas horas encerrados aqu¨ª, con uno mismo, la radio, la centralita de la empresa y el miedo a las multas".
En el taxi urbano ocurre de todo. Las primerizas rompen aguas, se oyen los primeros vagidos, aparecen carteras con dinero, se besan los amantes impacientes.
-A m¨ª me han asaltado tres veces. En otra ocasi¨®n llev¨¦, a la fuerza, claro, a un par de atracadores, uno de ellos con el vientre atravesado; le dispar¨® una joyera... No esta ¨²ltima, no. Otra, hace unos a?os. Me obligaron a trasladarle a una cl¨ªnica, cuando yo les dec¨ªa que al hospital. Claro, el chaval palm¨®, precisamente en mi auto.
Cientos de rostros entrevistos en el cristal azogado, voces de mujer, de hombre, balbuceo del forastero de otras tierras. Saben, tambi¨¦n, escuchar, si el trayecto es presumiblemente prolongado y entonces se transforman en el confidente, consejero, algo as¨ª como psicoanalista ambulante que acierta, al menos, con algo que nos concierne: llevamos hasta nuestro destino.
El veterano va siendo reemplazado por nuevas generaciones a quienes hay que orientar y dirigir; ignoran las referencias castizas y las m¨¢s recientes. La glorieta de San Bernardo (no se llama as¨ª), al teatro de La Latina, las Rondas, los bulevares, el caf¨¦ de Gij¨®n y las innumerables urbanizaciones adyacentes, donde uno acaba dudando de que all¨ª se haya predicado el evangelio. ?C¨®mo hacerse entender al indicar que la calleja est¨¢ cerca del antiguo campo del Atl¨¦tico o en las inmediaciones del "hotel del Negro". Quedan experimentados taxistas que se jubilan antes que los viejos clientes.
Ser¨ªa interesante que alguno de estos industriales decidiera redactar sus memorias. Ejemplos hay de jovencitas veintea?eras que destilan su experiencia vital. No saben lo que dicen y lo que saben, se lo callan. ?Si los taxistas contaran!
Eugenio Su¨¢rez es escritor.
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