Percepciones literarias de EE UU
El novelista y ensayista norteamericano Gore Vidal, siempre agudo y mordaz, vino a decir en una entrevista que su pa¨ªs no era una civilizaci¨®n, sino un estado de ¨¢nimo, y sobre ese soporte mental funcionaban sus paisanos. Adem¨¢s, se?al¨® que las dos pasiones de los estadounidenses eran la ambici¨®n y la envidia, ambas ajenas y lejanas a la comprensi¨®n de los problemas del vecino. A mi juicio, estas afirmaciones tan duras no pueden contemplarse al margen del basamento calvinista tradicional heredado -la iniciativa individual, la laboriosidad, el ascetismo, el af¨¢n de lucro y el ¨¦xito-, que, seg¨²n las ¨¦pocas, se han visto reforzadas o debilitadas, a tenor de las modas al uso, por la presi¨®n de la main stream de la sociedad norteamericana, que, por supuesto, posee una cualidad admirable: la capacidad de autocr¨ªtica.De otra parte, los pu?ados de gentes que sentaron las bases de la moral c¨ªvica en Estados Unidos eran, en una proporci¨®n considerable, marginados sociales y expulsados por razones religiosas -en definitiva, se trataba de gente fan¨¢tica y resentida- del Viejo Continente, con la particularidad de que los puritanos ingleses y holandeses que arribaron a las costas del este estadounidense se transformaron, tras la arribada, en seres distintos: de expulsados peregrinos pasaron a ser tenaces perseguidores de brujas e ind¨ªgenas en los nuevos territorios.
La nueva sociedad surgida, a partir de 1620, del trasvase fue un colectivo raro, bastante disperso en enclaves y sin sentido del pasado; tan raro y sin referencias de su pasado reciente, puesto que, todav¨ªa hoy, procura borrar ese "d¨ªa de ayer" y, de ser posible, hasta olvidarlo de manera definitiva. No puede extra?ar, por tanto, que la sociedad norteamericana contempor¨¢nea consista en una convivencia din¨¢mica y emprendedora, muy m¨®vil y sin asideros reales, pero vulnerable y con tendencias a que alguien pueda apropiarse de ella, por mor de un liderazgo desaprensivo. Los ¨²ltimos ejemplos hay que verlos en la fuerza persuasiva de los teleevangelistas, que, en muchos casos, han resultado ser gente sin moral individual y sin ¨¦tica en la gesti¨®n de los fondos recibidos por donaciones y por cuotas de almas c¨¢ndidas y necesitadas de apoyos espirituales.
El sue?o americano, como todos los sue?os de los humanos, se encuentra colmado de contradicciones e inconsecuencias y, sobre todo, de desencuentros a escala personal y familiar. Y las percepciones que del pa¨ªs tienen los propios norteamericanos son tan ricas o pat¨¦ticas como plurales e ingenuas. El ya citado Gore Vidal considera que se trata de una sociedad dedicada al comercio de personalidades, lo cual genera un sentimiento de irrealidad. Nathaniel Hawthorne lleg¨® a manifestar, en el siglo XIX, que Estados Unidos sirve para m¨²ltiples prop¨®sitos admirables, pero no para vivir all¨ª. Djuna Barnes pone en boca de uno de sus personajes -el doctor Matthew O'Connor en El bosque de la noche- una afirmaci¨®n que no tiene desperdicio: "Porque soy americano lo creo todo". Paul Bowles, neoyorquino afincado en T¨¢nger y autor de The sheltering sky, admite con una cierta y amarga impotencia: "Para m¨ª, Estados Unidos s¨®lo representa el curso del d¨®lar; si sube, todo va bien; si baja, todo va mal". Para el autor de Matadero cinco, Kurt Voringut Jr., la cultura norteamericana es una "cultura de rev¨®lver", tan pr¨®xima a la idea de frontera, o, mejor dicho, es un reflejo del decimon¨®nico esp¨ªritu de frontera. Con todo, reconoce y arregla su dosis de pesimismo con la siguiente declaraci¨®n: "Por suerte, tenemos la Constituci¨®n y, sobre todo, el Bill of Rights: las dos ¨²nicas cosas que hacen que el pa¨ªs siga entero". Pero ese rasgo providencialista y ut¨®pico enmarcado en la legislaci¨®n lo rebaja Sa¨²l Bellow, el escritor jud¨ªo de Chicago, al terreno de lo m¨¢s primario cuando admite que Estados Unidos es una sociedad del dinero y del placer, aunque se fuerce en mantener y promover, televisivamente, una angelizaci¨®n pertinaz de s¨ª misma, ahincada en la firme convicci¨®n de su pureza de destino, que, l¨®gicamente, origina un manique¨ªsmo igualmente esencial. Una gran parte de la culpa de tal comportamiento lo achaca Bellow a que la sociedad norteamericana "est¨¢ en manos de unos mass media espantosos, feos, ignorantes, arrogantes y tremendamente influyentes".
Como no pod¨ªa ser menos, ha sido un periodista, Dan Rather, quien ha contrapuesto esa demoledora tesis con otra no menos apabullante y reveladora: "Nuestra sociedad cree en el poder¨ªo; la prensa, en su reparto; y la prensa en este pa¨ªs es un poder que hace realmente de contrapoder". Pero las interpretaciones de la american way of life, copiada y representada tan mal por tantos allende sus propias fronteras, son innumerables, casi tantas como los ciudadanos que la habitan, sopor tan y tal vez padecen. As¨ª, Norman Mailer la ataca con su frase aniquiladora, muy cercana al insomnio: "USA, the great american bitch". Por su parte, Tom Wolfe utiliza su habitual esnobismo fr¨ªo y c¨ªnico -muy del Este wasp- para reconocer de modo suficiente y distante: "Despu¨¦s de todo, jam¨¢s en la historia del mundo ha habido un espacio de libertad tan gran de como en el Estados Unidos de hoy". Aun cuando sea cierta la afirmaci¨®n de Wolfe, tal vez ech¨® en el olvido la voracidad del mundo de los negocios, que reina en Estados Unidos, y que fue titulada por Mark Twain como 9a gran barbacoa americana". Los historiadores Alan Bloom y Paul Kennedy son los exponentes m¨¢ximos de hoy del cierto pesimismo nacional que respira una sociedad, la norteamericana, tan acostumbrada y apegada al optimismo y al ¨¦xito con car¨¢cter permanente.
Como puede apreciarse, hay opiniones para todos los gustos entre los letraheridos norteamericanos, que, por otra parte, han aceptado la condimentaci¨®n de una nueva teor¨ªa social: Estados Unidos ha superado ya su tesis del crisol c¨¦lebre melting pot-. La experiencia real de los a?os noventa de este siglo es la de la ensaladera -el salad bowl-. En consecuencia, no existe una cultura del mestizaje en el pa¨ªs, sino una sociedad multi¨¦tnica y pluricultural, a causa de la creciente presencia de hispanos y asi¨¢ticos en la vida norteamericana, que son los que se encargan de avalar la reciente formulaci¨®n: "USA is a salad bowl", en la que casi 30 millones, incluidos los ilegales, son hispanos. A nuevas tesis, nuevos esl¨®ganes.
Pero, dejando al margen los conceptos culturales y las diferentes definiciones de identidad, ?c¨®mo piensa o qu¨¦ le preocupa al ciudadano medio norteamericano en un momento tan vol¨¢til e inaprensible como el que se vive? De los datos que manej¨® Philippe Gavi, en 1988, se observa que el ciudadano medio de Estados Unidos se mueve entre grandes causas y grandes miedos. Las primeras, continuadoras de la mitolog¨ªa nacida hace dos siglos largos -tras la independencia de Gran Breta?a de las 13 colonias americanas-, hacen referencia a la familia, la educaci¨®n de los hijos, la integridad del territorio nacional, el estilo de vida y las convicciones religiosas; y los segundos, es decir, los grandes miedos que se registran en el cuerpo social, son la droga, la desaparici¨®n de los valores familiares -Estados Unidos contabiliza un 50% de matrimonios rotos-, el incremento de la criminalidad, la irrupci¨®n del terrorismo en el suelo norteamericano y el aumento de la pobreza.
Se pone de manifiesto, una vez m¨¢s, que la sociedad norteamericana, a pesar de su vitalidad y poder¨ªo econ¨®mico, se mueve por principios y c¨®digos superficiales y muy a ras de suelo, mezclados con una et¨¦rea utop¨ªa, al tiempo que, en conjunto, muestra una recurrente orfandad. Quiz¨¢s la respuesta se halle en que cada vez es m¨¢s dificil compaginar una sociedad libre, justa y democr¨¢tica con un imperio, por muy poderoso que ¨¦ste sea. Tal vez tambi¨¦n esto sucede porque se trata de una naci¨®n joven, formada por unos ciudadanos sin historia ni anclajes bastantes, precisamente porque quieren olvidar un pasado muy severo y amargo en las viejas tierras europeas, las mismas a las que no quieren regresar, pero que les fascinan porque sus gastadas ra¨ªces se encuentran en ellas (Reino Unido, Holanda, Polonia, Alemania, Suecia, Irlanda, Italia, Centroeuropa, etc¨¦tera). El ¨¦pico autor de Moby Dick, Herman Melville, dej¨® escrito que "somos herederos de toda la humanidad y compartimos nuestra herencia con todos los pueblos". ?Llevaba raz¨®n el novelista norteamericano?
A este respecto, Susan Sontag ha llegado a lamentarse de la forma siguiente: "En Estados Unidos, uno carece de pasado, la gente no tiene memoria. No se interesan por la historia...", "cuando hacen pol¨ªtica extranjera creen que la vida empez¨® ayer, y no es as¨ª. Todos tenemos ra¨ªces". Considero que las palabras de la escritora norteamericana abundan en mi discurso, aparte que ponen un dedo en la llaga del costado d¨¦bil que ofrecen las relaciones internacionales de Estados Unidos, y, muy especialmente, las ata?ederas con las naciones latinoamericanas, sus vecinos del Sur. Y pregunto, ?c¨®mo es posible vender el eslogan del sue?o americano cuando lo que se padece en el lugar es un insomnio, pespunteado de freudismo a precio de saldo? Dejo la respuesta en manos de los escritores norteamericanos. En esa gran naci¨®n desigualmente poblada, alguien, y en alg¨²n momento, coment¨® que la desmesura de Estados Unidos tal vez procede de "tener demasiado de todo, salvo de historia". Igual lleva raz¨®n.
es escritor.
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