El crism¨¢dromo de Col¨®n
A veces pienso que los mayores nos ocupamos demasiado de los ni?os, al amparo y coartada de perpetrarlo por su bien. Alrededor de la infancia se ha creado, en nuestra edad moderna, una compleja industria que mueve intereses multimillonarios. Todo por ellos, desde la mu?eca, que acabar¨¢n vendi¨¦ndola como seropositiva, hasta las m¨¢s enrevesadas fantas¨ªas de marcianitos que nos dar¨ªan pavor si tuvieran tama?o natural. Llevan mucho tiempo funcionando los parques de Disney en ambas costas americanas, y languidece ahora el que alzaron en las inmediaciones de Par¨ªs, donde la diversi¨®n y el riesgo de neumon¨ªa parecen ir juntos. La verdad, comprobada personalmente, demuestra que son los mayores quienes lo pasan pipa.Se est¨¢ cometiendo un grave atentado contra lo m¨¢s importante e Insustituible de la ni?ez, que es su capacidad de fantas¨ªa, suplantada por retorcidas mentalidades que, en el peor de los casos, quiz¨¢ sean la venganza japonesa por el viejo asunto de Madame Butterfly, que no parecen haber olvidado.
M¨¢s o menos fueron los primeros pensamientos que vinieron a mi mente cuando vi a unos cr¨ªos, de 9 o 10 a?os, que acababan de inventar un entretenimiento -in¨¦dito, al menos para m¨ª- que ignoro incluso si ya tiene nombre. He bautizado el juego como el crism¨¢dromo, lugar id¨®neo para romperse la crisma. Es sencillo e imaginativo, como todo fruto de la creatividad pueril.
Les he visto ejercitarlo en la escalera mec¨¢nica que lleva al paso subterr¨¢neo bajo la plaza de Col¨®n. Simplemente se deslizan por el pasamanos rodante y aterrizan dando una airosa pirueta. Requiere destreza, habilidad y excelente forma f¨ªsica, aptitudes de las que parec¨ªan sobrados los tres chavales.
As¨ª enunciado no parece ser un esparcimiento vers¨¢til, variado y alternativo. Lo es. Primeramente, la repetida experiencia de pasar a menudo por aquel lugar me recuerda que las dichas escaleras municipales casi nunca funcionan, faceta e ingredientes aventureros para la diversi¨®n. Luego, aunque se trata de un enclave urbano poco frecuentado, han de esperar a que la improvisada pista se encuentre expedita y libre de viandantes.
Con asombro y curiosidad, creo que comprensibles, me detuve a fin de admirar la haza?a, evidentemente competitiva. Una joven pareja de turistas -se les conoce en que llevan la m¨¢quina fotogr¨¢fica en bandolera- desenfund¨® el aparato para captar el original eslalon. Los chicos, apercibidos de la expectaci¨®n despertada, suspendieron el atl¨¦tico ejercicio, desde?ando los gestos animosos tanto m¨ªos como de los forasteros.
"Ya entiendo", dije para m¨ª. "El ejemplo de los mayores estimula el lado mercantil y positivo de su conducta. Estos nenes no vuelven a tirarse por ah¨ª a menos que medie una sustanciosa cantidad de pasta". Me equivocaba, o quiz¨¢ la tentaci¨®n y el prop¨®sito fueron desechados por mayor¨ªa, en este caso, simple y absoluta. El esp¨ªritu deportivo se sobrepuso a la imaginada concupiscencia y, tras ignoradas deliberaciones, uno tras otro, descendieron por el imprevisto tobog¨¢n.
Inici¨¦ un t¨ªmido aplauso y los turistas consumieron la carga, incit¨¢ndoles a repetir la acrobacia, lo que hicieron de buen grado y con displicencia. No cabe duda de que contaba el ingrediente del riesgo y por ello imagin¨¦ el nombre citado, aunque dudo y conjuro la posibilidad de que se descrismen. Lo que me pasmar¨ªa ser¨¢ que, en un futuro pr¨®ximo, estos muchachos act¨²en en solitario; algunos avispados progenitores pretender¨¢n tarifar las im¨¢genes e incluso tramitar sustanciosas exclusivas. Es el signo de los tiempos, que dir¨ªa un imb¨¦cil.
Eugenio Su¨¢rez es escritor.
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