El ejemplo espa?ol interesa a Rusia
El inter¨¦s que se muestra en Rusia por la visita oficial de Bor¨ªs Yeltsin a Espa?a, prevista para el 11 al 13 de abril, no se limita a la espera de un ¨¦xito en las futuras negociaciones de los l¨ªderes de ambos pa¨ªses. Por supuesto, los rusos aplaudir¨¢n la firma del Tratado de Amistad y de Colaboraci¨®n y otros documentos bilaterales importantes. Y tambi¨¦n es indudable la reacci¨®n positiva de nuestra opini¨®n p¨²blica a las iniciativas conjuntas de Rusia y Espa?a en aras de la paz y la seguridad en Europa y en todo el mundo.Pero no s¨®lo eso es importante para los ciudadanos rusos. Ellos esperan que la nueva visita de Bor¨ªs Yeltsin a tierra espa?ola le permita reunir m¨¢s informaci¨®n sobre la extraordinaria experiencia recopilada en Espa?a durante la construcci¨®n del Estado de derecho despu¨¦s de la muerte de Franco. En todo caso, yo, habiendo sido testigo directo de la transici¨®n espa?ola de la dictadura a la democracia, aprecio sobre todo este aspecto de la visita.
El siglo XX, que llega a su fin, entrar¨¢ en la historia como una ¨¦poca de violentas conmociones no s¨®lo en la arena mundial, sino tambi¨¦n en el interior de numerosos Estados. Como contrapeso a la dictadura de ultraizquierda, establecida por los bolcheviques en 1917 en territorio del imperio ruso, en varios puntos de la Tierra empezaron a surgir como setas reg¨ªmenes an¨¢logos de ultraderechas. En particular, en Alemania, Italia y Jap¨®n. Espa?a tampoco pudo evadirse de este destino.
Los alemanes, los italianos y los japoneses pagaron cara su liberaci¨®n de la dictadura: fueron derrotados en una sangrienta conflagraci¨®n mundial con todas las consecuencias inevitables. Muchos cre¨ªan que sin una guerra el totalitarismo sovi¨¦tico no podr¨ªa ser aniquilado. Pero la creaci¨®n de las armas at¨®micas excluy¨® la posibilidad de desatar impunemente acciones militares contra pa¨ªses poseedores de cohetes nucleares, pues tal guerra significar¨ªa el suicidio colectivo de la humanidad. La ¨²nica posibilidad que quedaba era preparar el desmontaje de la dictadura desde dentro, bas¨¢ndose en aquellas fuerzas democr¨¢ticas que no pod¨ªan no formarse dentro del propio sistema totalitario sovi¨¦tico. El mismo camino recorri¨® Espa?a durante la transici¨®n. Mostr¨® a todo el mundo que es posible llegar al triunfo del sistema democr¨¢tico sin el derramamiento de sangre que hab¨ªa acompa?ado al establecimiento de la dictadura. Los antiguos adversarios que se enfrentaron durante la guerra civil, los antiguos vencedores y los vencidos no se cambiaron sus papeles, sino que coexisten normalmente, luchando pol¨ªticamente mediante la participaci¨®n en las elecciones. La ¨²nica excepci¨®n es, igual que en otros pa¨ªses, un pu?ado de extremistas que se colocan fuera de la ley.
En aquellos tiempos, cuando hacer paralelos evidentes entre las situaciones en Espa?a y Rusia era imposible por el r¨ªgido control de la censura, la misma informaci¨®n objetiva sobre los cambios en Espa?a ayudaba a educar a los futuros reformistas de nuestro sistema social. Me admiraba -y sigue admir¨¢ndome- la sabidur¨ªa y la valent¨ªa de su majestad el rey don Juan Carlos, que se dio cuenta de la necesidad de cambios democr¨¢ticos y los realiz¨® desde arriba con el apoyo de la mayor¨ªa absoluta de los espa?oles. Me admiraba -y sigue admir¨¢ndome- la clarividencia de los pol¨ªticos espa?oles que en el momento m¨¢s responsable de la construcci¨®n del Estado de derecho dejaron por un tiempo de lado sus desacuerdos, reconociendo el papel secundario de ¨¦stos en comparaci¨®n con la tarea fundamental de conservar la paz civil. Me admiraba -y sigue admir¨¢ndome- lo civilizados que son los millones de los ciudadanos del pa¨ªs, que con un esfuerzo com¨²n superaron la divisi¨®n entre las dos Espa?as y acordaron resolver las discusiones pol¨ªticas en elecciones libres y no en combates callejeros.
En oto?o de 1977, el Gobierno y todos los partidos representados en el Parlamento elaboraron en conjunto un programa de acciones econ¨®micas y pol¨ªticas destinadas a superar definitivamente la herencia franquista y pasar a la democracia representativa: el Pacto de la Moncloa. Un a?o despu¨¦s se acab¨® de elaborar el proyecto de Constituci¨®n democr¨¢tica de Espa?a, escrito por siete personas que estaban muy lejos de ser correligionarios. Tres de ellos representaban la gubernamental Uni¨®n de Centro Democr¨¢tico; los dem¨¢s eran un neofranquista, un nacionalista catal¨¢n, un socialista y un comunista. Su trabajo transcurri¨® a puertas cerradas, lo que exclu¨ªa el uso de las divergencias entre los siete sabios en la propaganda de los partidos y facilitaba la b¨²squeda de compromisos.
Desgraciadamente, no todas las lecciones de la experiencia espa?ola se tomaron en consideraci¨®n, aunque muchas de ellas pudieron ser aplicadas a la realidad sovi¨¦tica y posteriormente a la rusa. Mijail Gorbachov -en el cual yo ve¨ªa al principio algunos rasgos de Adolfo Su¨¢rez (adem¨¢s, ambos fueron los ¨²ltimos secretarios generales de los partidos gobernantes de sus pa¨ªses: uno del PCUS, otro del Movimiento), a diferencia de su colega espa?ol, result¨® ser una persona vacilante y sin una estrategia clara. Cuando deb¨ªa dar un paso decisivo hacia la disoluci¨®n del viejo partido y la creaci¨®n de un pluripartidismo real, tuvo miedo de perder el poder y dio la espalda a los que tendr¨ªan que ser sus aliados m¨¢s naturales: a los dem¨®cratas.
Me acuerdo de que en 1991, el d¨ªa del d¨¦cimo aniversario del fallido golpe del 23-F, escrib¨ª en una revista moscovita que para Espa?a aquello ya es historia, mientras que en la URSS algo parecido pod¨ªa ocurrir en cualquier momento. Y as¨ª sucedi¨®. En agosto del mismo a?o fuimos testigos del intento de usar el Ej¨¦rcito para volver al antiguo r¨¦gimen totalitario. Despu¨¦s de lo cual, conservar el enorme Estado multinacional en las fronteras de la ex URSS ya fue imposible.
La Rusia democr¨¢tica tampoco us¨® plenamente la experiencia espa?ola. Me refiero antes que nada a las lecciones de consenso de las principales fuerzas pol¨ªticas del pa¨ªs en el periodo de la transici¨®n. Si hubi¨¦ramos logrado tal consenso antes de la aprobaci¨®n de la primera Constituci¨®n democr¨¢tica, no habr¨ªamos visto la degradaci¨®n de la situaci¨®n pol¨ªtica y econ¨®mica que coloc¨® el pa¨ªs al borde de una nueva guerra civil en el oto?o del a?o pasado.
Felizmente, no todo est¨¢ perdido. Y es mejor aprovechar la experiencia de La Moncloa hoy que no hacerlo y dejar que la situaci¨®n se torne incontrolable mientras el nivel de vida de la poblaci¨®n sigue cayendo y el medio tradicional de solucionar las diferencias sigue siendo cualquier cosa que no sea una votaci¨®n. El 24 de febrero, m¨¢s de dos meses despu¨¦s del refer¨¦ndum en el cual se aprob¨® la nueva Constituci¨®n, Bor¨ªs Yeltsin lanz¨® oficialmente la consigna de reconciliaci¨®n del pa¨ªs. En su primer discurso del estado de la naci¨®n ante la Asamblea Federal subray¨® que, en el futuro, "no habr¨¢ vencedores en la lucha irreconciliable, y ¨¦sta s¨®lo conducir¨¢ a la destrucci¨®n del Estado".
La base del acuerdo, seg¨²n el presidente, tendr¨¢ que ser la Constituci¨®n, por la cual votaron personas de diferentes convicciones pol¨ªticas. Unos d¨ªas despu¨¦s, el 4 de marzo, Bor¨ªs Yeltsin volvi¨® al mismo tema en la reuni¨®n del Gobierno. Se pronunci¨® por la aprobaci¨®n del memor¨¢ndum sobre la paz civil que incluyera no s¨®lo una declaraci¨®n de intenciones, sino tambi¨¦n un mecanismo de responsabilidad por las decisiones que se tomen. Y, finalmente, el 10 de marzo, el presidente tuvo un encuentro en el Kremlin con los representantes de los partidos pol¨ªticos, fracciones parlamentarias y organizaciones sociales y les invit¨® a pensar el procedimiento para elaborar y firmar un acuerdo de paz y concordia social.
El Parlamento ruso apoy¨® los puntos principales del mensaje presidencial. Pero los adversarios del presidente, los que en octubre del a?o pasado se encontraban al otro lado de las barricadas, emprendieron enseguida un intento de usar la idea de la concordia para sus fines oportunistas, en contra de Yeltsin.
El ex presidente del Tribunal Constitucional Valeri Zorkin, el ex vicepresidente de Rusia Alexandr Rutsk¨®i y los l¨ªderes comunistas y nacional-patriotas anunciaron la fundaci¨®n de una superorganizaci¨®n llamada Concordia en Nombre de Rusia. Pero Rutsk¨®i y algunos de sus amigos manifestaron sin ambages que no ven ninguna posibilidad de colaborar con aquellos contra los cuales lucharon con las armas el 3 de octubre del a?o pasado. De tal modo, los antiguos insurgentes evidenciaron el car¨¢cter conflictivo de su iniciativa.
La reacci¨®n de Yeltsin ha sido tranquila, moderada y, al mismo tiempo, suficientemente dura. En nombre de la Administraci¨®n presidencial, nuestro servicio de prensa difundi¨® una declaraci¨®n donde se subraya que esperamos que la organizaci¨®n que se puso tan altisonante nombre contribuya eficazmente a preparar el acuerdo de paz civil en Rusia propuesto por Yeltsin y, despu¨¦s, a realizarlo. Por esta contribuci¨®n, la sociedad juzgar¨¢ la sinceridad de las intenciones de Concordia en Nombre de Rusia.
En todo caso, la preparaci¨®n del acuerdo va a toda marcha, y el presidente, que volvi¨® a Mosc¨² despu¨¦s de un descanso de dos semanas a orillas del mar Negro, declar¨® que una de las prioridades de nuestra pol¨ªtica es terminar de elaborarlo lo m¨¢s r¨¢pido posible. Muchos de los que se incorporaron a este trabajo ya estudiaron -lo s¨¦ por ellos mismos- la traducci¨®n rusa del texto del Pacto de la Moncloa. Espero que lo hayan hecho atentamente.
El futuro dir¨¢ si este acuerdo se firma y si llega o no a ser el Pacto de la Moncloa ruso. Ojal¨¢ que as¨ª sea.
Anatoli Krasikov es jefe del servicio de prensa del presidente Bor¨ªs Yeltsin y catedr¨¢tico de la Universidad de Mosc¨².
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