Religi¨®n y turismo
DOS MILLONES de coches en diez millones de movimientos: el c¨¢lculo posible se fija entre 400 y 500 muertos. Si la publicidad imp¨²dica de las v¨ªctimas no nos asusta y si las mejoras de las carreteras y del material no nos ayudan.?De qu¨¦ huimos en esta retirada desordenada? De la rutina, de la obligaci¨®n, de cierto orden. Unos van desde el centro hasta el mar como si volvieran a las aguas iniciales, a la metamorfosis en ameba o al l¨ªquido amni¨®tico; otros, al contrario, como los primeros anfibios, salen de ¨¦l hacia la vegetaci¨®n de la monta?a o hacia la ciudad m¨¢s culta (mal asunto: los museos han aprovechado para cerrar, porque sus cuidadores son tambi¨¦n presas de la compulsi¨®n de fuga).
El primero de los tres grandes jueves del a?o "que relumbran m¨¢s que el sol" inicia la gran temporada del ocio o del hast¨ªo: tras Semana Santa apunta el verano. La Iglesia ya ni se queja de la conversi¨®n en pagan¨ªa de estas fechas en que se conmemora la ejecuci¨®n del condenado a muerte m¨¢s llorado de la historia. Incluso advierten algunos que hay un nuevo sobresalto de creencias, como lo hay en otras religiones. En otros pueblos, este recordatorio de la muerte y el polvo y la sombra llega con fanatismos: con matanzas tan absurdas como todas, pero m¨¢s contradictorias si se relacionan con una creencia religiosa. Aqu¨ª salimos ya de aquella terrible etapa de hogueras y cadenas, aunque tuvieron un resucitar breve en el tiempo inicuo del otro r¨¦gimen; ya se va olvidando ese da?o postrero y las ¨²ltimas cadenas son las votivas de las, procesiones, que es de donde nos llegan los datos de m¨¢s j¨®venes movilizados por la fe que en otros a?os.
Ser¨¢ un signo, ser¨¢ una respuesta pol¨ªtica, o meramente psicol¨®gica, al tiempo del rechazo y la materia; ser¨¢ un equilibrio, y los tiempos que vengan dir¨¢n en qu¨¦ sentido se hace. Pero hoy Espa?a sigue en el goce y el disfrute de esta aventura regulada. De sus grandezas y sus servidumbres: la b¨²squeda de una naturaleza que apenas existe, o est¨¢ vallada, o poluta, o cuesta cara; la fatiga del esfuerzo no acostumbrado; la carest¨ªa arrojada como un conjuro contra la crisis; la negativa a desclasarse: hay quien se considera deshonrado si se le ve en su ciudad en estos d¨ªas; aunque ciertas clases altas, por el contrario, empiezan a presumir de lo contrario, de "no ser de ¨¦sos". Quiz¨¢ sean tambi¨¦n d¨ªas de peque?as formas de redistribuci¨®n de la riqueza, donde el dinero acumulado para ello va a parar al sector del turismo; bien llegado, sobre todo, a su servicio, que saca del paro a unos miles que volver¨¢n a ¨¦l en cuanto pasen las fiestas. Puede ser un buen a?o tur¨ªstico: tambi¨¦n hay males nacionales que vienen por bien, el de los viajeros que corren desde fuera a beneficiarse de la peseta derrumbada y de los precios de crisis.
No deb¨ªamos olvidar -en un pa¨ªs que conf¨ªa mucho su memoria a la piedra y al bronce porque el papel y la tinta se usan poco, las neuronas se desgastan y la televisi¨®n es efimera- hacer un monumento al turismo extranjero. En los peores tiempos nos ayud¨® a salir de la pobreza, nos mostr¨® costumbres, cuerpos, modas que aqu¨ª estaban sepultados, y hasta nos exigi¨® algunos h¨¢bitos culturales perdidos porque requer¨ªa que en su estancia hubiera algo m¨¢s que whisky, sexo de pescador y melanina tostada para las blancas pieles del norte.
Ayud¨® as¨ª a cuajar algunas libertades. Este a?o de crisis, cuando se duda de todo, el turismo extranjero hace su reaparici¨®n y nos ayuda, y va a volver a ser, entre estas fechas y los pocos meses que nos separan del verano, nuestra buena fuente de divisas. Cuidado, no lo ahuyentemos otra vez: no queramos matarlo en busca de sus huevos de oro, que ya los pondr¨¢ si el pajar es c¨®modo.
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