Brindis 'charnego' por Mars¨¦
No s¨¦ si fue en el verano de 1970 o de 1971, de uno de aquellos veranos t¨®rridos y literarios de la adolescencia, cuando las noches se prolongaban en insomnios hasta casi las madrugadas y la penumbra de las siestas ten¨ªa el grado de claridad justo para permitir la lectura y al mismo tiempo no abrirle paso al calor. Los veranos de los 14 o 15 a?os eran veranos largos, sentimentales y lectores, y el trato con los libros se parec¨ªa entonces a lo que en los catecismos para j¨®venes y en un poema de Jaime Gil de Biedma se llamaba, el vicio solitario: la lectura ten¨ªa lugar un poco clandestinamente, apelaba sobre todo al ejercicio de la imaginaci¨®n y sol¨ªa celebrarse en la cama, y en una habitaci¨®n cerrada. No por casualidad las personas con sentido com¨²n atribu¨ªan peligros parecidos al vicio de los libros y al del onanismo, y confund¨ªan a veces la palidez algo insalubre y el aire de ensimismamiento que provocaba el primero con las c¨¦lebres y perniciosas consecuencias del segundo.Hasta uno de aquellos veranos yo hab¨ªa cre¨ªdo siempre que las novelas trataban de otros mundos y de otros tiempos, de m¨¢quinas imposibles, de viajes a las profundidades mar¨ªtimas, al centro de la Tierra o a milenios futuros, de islas en las que estaban sepultados tesoros, de hero¨ªnas rubias y g¨®ticas, de aeronautas brit¨¢nicos que conmov¨ªan el siglo XIX cruzando en globo toda la anchura del continente africano. Cuando le¨ª, en 1970 o 1971, ?ltimas tardes con Teresa, me enter¨¦ de pronto de que las novelas tambi¨¦n pod¨ªan tratar de la realidad y tener personajes que se llamaran Manolo o Maruja, como si en vez de criaturas de ficci¨®n fueran parientes m¨ªos.
Una melanc¨®lica jactancia
De hecho, hab¨ªa grandes posibilidades de que lo hubieran sido: Manolo Reyes, alias Pijoaparte, era un andaluz llevado en la primera infancia a Catalu?a, y en su manera cimarrona de hablar y en su mezcla de rencor de clase y de ambici¨®n trepadora yo reconoc¨ªa instintivamente rasgos de parientes m¨ªos que hab¨ªan emigrado a Catalu?a a principios de los a?os cincuenta y regresaban de vez en cuando a visitar a la familia. Sus mujeres tra¨ªan el pelo te?ido de rubio y hab¨ªan adquirido un fuerte acento catal¨¢n sin desprenderse por eso de su imborrable acento de Ja¨¦n. Ellos conduc¨ªan coches, fumaban cigarrillos con filtro y segu¨ªan teniendo en los rasgos y en las manos una aspereza rural: se comportaban con jactancia y con melancol¨ªa, orgullosos de una prosperidad que nuestra ignorancia y nuestra imaginaci¨®n exageraban, remordidos por una nostalgia que se fue acreciendo a medida que los a?os pasaban y que los hijos se les hac¨ªan mayores y modificaban o catalanizaban sus simples nombres jienenses.
Sin duda, algunos de aquellos primos de mis padres que nos visitaban en verano hab¨ªan conocido en los primeros a?os de su emigraci¨®n los paisajes de muladares y chabolas del monte Carmelo desde los, cuales Manolo el Pijoaparte miraba hacia Barcelona con la misma vocaci¨®n de desafio con que mira Rastignac hacia Par¨ªs en las ¨²ltimas l¨ªneas de Le p¨¦re Goriot. El gran Manolo Reyes, que adopta de vez en cuando el nombre de Ricardo para seducir criadas porque se imagina que es un nombre de novela (y efectivamente lo es: de novela de Cor¨ªn Tellado) parece a primera vista un retrato del natural, uno cualquiera entre los cientos de miles de murcianos, extreme?os y andaluces que inundaron desde los a?os cincuenta los extrarradios m¨¢s desoladores de Barcelona y de Bilbao, maketos o charnegos fugitivos del hambre, alimentados por furiosos sue?os de confort dom¨¦stico y revancha social cuyo cumplimiento no pertenec¨ªa al reino ut¨®pico d¨¦ la justicia, sino al de las quinielas de catorce.
Pero el Pijoaparte, tan exacto en su naturalismo, tan personaje del miserable mundo real, es tambi¨¦n un h¨¦roe cl¨¢sico de las novelas, uno de esos j¨®venes alucinados por la amplitud de sus deseos y por los designios de su propia voluntad, que aparecen siempre en Stendhal, en Balzac, en Maupassant, en Flaubert: Mars¨¦, tan apresuradamente le¨ªdo y catalogado como narrador de lo real, es sin embargo el m¨¢s literario de nuestros novelistas, y no porque sus libros est¨¦n llenos de literatura -dan la impresi¨®n, al contrario, de casi carecer de, ella-, sino porque son m¨¢s densamente novelas, porque llevan a su plenitud con pasi¨®n y solvencia las mejores posibilidades de esa forma narrativa, sus mecanismos de invenci¨®n y representaci¨®n del mundo. Quiero decir que en los argumentos, en los personajes y en la textura y el ritmo de las novelas de Mars¨¦. est¨¢ tan intensamente la novela como est¨¢ el cine en las pel¨ªculas de Billy Wilder o en las de Howard Hawks.
El Pijoaparte, que se imagina a si mismo como un seductor implacable de novela sentimental, de una de aquellas novelas que alquilaban las criadas en los puestos de pipas y tebeos, es m¨¢s bien un personaje de Stendhal, un Julien Sorel arrebatado por el resplandor que da el dinero a las hijas m¨¢s atractivas de los ricos. Jan Julivert, el ex preso pol¨ªtico que envejece fumando en pijama, acomodado en el fracaso como en un trabajo rutinario y medio cre, ha sido en los sue?os de otros el pistolero Shane, el fulgurante vengador de las carteleras de los cines de barrio. Lo que sabe contar como nadie Mars¨¦, lo que constituye la materia m¨¢s pura de su ficci¨®n, son las imaginaciones insensatas de los despose¨ªdos, las mitolog¨ªas menesterosas de los programas de los cines, de las portadas de las novelas baratas, de las aventis y pel¨ªculas que se cuentan entre s¨ª los ni?os hambrientos de la posguerra.- la materia imperiosa, maltratada y vulgar de la que est¨¢n hechos los sue?os de los d¨¦biles.
Sue?os de piel dorada Contagiado por ¨¦l y por Manolo Reyes, en lo que yo so?aba a los 14 o 15 a?os cuando le¨ªa ?ltimas tardes con Teresa no era en llegar a ser un novelista: lo que de verdad me apetec¨ªa en las siestas de penumbra, en las noches de calor y de insomnio, era conquistar a Teresa Serrat, aquella chica de pelo rubio y piel dorada por el resplandor del dinero que sin duda hablaba con un acento extra?o y pronunciando todas las eses, como las primas de Badalona o Sabadell que nos visitaban en verano.
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