La monja que narr¨® el horror vuelve a casa
Pilar D¨ªez Espelosin dice que no hab¨ªa fuerza humana que detuviera a los agresores
Fue, para Espa?a, una voz llegada desde el horror. Pilar Diez Espelos¨ªn, monja con 22 a?os de misi¨®n en Ruanda, permaneci¨® durante d¨ªas sentada al tel¨¦fono del peque?o hospital de Kibuye. Narraba serenamente lo inenarrable: la matanza de sus vecinos, de sus enfermos, la muerte a punto de alcanzarla a ella misma y a sus compa?eras. Ayer lleg¨® a Madrid, fin de trayecto de un largo viaje que comenz¨® el martes en el coraz¨®n de ?frica. La pen¨²ltima escala del trayecto fue Par¨ªs, donde evoc¨® su odisea."Hemos salido del horror", dijo. Las ¨²ltimas jornadas en Kibuye fueron un largo esperar a una muerte que parec¨ªa inevitable. La brutal guerra ¨¦tnica entre la mayor¨ªa hutu y la minor¨ªa dominante tutsi hab¨ªa llegado al interior mismo del hospital, a 140 kil¨®metros y cinco horas de carretera de Kigali, la capital de Ruanda. Los enfermos eran rematados a golpes.La hermana Espelos¨ªn y sus dos compa?eras, Amparo Mu?oz y Margarita Banch, monjas de la congregaci¨®n Madres Misioneras de Jes¨²s, Mar¨ªa y Jos¨¦ recibieron la extremaunci¨®n el lunes. "Yo estaba siempre pegada al tel¨¦fono, atendiendo las llamadas de los medios de comunicaci¨®n. La verdad es que los periodistas nos ten¨ªan la l¨ªnea bloqueada. Me puse una silla junto al aparato y ah¨ª pasaba las horas, mientras mis compa?eras suturaban a los heridos. Ellas, pobres, no dorm¨ªan nunca. Yo s¨ª pod¨ªa tenderme un rato por las noches, pero era dificil conciliar el sue?o. Por los temblores, ?sabe? No hab¨ªa forma de no temblar".
El de la hermana es un relato monocorde, llano, sin aspavientos. En torno al hospital, en todo el pa¨ªs, el furor de los hutus acababa con todo. Las monjas hab¨ªan visto ya, otras situaciones terribles, otras guerras. Pero no como esa.
"No hab¨ªa fuerza humana que les pudiera parar. Pero no vayan a pensar que eran todos los hutus, no, sino parte de ellos. Algunos estaban tan asustados como los propios tutsis. Bandas de j¨®venes hutus bajaban a las poblaciones para reclutar soldados a la fuerza y muchos no quer¨ªan participar en la carnicer¨ªa. Ven¨ªan a nosotras y, para ayudarles, les diagnostic¨¢bamos enfermedades", comentaron.
Mientras tanto, los cabecillas de los hutus y las tres monjas espa?olas se manten¨ªan en contacto a trav¨¦s de una ventana. Las hermanas hicieron aut¨¦nticos equilibrios lingu¨ªsticos para salvar a sus refugiados sin tener que mentir. No se les abr¨ªa la puerta, por elemental precauci¨®n. Ayer, la hermana D¨ªez Espelos¨ªn afirm¨® que ellas nunca se sintieron amenazadas. Otra cosa dec¨ªa el lunes, cuando se declaraba "preparada para morir". Pero ella misma explic¨® que hab¨ªa que ser muy prudente ahora, ya fuera del infierno, y que no pod¨ªa referirse a ciertas cosas. "De lo que digamos nosotras puede depender la suerte de personas que han quedado all¨ª, compr¨¦ndanlo".
Las monjas abrieron por fin la puerta, e intentaron negociar con los hutus. "Michel, ?25.000 por dejarnos tomar la carretera?" El cabecilla Michel dijo que s¨ª por la ma?ana, pero volvi¨® por la tarde y dijo que no, que todo el dinero que tuvieran. Unos 50.000 francos ruandeses. "Si no, las mato". "Pero entonces nos quedamos sin nada, y tendr¨¢s que prestarnos algo para el viaje". Y Michel acept¨®. "Nos metimos 22 personas en un Nissan Patrol con una mujer de parto".
Las tres hermanas se unieron a una comitiva que avanzaba sobre el barro, protegida por paracaidistas belgas. Al llegar al r¨ªo, prosiguieron viaje en una barcaza. Siempre hacia el sur, hacia la tranquilidad de Burundi. En la frontera, un ¨²ltimo susto. "En el paso fronterizo nos dimos cuenta de la animadversi¨®n terrible de los hutus hacia los belgas", sigue contando la monja. Pero el grupo pas¨®, y lleg¨® a una misi¨®n de carmelitas espa?olas.
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