Medio ambiente y comercio mundial
JOS? BORRELL FONTELLESLa Ronda Uruguay marca el inicio de una nueva etapa en el comercio mundial en la que el medio ambiente ocupar¨¢ un lugar primordial. El autor advierte del riesgo del dumping ecol¨®gico y defiende un desarrollo sostenible.
Despu¨¦s de la firma del Acta Final de la Ronda Uruguay, en Marraquech, se inicia una nueva etapa para el comercio mundial en la que las cuestiones medioambientales ocupar¨¢n un lugar central que no tuvieron en el pasado.Cuando despu¨¦s de la II Guerra Mundial se cre¨® el GATT, la preocupaci¨®n por el medio ambiente era un fen¨®meno marginal. Eso pudo justificar entonces la ausencia de una adecuada dimensi¨®n ecol¨®gica en las reglas del comercio mundial de la que en la actualidad no se puede prescindir. La protecci¨®n del medio ambiente constituye hoy, junto con el paro, uno de los principales problemas de los pa¨ªses occidentales, y el comercio internacional, tras su continua expansi¨®n en las ¨²ltimas, d¨¦cadas, refleja, con especial intensidad, las complejas relaciones entre la econom¨ªa y la ecolog¨ªa.
La preocupaci¨®n por el medio ambiente aparece en las sociedades que han alcanzado un umbral m¨ªnimo de desarrollo. Por ello existe una relaci¨®n positiva entre libre comercio y medio ambiente, puesto que el comercio internacional act¨²a como motor del crecimiento econ¨®mico, y la elevaci¨®n del nivel de vida resultante induce cambios en las preferencias y actitudes sociales a favor del medio ambiente y genera los recursos y la tecnolog¨ªa necesaria para ello.
Pero el comercio y el medio ambiente se relacionan tambi¨¦n negativamente. As¨ª ocurre cuando la expansi¨®n de las econom¨ªas de numerosos pa¨ªses en desarrollo est¨¢ basada en una explotaci¨®n -y exportaci¨®n- excesiva de su patrimonio natural. En estos casos, la mera liberalizaci¨®n del comercio no conduce a un uso m¨¢s eficiente de los recursos.
En realidad, los efectos negativos de la actividad comercial sobre el medio ambiente no provienen del comercio en s¨ª, sino del hecho de que los pa¨ªses organizan su producci¨®n de forma insostenible, incompatible con el medio ambiente. En esas condiciones, el comercio, al abrir a los productores nacionales un mercado m¨¢s amplio, no hace sino amplificar el da?o medioambiental. Y ello ocurre cuando los agentes econ¨®micos, empresas y consumidores, no soportan -no internalizan, en la jerga de los economistas- los costes sociales asociados al uso del medio ambiente, es decir, de los recursos naturales como el agua, la atm¨®sfera, el espacio...
Seg¨²n un informe elaborado por la Comisi¨®n Europea, el mayor crecimiento econ¨®mico asociado a la liberalizaci¨®n comercial provocar¨¢ un amuento de las emisiones de SO2, y de NOx de un 9% y un 12%, respectivamente, que agravar¨¢ el problema de la lluvia ¨¢cida; los residuos de todo tipo aumentar¨¢n en un 30%; se producir¨¢n transformaciones estructurales en los sistemas de transporte, que provocar¨¢n un aumento del tr¨¢fico pesado por carretera del 50% en el horizonte del a?o 2000 y un incremento del parque automovil¨ªstico en 17 millones de veh¨ªculos, que, aparte de otros efectos, contribuir¨¢ a aumentar la acumulaci¨®n de CO2 en la atm¨®sfera, principal responsable del cambio clim¨¢tico, a no ser que se adopten medidas dr¨¢sticas para limitar las emisiones.
Es evidente que la b¨²squeda de una mayor competitividad generar¨¢ resistencias a la internalizaci¨®n de los costes medioambientales para evitar su impacto en el precio final de los productos que se oferten en los mercados internacionales. Es m¨¢s barato producir jam¨®n si la granja donde se cr¨ªan los cerdos no se ve obligada a depurar sus aguas residuales..., a costa de contaminar los r¨ªos, que no es una licencia po¨¦tica decir que acaban en el mar. Como es m¨¢s barato un cemento producido sin tener que instalar filtros en las chimeneas..., a costa de contaminar la atm¨®sfera con efectos sobre el medio ambiente local, pero tambi¨¦n sobre los problemas globales que a todos nos afectan. Y es m¨¢s eficiente pescar con redes cuyo tama?o pone en peligro la pervivencia de especies, que otros pa¨ªses se esfuerzan en salvar estableciendo restricciones que limitan la productividad de sus industrias nacionales. No es, pues, una invenci¨®n de un proteccionismo vergonzante denunciar el riesgo de un dumping medioambiental, es decir, la posibilidad de competir deslealmente mediante precios que no reflejan los costes reales de producci¨®n si las normas de protecci¨®n del medio ambiente que implican costes son muy distintas en los pa¨ªses que compiten en el mercado mundial.
Por ello, el Acta Final de la Ronda Uruguay va acompa?ada de una decisi¨®n ministerial en la que los Estados miembros se comprometen a crear un comit¨¦ de Comercio y Medio Ambiente con el mismo rango que el resto de los previstos. Su objetivo es examinar la relaci¨®n existente entre las medidas comerciales y medioambientales y hacer recomendaciones a la Conferencia Interministerial de la futura OMC acerca de las reformas necesarias para que las pol¨ªticas comerciales y medioambientales se refuercen mutuamente para promover un desarrollo sostenible. Se trata, sin duda, de un objetivo imprescindible, que algunos han bautizado como un intento de "enverdecer el GATT" (greening the GATT).
Ese futuro comit¨¦ de Comercio y Medio Ambiente deber¨¢ analizar la compatibilidad con el sistema del GATT de los impuestos y regulaciones medioambientales destinados a internalizar los costes medioambientales y la posibilidad de utilizar medidas restrictivas al comercio -aranceles o restricciones a los intercambios- como instrumentos de la pol¨ªtica medioambiental. El cambio clim¨¢tico proporciona un ejemplo -tal vez el m¨¢s extremo- de la naturaleza y complejidad de los problemas medioambientales y del papel de las medidas comerciales en su soluci¨®n. Para luchar contra ese fen¨®meno, la actuaci¨®n individual de cualquier pa¨ªs es pr¨¢cticamente in¨²til, porque incluso aquel con mayor responsabilidad en las emisiones de CO2 a la atm¨®sfera, Estados Unidos, tiene un peso minoritario en el total de las emisiones. S¨®lo se conseguir¨¢ estabilizar el volumen de CO2 en la atm¨®sfera si se cuenta con la colaboraci¨®n de un amplio grupo de pa¨ªses, entre ellos China, la India y Rusia, que en el futuro tendr¨¢n un peso creciente y muy importante en las emisiones de CO2.
As¨ª pues, la soluci¨®n s¨®lo ser¨¢ efectiva si se aborda colectivamente el problema, y ello requiere que cada pa¨ªs aplique medidas encaminadas a internalizar los costes de la contaminaci¨®n de CO2 mediante impuestos o regulaciones. Pero como ocurre con muchos de los problemas medioambientales, cada pa¨ªs puede verse tentado a viajar sin pagar billete aprovech¨¢ndose de los esfuerzos de los dem¨¢s por reducir las emisiones de CO2, pero sin asumir ning¨²n coste para contribuir a ello. Al contrario, benefici¨¢ndose de la posibilidad de hacer dumping ecol¨®gico vendiendo en el mercado mundial a precios competitivos gracias a las ventajas que se puedan derivar de no internalizar los costes que supone el deterioro del medio ambiente del planeta y disfrutando de las ventajas que se derivan del esfuerzo que otros hagan para evitarlo.
El riesgo de proliferaci¨®n de estos comportamientos es uno de los principales obst¨¢culos que habr¨¢ que superar en el futuro para alcanzar un acuerdo internacional sobre cambio clim¨¢tico y asegurar su cumplimiento. As¨ª lo hemos comprobado en los Consejos de Ministros de Medio Ambiente de la Uni¨®n Europea a lo largo de la inacabada discusi¨®n sobre la tasa de CO2 por el inter¨¦s demostrado por la Comunidad en condicionarla a que Jap¨®n y EE UU, sus principales competidores en el mercado mundial, aplicaran medidas equivalentes o por la resistencia a distribuir su aplicaci¨®n de forma equitativa teniendo en cuenta los niveles relativos de emisi¨®n per c¨¢pita de cada pa¨ªs.
Algo similar ocurre en cualquier problema medioambiental que requiera la cooperaci¨®n internacional. Y son precisamente los problemas medioambientales m¨¢s graves los que no pueden resolverse individualmente: el cambio clim¨¢tico, la destrucci¨®n de la capa de ozono, la desaparici¨®n de bosques tropicales o la preservaci¨®n de la biodiversidad.
En la Cumbre de la Tierra celebrada en R¨ªo de Janeiro se plante¨® que la liberalizaci¨®n comercial y la protecci¨®n del medio ambiente deben concebirse como pol¨ªticas que se apoyen mutuamente en el marco de acuerdos medioamb?entales de car¨¢cter multilateral, con preferencia a la adopci¨®n de medidas unilaterales por parte de cada Estado.
El medio ambiente no puede convertirse, como temen los pa¨ªses en desarrollo, en un pretexto para que cada pa¨ªs aplique pol¨ªticas proteccionistas que pongan en cuesti¨®n un instrumento clave de la cooperaci¨®n internacional como deber¨ªa ser el sistema del comercio mundial. Pero eso no significa que proteger el medio ambiente no sea un objetivo plenamente leg¨ªtimo, que puede justificar la aplicaci¨®n de medidas comerciales, que no constituyen ni pueden calificarse como medidas proteccionistas si no est¨¢n destinadas a proteger a la producci¨®n nacional frente a la competencia exterior, sino genuinamente encaminadas al logro del desarrollo sostenible.
Quienes sacralizan el objetivo del libre comercio hasta el punto de rechazar la aplicaci¨®n de pol¨ªticas medioambientales porque sus instrumentos pueden constituir restricciones al comercio no deber¨ªan olvidar que las sanciones comerciales y econ¨®micas son los ¨²nicos medios pac¨ªficos de que dispone la comunidad internacional para hacer cumplir acuerdos internacionales entre Estados soberanos. En algunos acuerdos med?o ambientales ya existentes -como es el caso del acuerdo para impedir el comercio de los residuos t¨®xicos-, la restricci¨®n al comercio es el objetivo mismo del acuerdo, porque en realidad tales residuos no pueden ser considerados como mercanc¨ªas con las que se pueda comerciar. Por ello, Espa?a ha defendido activamente que se ampl¨ªe la prohibici¨®n de exportar residuos peligrosos a los pa¨ªses en desarrollo. En otros casos, como en el Protocolo de Montreal para preservar la capa de ozono o en un futuro convenio sobre cambio clim¨¢tico, las medidas comerciales pueden ser imprescindibles para incentivar a los pa¨ªses a cumplir sus compromisos.
Pero las dificultades no acaban ah¨ª. Si se quiere llegar a nuevos acuerdos medioambientales multilaterales ser¨¢ tambi¨¦n imprescindible dise?ar y aplicar mecanismos de redistribuci¨®n entre pa¨ªses, mediante transferencias financieras y tecnol¨®gicas, para llegar a soluciones equitativas que tengan en cuenta que la responsabilidad compartida en la soluci¨®n de los problemas medioambientales debe diferenciarse entre los distintos pa¨ªses en funci¨®n de su grado de desarrollo y de su responsabilidad hist¨®rica acumulada en el origen de esos problemas. Los pa¨ªses ricos, por ejemplo, dif¨ªcilmente podemos reprochar a los pa¨ªses en desarrollo que sobreexploten sus bosques tropicales, aumentando as¨ª los problemas del calentamiento atmosf¨¦rico, olvidando que s¨®lo somos el 15% de la poblaci¨®n, pero generamos el 60% de los gases que causan ese problema.
La tarea que se deber¨¢ acometer no ser¨¢, pues, nada f¨¢cil. El comercio ha desempe?ado un papel primordial en la fuerte expansi¨®n internacional tras la II Guerra Mundial. Pero el modelo de crecimiento seguido ha ido asociado a un grav¨ªsimo deterioro del medio ambiente. Su transposici¨®n al conjunto del planeta resultar¨ªa a todas luces insostenible en un horizonte cercano. No cabe confiar en que la expansi¨®n del comercio per se conduzca a un desarrollo sostenible ni pretender que los problemas ecol¨®gicos se puedan afrontar aplicando medidas reparadoras conforme se vaya produciendo el deterioro medioambiental. El desarrollo sostenible exige, necesariamente, integrar las consideraciones medioambientales en cada una de las esferas de la actividad econ¨®mica, en particular, en el sistema del comercio internacional y, en general, en la l¨®gica econ¨®mica de nuestra civilizaci¨®n. ?se es el formidable desaf¨ªo que tenemos por delante, en t¨¦rminos de equidad y eficacia, en la nueva ¨¦poca que se ha abierto en Marraquech.
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