Fracturas de fin de siglo
El siglo tarda en morir. Estocado en Berl¨ªn y apuntillado en Sarajevo, este animal sombr¨ªo humilla la testuz entre v¨®mitos de sangre y atroces convulsiones. El fango carnicero de la gran guerra dio cuenta de su antecesor en el ruedo, un siglo XIX c¨¢rdeno y reticente, sobrado de peso y corto de remos. La bestia oscura y hermosa de nuestro siglo vacil¨® en el profundo umbral de los corrales, embisti¨® con vanguardias astifinas en el primer tercio, recibi¨® con entereza varas totalitarias y sali¨® del castigo listo para una faena interminable y adornada. En el trance ¨²ltimo, la casta se revuelve frente al acero, el animal homicida se resiste a la muerte, y el siglo venidero oculta sus rasgos en la penumbra gris de los chiqueros.Tiempo de tr¨¢nsito y agon¨ªa, los a?os noventa son t¨²rbidos y cenicientos, malos para el sosiego y la memoria, indignos del afecto y acaso del recuerdo. La arquitectura moderna, contempor¨¢nea del siglo, se invent¨® con pasi¨®n en sus albores, sufri¨® revisiones, oscurecimientos y mudanzas y se traste¨® con rutina durante demasiados a?os. En su ¨²ltima etapa, manierista y fatigosa, ha ensayado iron¨ªas y fingido fracturas, volviendo al fin a su abstracci¨®n original en un c¨ªrculo ret¨®rico m¨¢s reiterativo que vicioso.
Sobre los viejos tejados de Europa surgen inmensas b¨®vedas imp¨¢vidas, catedrales del espect¨¢culo de la cultura, paquebotes varados de un culto medi¨¢tico, templos tecnol¨®gicos de la promesa moderna. En el caser¨ªo abigarrado de Ly¨®n o Nimes, la nueva ¨®pera de Jean Nouvel o la mediateca de Norman Foster se enfrentan a la memoria hist¨®rica con decisi¨®n elegante: una corona el edificio existente con medio ca?¨®n impecable; la otra se encara a la Maison Carr¨¦ con un prisma de vidrio y un esbelto p¨®rtico de metal.
Las certidumbres geom¨¦tricas de la tradici¨®n moderna otorgan aplomo cl¨¢sico y rotunda monumentalidad a estas construcciones abstractas y altivas, testimonio del retorno circular del clementarismo heroico de la raz¨®n iluminista, que regresa insolente en tiempos descre¨ªdos y confusos.
Pero la imaginer¨ªa futurista de estos contenedores especiales, presente tambi¨¦n en los moluscos met¨¢licos de Renzo Piano o en los cascos exfoliados y refulgentes de Fumihiko Maki -y que evoca tanto los sue?os dibujados de las vanguardias de principios de siglo como el optimismo tecnol¨®gico de los a?os sesenta-, resulta curiosamente extraviada y seductora. Llegados al siglo a contratiempo, su levedad ensimismada se levanta como ficci¨®n dram¨¢tica en el escenario tr¨¢gico de la ¨¦poca y obtiene su belleza del contraste con el paisaje costumbrista. Templos de altares vac¨ªos describen un ciclo obstinado y virtuoso que gira obsesivo en un firmamento constelado por certezas triviales.
En el naufragio existencial del fin de siglo, la dimensi¨®n sagrada retorna por v¨ªas menos intelectuales que emotivas. El Memorial del Holocausto de James Ingo Freed golpea la mirada con la artiller¨ªa figurativa de la ex¨¢nime ret¨®rica posmoderna, en un impudoroso asalto al sentimiento, y en el Templo del Agua de Tadao Ando se desciende bajo un estanque l¨ªrico de lotos a un santuario inflamado, con una escalera s¨²bita de teatral eficacia. La arquitectura religiosa convoca la emoci¨®n con escenograf¨ªas arcaicas y emplaza el horror o el nirvana con parejo instrumental imaginario.
Los intelectuales del proyecto se esfuerzan en dar forma a las fracturas del siglo, Rem Koolhaas en Rotterdam o Peter Eisenman en Columbus fingen consternaci¨®n y quiebras arbitrarias. Las cuatro fachadas de la Kunsthal holandesa mudan su color y material, no tanto para dar la r¨¦plica a sus cuatro vecindades cuanto para formular un comentario ingenioso; por su parte, el volumen unitario del centro de congresos norteamericano se fragmenta en bandas ondulantes de cromatismo pastel, y el arquitecto se jacta de las n¨¢useas que el mareante local produce a sus usuarios. Como se ve, hasta los polemistas m¨¢s acerados finalizan ofreciendo chistes del repertorio de los cincuenta o bromas te?idas con la paleta amable de la lencer¨ªa infantil.
Aun estando lejos de la perfecci¨®n silenciosa y autista del minimalismo extremo, la verbosidad hiperactiva de estas comedias de enredo revela id¨¦ntico malestar. Nietos deste?idos de la provocaci¨®n dad¨¢ o las pulsiones subterr¨¢neas del surrealismo, los di¨¢logos atropellados y brillantes de la histeria comunicativa manifiestan una ansiedad insomne. La aglomeraci¨®n de gestos, inflexiones de voz, gui?os y menciones excita y aturde hasta el abotagamiento de la mirada. A fin de cuentas, la neurosis compulsiva que lleva al hacinamiento torrencial de los signos resulta equivalente al despojamiento mudo que conduce a la par¨¢lisis ensimismada y ausente; en ambas circunstancias el siglo se agota, exhausta su promesa, fatigado y perplejo.
Esperando la anunciaci¨®n de los tiempos nuevos, la arquitectura se acelera sin destino. Las explosiones diagonales de Zaha Hadid y las implosiones plegadizas de ?lvaro Siza compiten con las influorescencias escamosas de Frank Gehry o los huesos veloces de Santiago Calatrava para representar un paisaje en movimiento, ayuno de memoria, brutal y delicado, de turbia violencia y belleza fugaz. En ese ruedo convulso se representan las ceremonias crueles de las postrimer¨ªas del siglo.
All¨ª, los figurantes se afanan sin fervor, camino del desolladero o la enfermer¨ªa de hule y cloroformo. Inm¨®vil en el laberinto de tinieblas de los tr¨¢nsitos, un animal inc¨®gnito espera su turno inapelable. Pero mientras el nuevo siglo no se alumbre en el umbral del albero, los hoscos corredores de la plaza conservar¨¢n el enigma de su divisa, y las miradas opacas del tendido seguir¨¢n indiferentes los estertores sin historia de este bronco toro de sombra.
Luis Fern¨¢ndez-Galiano es arquitecto.
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