Como un meteoro
Buenavista / Garc¨ªa, Conde, Encabo
Novillos de Buenavista, muy bien presentados, fuertes y encastados; 4? y 5?, mansos.
Juan Carlos Garc¨ªa: bajonazo descarado -aviso- y dobla el novillo (silencio); estocada delantera atravesada -aviso- y cinco descabellos (silencio). Javier Conde: pinchazo hondo, varias ruedas insistentes de peones y dos descabellos (vuelta con protestas); pinchazo y estocada corta baja (silencio). Luis Miguel Encabo, de Madrid, nuevo en esta plaza: estocada muy trasera baja y tres descabellos (oreja con algunas protestas); estocada ca¨ªda y rueda insistente de peones (oreja con algunas protestas); sali¨® a hombros por la puerta grande.
Plaza de Las Ventas, 24 de mayo. 11? la corrida de feria. Lleno.
Lleg¨®, vio y venci¨®. ?Se ha dicho alguna vez? La frase es ven?, vid?, vinci, seg¨²n, sabe todo el mundo, pero s¨®lo los taurinos muy versados conocen que la dijo Vicente Pastor, pues por algo le llamaban El Soldado Romano. Vicente Pastor, recio espada, un cl¨¢sico de la Tauromaquia, era hijo del pueblo de Madrid, como ¨¦ste Luis Miguel Encabo, nuevo en Las Ventas, que lleg¨® como un meteoro y de poco se sale de la plaza. Ruedo, novillo y hasta tiempo le, faltaban para alcanzar el triunfo, se puso a la tarea con ah¨ªnco desde la primera ver¨®nica, no par¨® hasta la ¨²ltima estocada, y ya no hubo m¨¢s remedio que abrirle la puerta grande, porque todas las dem¨¢s le quedaban chicas para sacar por ellas la inmensa alegr¨ªa y la nube de gloria que llevaba encima.Los otros dos espadas de la terna, en cambio salieron por la puerta de atr¨¢s, un poco frustrados y bastante moh¨ªnos porque no hab¨ªan podido o no hab¨ªan sabido sacarles partido a unos novillos con trap¨ªo, encastados y nobles, que estaban diciendo ?comedme! Todos menos uno, y ese fue el cuarto, manso de los que huyen del castigo y luego se aquerencian a los c¨¢lidos abrigos de chiqueros, renuentes a embestir, asqueados de la vida, sus pompas y vanidades; y en cuanto Juan Carlos Garc¨ªa le instrumentaba un muletazo con todas, las de la ley -es decir, las de parar, templar y mandar-, se marchaba con viento fresco y el torero hab¨ªa de correr en su busca e iniciar donde cayera el siguiente pase.
El ajetreo fue grande, obviamente, con gran perjuicio del novillero, que no estaba para trotes. Compareci¨® en Las Ventas cojo, secuela de un accidente de tr¨¢fico que sufri¨® hace apenas una semana, y debi¨® influirle mucho esta merma de facultades, o no se explica que desaprovechara la encastada nobleza del primer novillo, al que tore¨® tenaz y voluntarioso, pero con desajuste, destemplanza y alivio de picos.
Pastue?o result¨® el segundo, y tampoco Javier Conde le hizo el toreo. Pinturero y solemne, como transido por los embrujosde las musas, s¨ª se puso, y el novillito con cuerpecillo de becerrote persegu¨ªa encelado los vuelos de la muleta, mas no hab¨ªa hondura alguna en la faena, ni ligaz¨®n, pues el torero se situaba fuera de cacho, giraba descargando la suerte y encadenaba los pases conduciendo la embestida por las afueras, cuanto le daba de s¨ª el brazo. Entre tandas intercal¨® algunos excelentes ayudados, trincherillas y cambios de mano, jaleados con clamor, si bien por s¨ª solo no pod¨ªan constituir toreo. Al quinto, noble y encastado, aunque ya fuerte y con trap¨ªo, ni lo domin¨®, ni le templ¨®, ni le hizo ceremonias, y dio la sensaci¨®n de que all¨ª sobraba toro o faltaba torero. O ambas cosas a la vez.
El entusiasmo, la ilusi¨®n y la garra de Luis Miguel Encabo, enamoraron al p¨²blico. Cuando un torero llega de verdad decidido a triunfar se advierte enseguida, todo el mundo se da cuenta ya en, el primer lance, y uno sostiene la teor¨ªa de que los toros lo perciben tambi¨¦n. A fin de cuentas, lo que dirime la lidia es una cuesti¨®n hegem¨®nica: o manda el toro, o manda el torero; no caben otras alternativas. Y si el torero impone su dominio, el toro acaba entreg¨¢ndose.
Luis Miguel Encabo, lucido en variados quites y cumplidor en banderillas, le enjaret¨® al primero de su lote unos redondos soberanos, tom¨® de largo al sexto, que acud¨ªa pronto y fijo al primer cite, y esos eran alardes de diestro valeroso y enterado, que provocaron en el tendido ol¨¦s estruendosos. Ambas faenas tuvieron altibajos, l¨®gicos en novillero que a¨²n no puede estar maduro, y las estocadas resultaron defectuosas, por lo que el premio de las orejas pareci¨® excesivo, principalmente si se tiene en cuenta que adem¨¢s abr¨ªan la puerta grande. Sin embargo, a casi nadie import¨® la desmesura, que lanzaba de s¨²bito a la fama un torerillo un par de horas antes desconocido. A fin de cuentas, hab¨ªa sido el h¨¦roe de la tarde.
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