El cara a cara
Abel Matutes reivindicaba para su partido el modelo del capitalismo renano y Fernando Mor¨¢n expresaba una confusa irritaci¨®n porque no con segu¨ªa centrar la discusi¨®n. Y los dos pol¨ªticos se iban quedando solos en la madrugada mientras cruzaban argumentos, datos, fe chas y cifras en lo m¨¢s parecido a los debates sobre cuestiones europeas que pueda verse en cualquier televisi¨®n del mundo. El primer debate de estas elecciones al Parlamento Europeo fue bastante aburrido, a menudo t¨¦cnico, a ratos confuso y sin esa dial¨¦ctica de fuegos artificiales que tanto gusta en las campa?as electorales y en los programas de tertulia de televisi¨®n.Los dos candidatos, hombres serios, corteses, que valoran el respeto mutuo, se desmarcaron pronto de cualquier descalificaci¨®n tremendista, aunque el recurso a la memoria hist¨®rica -Mor¨¢n record¨® el llamado contubernio de M¨²nich- siga teniendo en este pa¨ªs destellos de acero. La paradoja es que, tres d¨¦cadas despu¨¦s, los supervivientes pol¨ªticos de aquella reuni¨®n europe¨ªsta y antifranquista pueden estar hoy en cualquier campo, incluso en el mismo. Y los ayer enemigos, ser hoy compa?eros de partido que, como dijo Winston Churchill, es la categor¨ªa m¨¢xima de enemistad.
Abel Matutes desarroll¨® su intervenci¨®n sobre un recurso que utiliza mucho en los discursos que pronuncia en la campa?a electoral: ¨¦stos son malos tiempos para la l¨ªrica, para el romanticismo europeo, porque "Europa est¨¢ creando empleo a costa de Espa?a". A partir de esa premisa, a la que se a?ade la idea de que se negoci¨® mal, con apresuramiento y debilidad el ingreso en la Comunidad Europea, el candidato popular coloc¨® su mensaje de la necesidad de un cambio de pol¨ªtica en Madrid y Bruselas orientado hacia una defensa m¨¢s firme y contundente de los intereses nacionales. El discurso popular generaba un claro desasosiego, casi un malestar f¨ªsico, en el candidato socialista, que se rebull¨ªa en la silla, interrump¨ªa a su contrincante y le llegaba a re?ir con ese tono doctoral, un poco atropellado, que tiene Fernando Mor¨¢n.
El ex ministro de Asuntos Exteriores es un pol¨ªtico poco convencional, que presume de que a ¨¦l no le dirige nadie lo que tiene que decir en las campa?as electorales, como si los dem¨¢s fueran pregoneros de las oficinas pol¨ªticas de sus partidos. De hecho, en un peque?o lapsus que revela la pobre opini¨®n que debe tener de las campa?as previas a las votaciones, Mor¨¢n recrimin¨® a Matutes que hubiera querido convertir el debate en un acto electoral.
Por los dem¨¢s, todo se ajustaba al patr¨®n del espect¨¢culo televisivo que emocion¨® a la audiencia en las pasadas elecciones legislativas y que tal vez decidiera el resultado final de aquellos comicios. El escenario difuso y azul, el moderador repartiendo minutos mientras intentaba que la discusi¨®n no se le escapara de las manos, y las corbatas de los candidatos, dos banderas civiles: rojo Herm¨¦s para el socialista, azul con lunares blancos para el popular. Dos corbatas de seda, de las que eligen los asesores de imagen, para enviar mensajes in¨²tiles. Los dos candidatos estaban por encima de la idoneidad de sus corbatas, aunque el debate no tuviera el brillo del espect¨¢culo que el medio a veces requiere.
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