La conciencia de Europa
Nunca Europa ha sido m¨¢s ella misma. Pero quiz¨¢s nunca se ha sentido m¨¢s perdida. Y ese contraste entre lo que es, de una parte, y lo que cree ser, de otra, es justamente uno de sus principales problemas."Europa abraza con su influjo el globo terr¨¢queo. No se basta a s¨ª misma", se?alaba agudamente G¨®mez Arboleya en 1950. "(Pero) al europeizar el resto del mundo se va colocando como una individualidad entre otras individualidades". Hace ya d¨¦cadas, tras el proceso descolonizador de los a?os cincuenta, desapareci¨® la Europa civilizadora, pero tambi¨¦n la Europa de los antrop¨®logos, la ocupaci¨®n militar o el imperialismo. Pero al perder su singularidad hist¨®rica como civilizaci¨®n ¨²nica y dominante, se ha visto confrontada no s¨®lo con otras ¨¢reas econ¨®micas o sociales (Am¨¦rica, el Pac¨ªfico), sino tambi¨¦n con otras culturas (oriental, musulmana, africana). Y en esa confrontaci¨®n con lo otro, con lo distinto, Europa es cada vez m¨¢s ella misma, cada vez m¨¢s un sujeto como cualquier otro, cada vez m¨¢s una cultura entre otras y no la civilizaci¨®n. Una Europa dentro de la cual las diferencias (entre franceses y alemanes, espa?oles e italianos) son cada vez m¨¢s rid¨ªculas comparadas con lo mucho que los une. De modo que en su decadencia como civilizaci¨®n ¨²nica y dominante encuentra una cierta fuerza, la de una creciente unidad frente a todo lo otro.
Pero una vez m¨¢s la conciencia se resiste a asumir su propia realidad. "Si ha podido existir una realidad com¨²n a los europeos que puede llamarse Europa, no exist¨ªa la idea de Europa", continuaba G¨®mez Arboleya. Y ello por su resistencia etnoc¨¦ntrica a ser s¨®lo un sujeto m¨¢s de la historia universal y no el ¨²nico y definitivo, resistencia a aceptar el desvanecimiento de la hegemon¨ªa, resistencia a verse a s¨ª misma desde los dem¨¢s y dejar de ver s¨®lo a ellos como espacio de conquista. Pues, al igual que s¨®lo desde la mirada de los persas fue Francia unidad para Montesquieu, s¨®lo desde la mirada del otro es Europa una unidad. Y nuestro etnocentrismo es ya nuestra principal debilidad, pues su consecuencia es que la conciencia de los europeos sigue aferrada a sus s¨ªmbolos locales, a sus historias particulares, a sus identidades regionales, sin darse cuenta de que, frente a un mundo ¨²nico y globalizado, en este peque?o (pero vasto culturalmente) continente todos los s¨ªmbolos, todas las historias, todas las lenguas, todas las pol¨ªticas, son ya locales o regionales, nos guste o no, y lo ¨²nico que puede salvarnos del localismo que nos invade es la presencia de Europa en el mundo, la ¨²nica formaci¨®n pol¨ªtica de este continente que puede hacer del rompecabezas de identidades hist¨®ricas un sujeto con futuro.
El marco social en que nuestra vida cotidiana se asienta es, al menos desde 1986 y de modo creciente, el marco internacional europeo, sin cuya comprensi¨®n y conocimiento poco puede entenderse de la realidad espa?ola, y menos a¨²n de sus tendencias futuras. Y ni siquiera esta ampliaci¨®n es suficiente dada la mundializaci¨®n de la econom¨ªa de una parte y la creciente relevancia de los pa¨ªses del centro y este de Europa en las pol¨ªticas y realidades de la Europa occidental. Nuestra realidad, nuestro ser social, es europeo, si no mundial; nuestra conciencia, nuestro modo de pensar, nuestros intereses, siguen siendo locales. Es como si ignor¨¢ramos nuestro propio cuerpo.
El problema es que no se puede construir un proyecto pol¨ªtico como el europeo por la puerta de atr¨¢s, a hurtadillas, evitando que los ciudadanos se den cuenta, ocult¨¢ndoles lo que se desea. Las grandes formaciones estatales son resultado hist¨®rico de violentas y duraderas guerras civiles sobre cuyo rechazo emerge una s¨®lida comunidad pol¨ªtica que, horrorizada con el terror, prefiere arreglar sus asuntos pac¨ªficamente. As¨ª, el Reino Unido, Francia, Estados Unidos o la propia Espa?a. Y tras la II Guerra Mudial (la segunda guerra civil europea, como se?ala Fran?ois Furet) emergi¨® el proyecto de Europa con el mismo objetivo de garantizar la paz. Pero la Uni¨®n Europea se ha construido a trav¨¦s de los c¨¢lculos astutos de tecn¨®cratas que de9confiaban de la pol¨ªtica y han pretendido asentar este proyecto alrededor del m¨®vil del beneficio econ¨®mico y el mercado ¨²nico esperando que ello condujera autom¨¢ticamente a la uni¨®n pol¨ªtica. El refer¨¦ndum dan¨¦s mostr¨® que el emperador estaba desnudo e hizo a?icos esa estrategia.
Desde entonces, el proyecto europeo ha venido dando tumbos. La econom¨ªa europea, que fue la gran baza del Tratado de Roma, se ve sometida a fuertes tensiones en competencia internacional con otros bloques econ¨®micos, poniendo en peligro un modelo de Estado social construido a lo largo de varias d¨¦cadas. La ampliaci¨®n a 16 miembros se ha hecho con el disgusto de algunos pa¨ªses, singularmente Espa?a, que hubieran deseado una previa profundizaci¨®n institucional de la Uni¨®n.
Finalmente, la unificaci¨®n alemana y las transiciones democr¨¢ticas de los pa¨ªses del este y centro de Europa no dejan de plantear serios problemas a la Uni¨®n y a algunos de sus pa¨ªses miembros. Es curioso constatar que, justo dos siglos despu¨¦s de la Revoluci¨®n Francesa y pocos meses despu¨¦s de que se apagaran los fastos de su vistosa conmemoraci¨®n en Par¨ªs (14 de abril de 1989), como un castillo de naipes o como se desvanece una pesadilla al despertar, as¨ª ca¨ªa el proyecto pol¨ªtico comunista, heredero declarado del viejo jacobinismo. Para muchos analistas, la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn simboliz¨® claramente el fin del siglo XX, al menos el fin de una de las escisiones que, de modo m¨¢s poderoso, marc¨® su historia social y pol¨ªtica del siglo: la historia del enfrentamiento entre la izquierda y la derecha, que emerge violenta en las v¨ªsperas de la Gran Guerra, se prolonga hasta la II Guerra Mundial y contin¨²a durante las largas d¨¦cadas de la guerra fr¨ªa.
Pero no olvidemos que la ca¨ªda del muro es al tiempo el s¨ªmbolo del triunfo del proyecto europeo. ?ste emerge muy conscientemente como un intento de eliminar para siempre el riesgo de una nueva guerra mundial. Diez millones de muertos en la primera, m¨¢s de 40 en la segunda. El siglo XX ha sido el siglo de los m¨¢s grandes genocidios de la humanidad. El Tratado de Roma, el proyecto de CEE y m¨¢s tarde la Uni¨®n Europea son otros tantos hitos de un intento de hacer que eso sea, para siempre, imposible. Pues, como se?ala Edgar Morin, lo que une a Europa, su historia com¨²n, es tambi¨¦n lo que la desune.
Todo ello define un panorama complejo, con repercusiones sobre el proyecto profundamente europe¨ªsta que ha defendido Espa?a desde su adhesi¨®n a la entonces CEE en 1986. Para Espa?a -rememorando a Ortega-, Europa era, sin duda, la soluci¨®n. Con el ingreso en 1986 se quebraba un siglo de aislamiento internacional, profundizado durante los 40 a?os de la dictadura de Franco. Se quebraba tambi¨¦n un viejo complejo de inferioridad hist¨®rica. Los viajeros rom¨¢nticos acostumbraron a los europeos a creer que los Pirineos eran la frontera del Oriente. Espa?a era lo ex¨®tico, un enclave no occidental a unas cuantas leguas de Par¨ªs. Los espa?oles hicimos mucho por hacer verdad esa gran mentira, e incluso en alg¨²n momento la cre¨ªmos. Con el ingreso en la CEE, Espa?a volv¨ªa a ser lo que siempre fue. No s¨®lo un pa¨ªs plenamente europeo, sino un pa¨ªs que ha contribuido poderosamente a conformar la personalidad europea.
Alguien tan poco europe¨ªsta como Unamuno escribi¨® que "el porvenir de la sociedad espa?ola... no se manifestar¨¢ con fuerza m¨¢s que cuando las tempestades y los vientos europeos la hayan despertado". Es necesario que veamos, pensemos y sintamos esa realidad, descubramos nuestro propio cuerpo social y reconozcamos que s¨®lo en un proyecto pol¨ªtico europeo tenemos existencia. Mientras ese d¨ªa llega, podemos seguir discutiendo si son galgos o podencos.
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