Humorada
Las cosas que hemos visto. Las que nos quedan. La ca¨ªda del muro de Berl¨ªn; el final del misterio de la Asunci¨®n; la libertad de Rusia por la Virgen, encarnada en el rostro barbado del escritor m¨¢s puro que hay, por mucho que salve a los infieles en wagons-lit de lujo y escoltado de c¨¢maras (aun as¨ª, admit¨¢moslo: ?los tres ni?os de F¨¢tima ten¨ªan raz¨®n!).Pero yo ven¨ªa a hablar de otra' humareda que esta semana ha levantado polvo. Catorce millones es mucha gente. Y todas esas almas tienen derechos, que los 30 millones restantes de espa?oles hemos de respetar. ?C¨®mo adquirieron ellos ese derecho? No est¨¢ tan claro. Nunca hubo tiro ni veneno, ni navaja en defensa de que el fumador fumase en paz. Fue un derecho tomado por sorpresa, por dejadez ajena, por rutina o esnobismo. Las mujeres lo saben mejor que nadie. Ellas s¨ª han luchado con raz¨®n para poder hacer ciertas cosas y dejar de hacer otras. Y ahora son las chicas las que fuman cada vez m¨¢s y se sienten -dir¨ªase- orgullosas de este h¨¢bito p¨²blico que usurpa la privacidad de quienes no lo tienen.
La humorada es que los cientos de millones que fuman en el mundo han detentado privilegios que no les corresponden, y ahora, cuando t¨ªmidamente las personas ajenas pretenden acotar una pr¨¢ctica no mala en s¨ª, pero s¨ª mala en m¨ª, se rebelan como los sitiados ante la tiran¨ªa. En el pasado D¨ªa Mundial sin Tabaco (solemnidad a mi juicio tan ¨²til como el D¨ªa Anual del Guapo con Gafas) un centro de salud daba una flor al que tiraba al suelo el cigarrillo. El cigarrillo est¨¢ bien en la boca de su due?o; no en el ojo ajeno.
Esta profec¨ªa se cumplir¨¢, y antes que la de F¨¢tima. Usted y yo la veremos, en el d¨ªa no tan lejano en que nos desplacemos a los parques fum¨¢sicos donde las especies tab¨¢quicas m¨¢s resistentes vivan en libertad. A solas.
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