Desde abajo
Al anochecer subi¨® el portero de casa con un gran sobre: alguien acababa de dejarlo con el encargo de que me llegara urgentemente. Dentro hab¨ªa una comedia de Lauro Olmo titulada Desde abajo y una nota manuscrita: "?sta es la ¨²ltima obra que ha escrito Lauro Olmo. Est¨¢ muri¨¦ndose. Carmen. 18-6-94".No s¨¦ qui¨¦n es Carmen, pero la obra, o fantasmagor¨ªa, como su autor la calific¨®, est¨¢ dedicada: "A Carmen, La Vieja, por las discusiones y desacuerdos, incluidos los insultos que surgen, entra?ablemente, de su fabulosa y dolorida entrega".
La Vieja es el personaje, el figur¨®n, dir¨ªa yo en antiguo lenguaje teatral, de esta obra; lo dir¨ªa si no tuviera esa duda de que fue alguien real y me trajo esta obra con la indicaci¨®n de "est¨¢ muri¨¦ndose": el gerundio iba cobr¨¢ndose cada segundo su actividad, las p¨¢ginas se hac¨ªan p¨®stumas mientras las le¨ªa. Una comedia madrile?a, burlona, tierna; y noble, y valiosa. Barojiana, galdosiana. Ya har¨¦ la cr¨ªtica cuando se estrene, si es que ¨¦sta se estrena: Lauro no tuvo nunca suerte. Ni apoyos, ni solidaridades.
Hacia la mitad de esta obra, el personaje, Carmen, La Vieja, recita un poema. 0 lo dice: "Sencillamente, sin la m¨¢s leve afectaci¨®n". Aprovechar¨ªa este aprop¨®sito para decir que esta acotaci¨®n indica tambi¨¦n c¨®mo vivi¨® siempre Lauro Olmo. Transcribo el poema: "T¨² habr¨¢s podido ser / un conductor de hombres / o un hombre conducido, / esto no importa. / Lo que s¨ª importa, hermano, / es saber hasta d¨®nde / pudo llegar / y no lleg¨® tu savia / -ya sabes cu¨¢nto hay de inevitable / en esto de ser hombre, / en que ser¨¢s juzgado / por aquel que no fuiste / y que, en esencia, eras. / Y yo te digo / que no existe sentencia comparable / a la que, exacta, / nace de uno mismo. / Bien, si es para bien;,/ mal, si es para mal".
Es as¨ª como retrocedo al escritor popular el juicio de su ¨²ltimo momento: como ¨¦l pens¨® en su ¨²ltimo juicio. Pero, si no juicio, aunque m¨¢s bien con-una ¨²ltima emoci¨®n, hay una biograf¨ªa cr¨ªtica que trazar en el momento de su muerte, y no s¨®lo se resume en las dos palabras'-bueno y honradoque asaltan tod¨® el tiempo esta escritura y este recuerdo: fue un defensor de lo que crey¨® digno y justo, un socialista antiguo que no encontr¨® c¨®moda su plaza de militante, o de afiliado, en el socialismo nuevo; o no fue c¨®modo ¨¦l para sus compa?eros.
Fue el autor de La camisa: con ella cambi¨® el sentido del teatro social en Espa?a, y entr¨® un nuevo sentimiento de naturalismo, de posici¨®n del autor en un punto equidistante de sus personajes y su entorno: el suburbio de los desamparados, los que emigraban el extranjero, la esperanza puesta en el azar.
Se recibi¨® aquel estreno con entusiasmo (1962, teatro Goya), pero la m¨¢quina de siempre, de manos m¨²ltiples, entr¨® en movimiento y apenas pudo estrenar m¨¢s obras en teatros comerciales: clav¨® otra vez el Madrid popular en La pechuga de la sardina (en 1967), tras de lo cual vino el nuevo semiolvido y la lucha encarnizada por sobrevivir -como sus personajes-; impulsado por quien ha sido lo m¨¢s s¨®lido y m¨¢s real que haya tenido en la vida, su esposa y camarada, Pilar Enciso -es imposible recordarle a ¨¦l sin pensar en ella-, hizo y adapt¨® teatro infantil, que tampoco tuvo los apoyos que deb¨ªa; intent¨® una popularizaci¨®n del teatro adaptando sainetes madrile?os y obras de g¨¦nero chico en La Corrala: hasta que se lo quitaron. Los suyos, por cierto.
En sus relatos (Doce cuentos y uno m¨¢s, Premio Leopoldo Alas, 1952) hay recuerdo de lo que fue el mundo de su infancia: el barri¨® de Pozas, situado en lo que hoy es la gran esquina inmobiliaria de Princesa y Alberto Aguilera; hubo que arrancarle literalmente de los hierros del balc¨®n antes de que entraran las m¨¢quinas demoledoras.
En la calle, en el Ateneo (fue uno de los ¨²ltimos atene¨ªstas del viejo esp¨ªritu), en el teatro, en su partido, dej¨® siempre huellas de esta postura c¨ªvica de defensa de lo popular, de lo desamparado: hasta ser un desamparado m¨¢s. Le combatieron los varios poderes, incluyendo los suyos, que no pod¨ªan resistir su memoria hist¨®rica de Pablo Iglesias (la biograf¨ªa del fundador fue una de sus ¨²ltimas obras estrenadas); la generaci¨®n de autores que quiso luchar contra el realismo por su propia vanguardia; los arist¨®cratas de ese realismo a quienes les parec¨ªa demasiado vulgar con su sardina y su camisa. No se le ahorrar¨¢n, ahora, homenajes. Despu¨¦s de muerto.
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