El largo regreso a casa
No s¨¦ si alguien recuerda aquella canci¨®n mon¨®tona y dolorida de Doris Pr¨¦vin, Going home is such a ride, que en los a?os setenta sol¨ªa escucharse, como un remanso perturbador, entre los temas m¨¢s de moda, muchos de ellos algo melanc¨®licos, casi todos rom¨¢nticos, de sue?os y aspiraciones ut¨®picas. La vuelta a casa es un viaje tan largo. Esa voz de mujer, algo rota, martilleaba los o¨ªdos con ese vocablo que a las mujeres nos es tan familiar: home, se lamentaba persistentemente, como una gota de agua que no cesa de caer, home, casa, hogar...Escucho la canci¨®n dentro de m¨ª y vuelve a martillearme, siento el tono de la voz, ni enteramente resignada, ni enteramente tr¨¢gica. Dolorida, consciente, triste. ?Atrapada por el destino?, ?qu¨¦ destino?, ?es que alguien la obliga de verdad a volver a casa? Podr¨ªa huir, alejarse para siempre del hogar. Pero el tono de la voz, m¨¢s que las palabras, nos dice que no lo har¨¢, que seguir¨¢ regresando a casa, aunque sea de madrugada, tal vez al amanecer, pero volver¨¢, y seguramente antes de las diez de la noche, la hora en que las mujeres est¨¢n en sus casas; muchas de ellas llevan ya muchas horas en sus casas, muchas de ellas, todo el d¨ªa.
El sonsonete triste y mon¨®tono de esta canci¨®n de Doris Pr¨¦vin se cuela de vez en cuando en mi memoria y cobr¨® repentinamente un significado nuevo despu¨¦s de escuchar o leer un comentario sobre las consecuencias que puede causar el regreso al trabajo, concluido el periodo de las vacaciones. No eran pocas, seg¨²n se desprend¨ªa. de ciertos estudios, las personas que padec¨ªan entonces una crisis de angustia o depresi¨®n tan aguda que llegaban a rondar la idea del suicidio. Y los lunes, despu¨¦s del descanso del fin de semana, proporcionaban tambi¨¦n una peque?a dosis de esa angustia. Dado que el mercado de trabajo est¨¢ compuesto fundamentalmente por personas del sexo masculino, la mayor¨ªa de estas personas eran hombres.
La voz cansada de Doris Pr¨¦vin surgi¨® entre mis recuerdos, y su vago dolor me envolvi¨®. Imagin¨¦ a la mujer de la canci¨®n escuchando las quejas de su marido, mil veces escuchadas, cada ma?ana de lunes, despu¨¦s de las vacaciones de Navidad, de Pascua, de verano, ¨¦stas a¨²n mayores... ?sta es una mujer que no trabaja fuera de casa y que, cuando sale, regresa, en un viaje largo, largo. Canta y se lamenta mientras regresa, pero se tiene la sospecha de que, una vez en casa, dejar¨¢ de lamentarse. Disimular¨¢. Har¨¢ la cena, hablar¨¢ con su marido y con sus hijos. A la ma?ana siguiente, los despedir¨¢ cuando se vayan. Tal vez lleve a sus hijos al colegio, haga la compra de la comida, alg¨²n recado, y vuelva luego a casa, a ordenar, a limpiar, a hacer la comida.
Me pongo ahora en la situaci¨®n de todas estas mujeres, las que no tienen un trabajo fuera del hogar, ni otras responsabilidades que no sean las dom¨¦sticas y familiares. ?Qu¨¦ significan para ellas el t¨¦rmino de las vacaciones y los lunes?, ?qu¨¦ las vacaciones y el fin de semana?
Como en lo peque?o reside la mayor fuerza simb¨®lica, empecemos por los fines de semana. Para la mujer que su ¨²nica e ingente tarea reside en el hogar, la presencia de los otros miembros de la familia durante esos d¨ªas supone, para bien o para mal, una conmoci¨®n. Puede que para las dos cosas, para bien y para mal. Y como el bien es m¨¢s personal, analicemos un poco el mal: m¨¢s desorden, m¨¢s obligaciones, porque, adem¨¢s, los otros miembros de la familia consideran que esos d¨ªas son de descanso para ellos, y que muy merecido se lo tienen despu¨¦s de las duras jornadas laborales, as¨ª que pueden tener ciertas exigencias y hay que atenderles. Durante el fin de semana, a esta mujer se le pide flexibilidad y comprensi¨®n, pero que no delegue, porque nadie est¨¢ dispuesto a tomar el mando y hay que mantener cierto orden.
?Qui¨¦n se sentir¨ªa capaz de negar rotundamente que para estas mujeres los fines de semana representan una carga? Casa llena y desordenada, nevera llena, mesa puesta, fogones encendidos, ?qui¨¦n se encarga de organizar y poner en marcha todo eso? Y tal vez haya, para redondear el asunto, visitas familiares. Me parece que el lunes supone para estas mujeres un respiro, pero como la libertad, reci¨¦n ca¨ªda del cielo, es desconcertante y las energ¨ªas desplegadas durante el fin de semana han sido cuantiosas, al alivio puede sumarse la sensaci¨®n de vac¨ªo. No en vano se dice que las mujeres son muy complicadas y que repentinamente lloran sin causa aparente. Lo cierto es que las sensaciones contradictorias de cada lunes son ejemplares de todo lo que se pide a, estas mujeres, las que regresan siempre a casa, las que permanecen siempre en casa, las que cada ma?ana de lunes dicen adi¨®s a los hombres angustiados y deprimidos que deben ir a la oficina, a su puesto de trabajo.Como los que trabajan fuera de casa han sido los que m¨¢s han hecho o¨ªr sus quejas, que son m¨¢s ruidosas y uniformes, podr¨ªamos aguzar un poco el o¨ªdo para escuchar las que se guardan en el interior de las casas, y que tal vez se escuchen en los mercados, pero no en los peri¨®dicos, no en las estad¨ªsticas sociales, ni siquiera, habitualmente, en las canciones. Volver a la rutina, una vez que ha quedado rota, siempre cuesta. Enfrentarse a la casa desordenada del fin de semana, recuperar el orden, el lugar de las cosas, el ritmo que se ha ido acomodando a las necesidades de todos ser de nuevo la cancerbera del hogar, todo eso le est¨¢ reservado al ama de casa. Claro que para ella no ha habido tregua, y durante el fin de semana ha tenido que ejercer sus funciones. Por lo cual, el lunes, pese a la carga de trabajo que representa, y ese esfuerzo de volver al primitivo orden, que con tanta rapidez se ha venido abajo, hay un matiz de liberaci¨®n: nadie est¨¢ all¨ª desordenando y pidiendo, rompiendo normas, invadiendo espacios, esperando comidas, desparramando peri¨®dicos, dejando en cualquier lugar tazas de caf¨¦ y de vino, ceniceros, jerseys, calcetines... A primera hora de la ma?ana del lunes, la casa vac¨ªa, el espect¨¢culo puede ser absolutamente desalentador, pero al fin, la acci¨®n ha concluido, ha llegado a su l¨ªmite y eso infunde ¨¢nimos.
?Y qu¨¦ decir de las vacaciones de verano? Cuando veo a los grupos familiares bajo las sombrillas, hombres y mujeres tendidos sobre las coloridas toallas, los ni?os alrededor, no puedo dejar de preguntarme para qui¨¦n supondr¨¢ el verano verdadero descanso y recompensa. He o¨ªdo comentar a algunos hombres que los veranos les aburren y que a?oran la compa?¨ªa de sus compa?eros de trabajo, ?ser¨¢n los mismos hombres que est¨¢n a punto de derrumbarse el primer d¨ªa de ese trabajo? Y las mujeres, ?c¨®mo se enfrentar¨¢n al regreso?, ?desde d¨®nde regresan? Me temo que para muchas de ellas, la vuelta a la rutina del "curso" ser¨¢ acogida con cierto alivio, como si fuera mejor de lo que es, y que luego es regreso a lo decepcionante. El polvo, el desorden, la ropa de verano, ya inservible, las citas con los m¨¦dicos... Cientos de detalles reclaman ahora su atenci¨®n. Flota m¨¢s que nunca en el aire la sensaci¨®n de que el bienestar de los otros recae sobre sus hombros y que la rutina de quienes trabajan fuera de casa, la dependencia de sus horarios y compromisos, se apoyan sobre el orden dom¨¦stico que durante el verano se ha desmoronado y que hay que volver a construir, partiendo no ya de cero, sino de un lugar borroso y lejano.
La vuelta a casa despu¨¦s de las vacaciones sume a muchas mujeres, a muchas amas de casa, en un estado de confusa impotencia, de vago y profundo desasosiego, que puede derivar en enfermedades y m¨²ltiples dolencias. Pero ha sido la queja masculina, de los hombres que acuden a las obligaciones que les impone el sustento familiar, la que m¨¢s se ha dejado o¨ªr, y tengo la impresi¨®n de que, entre otras cosas, ha sido as¨ª porque quienes vuelven al trabajo fuera de sus casas experimentan un sentimiento m¨¢s claro y saben bien lo que dejan detr¨¢s, esa indolencia y relajaci¨®n que acompa?a al descanso. En cambio, para las mu-
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jeres que no salen de su hogar, los sentimientos son ambiguos y encontrados. Esta queja es m¨¢s dif¨ªcil de formular, y tal vez ser¨ªa infinitamente m¨¢s amplia y profunda, atravesada por r¨¢fagas de indignaci¨®n abstracta, general, lo que le hace m¨¢s confusa e inc¨®moda.
Y aqu¨ª deber¨ªamos de detenernos un poco, y recordar que estas dif¨ªciles emociones no son patrimonio exclusivo de las mujeres. Algunas de ellas se las arreglan magn¨ªficamente cuando su marido se va a la oficina, su agenda (porque esas, mujeres tienen agenda) est¨¢ llena de citas y actividades. A muchas se las reconoce nada m¨¢s verlas, en la forma en que taconean por la calle o conducen su coche (casi siempre, todoterreno), empujando a los otros con mayor firmeza que los conductores masculinos, pero si no queremos dar a los detalles tanta relevancia y pudi¨¦ramos asomarnos a sus almas, creo que no encontrar¨ªamos en ellas mucha nostalgia de lo eterno (?de qu¨¦ otra manera se podr¨ªa decir?). No creo" en fin, que se demoren en la lectura de las peque?as noticias de los peri¨®dicos, si es que se demoran en alguna, y, sobre todo, en las que hacen menci¨®n a los nuevos medicamentos para tratar con ¨¦xito la depresi¨®n, y si acaso lo hacen, no lo har¨¢n de la misma manera de quienes sospechan que una depresi¨®n no es exactamente igual que romperse un brazo.
Y habr¨ªa que hablar de los hombres de complejas emociones, desde luego. Los que deambulan perdidos entre sus compa?eros de metas claras y precisas, los que tanto en invierno como en verano, en casa como en la oficina, nunca dejan de o¨ªr del todo esa pregunta que una vez se hicieron sobre el lugar del mundo donde debieran haber estado y no se encontr¨®. No, la clasificaci¨®n de las almas seg¨²n el sexo de sus portadores no es suficiente ni justa. Pero como el alma convive con ¨¦l cuerpo y acaba estableciendo una relaci¨®n tan estrecha con ¨¦l que ya no se sabe d¨®nde termina la una y empieza el otro, y como es evidente que no es lo mismo haber nacido en Madagascar o en Panam¨¢ que en Oreg¨®n, ante determinados comentarios sobre algunas de las obligaciones que recaen sobre los miembros de uno de los sexos, surge el deseo de recordar las que recaen sobre el otro.Y por eso los melanc¨®licos acordes de la canci¨®n de Poris Pr¨¦vin volvieron a mi memoria al o¨ªr o leer las quejas de los hombres que se reincorporan al trabajo. Aunque escuchada con atenci¨®n, siguiendo atentamente sus palabras, la canci¨®n de Doris Pr¨¦vin parte de una queja amorosa, para m¨ª siempre la trascendi¨® y en ese momento se hizo expresi¨®n de todas las fuerzas que se conjugan para hacer que muchos de los caminos que emprende la mujer se conviertan, tantas veces, en pesadas cargas, en largos, inexorables caminos hacia el hogar.Soledad Pu¨¦rtolas es escritora.
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