Los derechos de los quintos
ES M?S f¨¢cil cambiar las leyes que cambiar la realidad, pero es muy dif¨ªcil lograr lo segundo si no se hace lo primero. El Reglamento del Servicio Militar, aprobado por el ¨²ltimo Consejo de Ministros, supone el primer intento de regular la vida cotidiana en el interior de los cuarteles y hacerla compatible con los preceptos constitucionales. En la memoria de muchos espa?oles, su primer d¨ªa de mili es aquel en que, sometidos al rito inici¨¢tico del pelado y la puesta de uniforme, dejaron de ser ellos mismos para convertirse en seres privados de cualquier derecho y sometidos al capricho de otros.El reglamento reci¨¦n aprobado establece justamente lo contrario: los soldados son ciudadanos con todos los derechos, y ¨¦stos no tienen m¨¢s limites que los imprescindibles para garantizar la eficacia de las Fuerzas Armadas. Lo primero que cabe decir de este reglamento es que llega tarde. Han tenido que pasar casi 16 a?os desde la aprobaci¨®n de la Constituci¨®n para que los soldados cuenten con un estatuto de derechos y deberes. Cabe preguntar se si habr¨ªa visto alguna vez la luz de no alcanzar la contestaci¨®n a la mili, manifestada en el espectacular aumento de objetores -multiplicados por cuatro este a?o- e insumisos, sus actuales dimensiones.
Algunas de las previsiones contenidas en el reglamento causan sonrojo: que en un Estado laico haya que decir que la asistencia a actos religiosos es voluntaria; o que la jornada de trabajo del soldado de reemplazo debe tener alg¨²n l¨ªmite y no prolongarse m¨¢s que la de los militares profesionales.
Pero no por tard¨ªo o por obvio es menos importante que se aplique. Las leyes disciplinarias o penales militares, con sus severos correctivos, garantizan el cumplimiento de las obligaciones. No ocurre siempre igual con los derechos. Por ejemplo, el derecho a percibir una cantidad mensual para los gastos personales, que figura ya en la Ley del Servicio Militar de 1991 y se ha incumplido desde entonces. Mientras los soldados espa?oles reciban una asignaci¨®n, miserable, unas 1.500 pesetas al mes, argumentar que el Ej¨¦rcito mixto es m¨¢s barato que el profesional resulta casi un sarcasmo. Se est¨¢ utilizando mano de obra, m¨¢s que barata gratuita, sustra¨ªda de la producci¨®n. El coste social del servicio obligatorio deber¨ªa incluir lo que esos mozos dejan de producir durante los meses de mili.
Otros cambios no dependen del dinero. ?C¨®mo asegurar que, contra lo que sucede con demasiada frecuencia, no se mandar¨¢ a los soldados realizar "prestaciones de tipo personal"? ?C¨®mo conseguir que los superiores "cuiden sol¨ªcitamente" de sus subordinados, y que ¨¦stos se convenzan de que "se les trata con el respeto y la consideraci¨®n que merecen"? Lograrlo exige un cambio de mentalidad que, si bien ya se ha producido entre muchos militares, a¨²n encuentra notables resistencias.
Para vencerlas, el reglamento prev¨¦ "mecanismos de inspecci¨®n", aunque deja en una nebulosa su capacidad sancionadora. Tambi¨¦n obliga al ministro de Defensa a elaborar anualmente un informe sobre las condiciones de cumplimiento del servicio militar. No parece ocioso, aunque el reglamento no lo diga, que ese informe se presente al Parlamento y ¨¦ste sepa si el reci¨¦n nacido estatuto se ha convertido en una norma de vida o ha quedado en un cat¨¢logo de buenas intenciones.
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