El mercado de la ¨¦tica
Dicen los que de esto entienden que para comprobar en qu¨¦ medida una sociedad aprecia determinados productos, sean materiales o inmateriales, m¨¢s que recurrir a encuestas o a votaciones, conviene ponerlos en venta y averiguar cu¨¢nto est¨¢ dispuesta a pagar por ellos la ciudadan¨ªa. Es el voto-d¨®lar, o el voto-peseta en nuestro caso, es decir, lo que alguien se aviene a desembolsar a cambio de una mercanc¨ªa, lo que da una idea justa del aprecio que merece.Las encuestas -ya se sabe- sit¨²an al encuestado en un mundo irreal, alejado de ese momento de la verdad que es la urgencia de la acci¨®n, y por eso le. permiten realizar impunemente toda suerte de elegantes declaraciones. ?Recuerdan el chiste? Una persona aborda a otra por la calle y le pregunta: ?usted se dejar¨ªa corromper? Y contesta el otro de inmediato: si es una encuesta, decididamente, no; si es una proposici¨®n, hablemos.
Las votaciones, por su parte, se producen en ese confuso mundo de las componendas de grupos, de las promesas con respecto a ventajas distintas de lo que est¨¢ en juego, y por eso mal permiten medir si el objeto mismo de la votaci¨®n es o. no apreciado. D¨ªgale usted a un tribunal de oposiciones -prosiguen quienes de esto saben- que se juega su dinero si vota a uno u otro candidato, y ver¨¢ c¨®mo acabamos con la endogamia y el nepotismo en cuatro d¨ªas. D¨¦jelo al puro voto, sin m¨¢s repercusi¨®n que la del bien p¨²blico, y tenemos endogamia y amiguismo para a?os sin cuento. Por eso -insisten los partidarios del voto-peseta-, para comprobar el grado en que una poblaci¨®n aprecia un producto, conviene ponerlo a la venta, sacarlo al mercado.
Cierto que el famoso personaje de Oscar Wilde distingu¨ªa entre valor y precio en aquella definici¨®n de c¨ªnico, que se ha hecho ya c¨¦lebre: "C¨ªnico es el que conoce el precio de todas las cosas y el valor de ninguna". Definici¨®n que se hac¨ªa eco de ese sentir popular seg¨²n el cual es bien distinto el valor del mercado del valor de las cosas, es bien distinto, por ejemplo, el precio de las mercanc¨ªas de ese cari?o verdadero que ni se compra ni se vende; o, como contaba un querido profesor m¨ªo: "Despu¨¦s de dar unas clases particulares a un ni?o, el padre me dijo: 'Lo que ha hecho por mi hijo no tiene precio'. Y por eso no me pag¨®".
Una cosa es el valor, muy otra el precio, dice, pues, la sabidur¨ªa popular. Y, sin embargo, insisten los defensores de la teor¨ªa del voto-peseta en que para averiguar el grado de aprecio que un producto alcanza conviene hacer pagar. ?No estar¨ªa bien -cabr¨ªa preguntar, aceptando su sugerencia- sacar la ¨¦tica al mercado, a ver cu¨¢nto vende, es decir, en qu¨¦ aprecio se la tiene, cu¨¢nto estamos dispuestos a pagar por ella?
Porque desde distintos sectores de la vida social se pregona reiteradamente que lo que esta sociedad precisa es, entre otras cosas, una buena dosis de ¨¦tica para remontar la crisis de desmoralizaci¨®n en la que hemos entrado tiempo ha. Teniendo en cuenta que una sociedad desmoralizada es -por decirlo con Ortega y Aranguren- aquella a la que falta el ¨¢nimo, el tono vital necesario para enfrentar con gallard¨ªa los retos que se le presentan inevitablemente, mientras que una sociedad con altura moral es aquella a la que sobran arrestos para desafiar al destino, respondiendo adem¨¢s con altura humana. Es la nuestra -se insiste desde distintos sectores- una sociedad sin ¨¢nimo y por eso necesita urgentemente una revitalizaci¨®n ¨¦tica. Lo cual deber¨ªa hacer sospechar a quienes tengan esp¨ªritu de empresa que, va a ser un ¨®ptimo negocio llevar al mercado los productos ¨¦ticos.
Al mercado entendido como instituci¨®n econ¨®mica del mundo moderno, que dir¨ªa la ¨¦lite culta, o al mercado como reuni¨®n de gente, m¨¢s vieja que la tos, en la que se compran y venden comestibles frescos, ganado, zapatos o tejidos: ese mercado que conoce cualquier ciudadano de a pie. ?Qu¨¦ pasar¨ªa si pusi¨¦ramos en ¨¦l un puestecito, surtido de valores, actitudes, virtudes o normas ¨¦ticas? Ya saben, lo cl¨¢sico: respeto mutuo, honradez, competencia profesional, transparencia, lealtad, cooperaci¨®n dentro de un marco de justicia, solidaridad, no s¨®lo nacional, sino tambi¨¦n internacional, y ese largo etc¨¦tera que levanta el ¨¢nimo de las personas y de las sociedades. Por lo que se dice en los ¨²ltimos tiempos, no necesita r¨ªamos ni siquiera hacer la pro paganda del producto, porque bastar¨ªa con poner el puesto y pregonar la mercanc¨ªa para que se agolparan los compradores y nos hici¨¦ramos de oro.
Por eso, h¨¢ganme caso los que tienen esp¨ªritu de empresa: lleven la ¨¦tica al mercado, porque, por lo que dicen unos y otros, es la ocasi¨®n que vieron los siglos. Y si no lo es, al menos sabremos qu¨¦ es lo que verdaderamente apreciamos.
es catedr¨¢tica de ?tica y Filosofia Pol¨ªtica de la Universidad de Valencia.
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