La ciudad vac¨ªa
Una de las im¨¢genes m¨¢s inquietantes que Madrid puede ofrecernos -aparte de la Gran V¨ªa de noche y de los pasadizos subterr¨¢neos de Col¨®n- es la visi¨®n de la ciudad vac¨ªa; ese paisaje del d¨ªa despu¨¦s con que a veces nos golpea de manera inesperada las retinas.Esto puede ocurrir en dos momentos distintos: en verano (un domingo de agosto a las cuatro de la tarde, por ejemplo) y cuando televisan el f¨²tbol. Me refiero a un partido de esos que paralizan el mundo.
En cualquiera de los casos, la sensaci¨®n es la misma: una desolaci¨®n inmensa, una zozobra tan grande que a veces llega a producir escalofr¨ªos. De repente, uno se asoma a la calle, da un par de vueltas a la manzana, se acerca a cualquier esquina y se da cuenta, sobrecogido, de que es el ¨²nico que est¨¢ vivo en la ciudad, al menos a simple vista. Lo normal, en esos casos, es que regresa a casa despavorido.
La desolaci¨®n de Madrid cualquier domingo de agosto la ha descrito muy bien Juan Jos¨¦ Mill¨¢s en este mismo peri¨®dico recordando un paseo suyo a las cuatro de la tarde por la calle de Mar¨ªa de Molina. Dec¨ªa Mill¨¢s, con su peculiar estilo, que era lo m¨¢s parecido que ¨¦l hab¨ªa visto al desierto y que incluso hab¨ªa llegado a sufrir un espejismo: ver a su propio doble caminando en direcci¨®n contraria y cruzarse en un. sem¨¢foro como dos desconocidos.
La desolaci¨®n de Madrid durante un partido de f¨²tbol es, sin embargo, distinta. Uno se asoma ala calle y la ve completamente vac¨ªa, pero sabe que detr¨¢s, de las ventanas hay millones de personas mirando el mismo partido. Se lo indican los resplandores de los televisores tras los visillos y las exclamaciones de frustraci¨®n o alegr¨ªa que cada poco rompen el silencio de la noche y retumban en las calles al un¨ªsono. Y, sobre todo, sabe qu¨¦, en cuanto el partido acabe, todas esas personas invisibles saltar¨¢n de sus madrigueras y recorrer¨¢n la ciudad cantando y dando gritos de alegr¨ªa, si han ganado, o en silencio, si, han perdido.
Este verano, en Madrid se han juntado el calor y el f¨²tbol. Yo pensaba, y as¨ª trat¨¦ de contarlo en una de mis novelas, que la visi¨®n m¨¢s sobrecogedora que pod¨ªa ver era la de una aldea deshabitada. Rectifico: la visi¨®n m¨¢s sobrecogedora que puede haber es la de una ciudad vac¨ªa.
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