Disfrutar la ciudad
Madrid, en verano, con dinero y sin familia, es Baden Baden, sol¨ªa decir el madrile?ismo castizo, con referencia a los muchos bienes que la capital del reino reporta a quien se queda en ella de Rodr¨ªguez. La frase ha ca¨ªdo en desuso, pues ya no est¨¢ de moda el paradisiaco balneario de la Selva Negra (ahora el ocio sumo se cifra en el Caribe), y posiblemente ente el de Rodr¨ªguez sea una figura popular que tambi¨¦n periclita, pero el esp¨ªritu contin¨²a vigente. El verano madrile?o, con dinero y la familia coci¨¦ndose al sol en lejanos pagos, ofrece vast¨ªsimas perspectivas, con las ¨²nicas limitaciones que impongan las generales de la ley, los c¨®digos de conducta y las ordenanzas reguladoras de la convivencia. Lo bueno es, sin embargo, que sin dinero tambi¨¦n puede hacerse pr¨¢cticamente todo en Madrid; en primer lugar, disfrutarlo. Hay multitud de madrile?os que esperan con impaciencia la llegada de las vacaciones veraniegas no para irse al Caribe, ni a Baden Baden, ni a parte alguna, sino para gozar la ciudad a sus anchas. Liberada de los coches, que durante el resto del a?o la convierten en un alucinante garaje contaminado de humos, estruendos y otros cataclismos, tambi¨¦n del gent¨ªo que tupe las calles y abarrota los establecimientos, Madrid es una deliciosa ciudad, tan abierta y tan recoleta como al humor convenga, que parece dise?ada para pasearla de la punta al cabo.
A la vuelta del Ministerio de Defensa, calle de Alcal¨¢ arriba, la llamaban El Pinar de las de G¨®mez, porque en los atardeceres caniculares la frecuentaban las se?oritas casaderas de muchas ¨ªnfulas y pocos cuartos, y se hac¨ªan los encontradizos con ellas los chupatintas, los estudiantes y los zangolotinos que se encontraban en similar situaci¨®n. Tambi¨¦n aparec¨ªan por all¨ª los calaveras, pero ¨¦sos pasaban raudos y medio furtivos, pues acud¨ªan al enjambre callejero que discurre por detr¨¢s de la Gran V¨ªa y de la Puerta del Sol, que era zona de perversi¨®n.
La verdad es que todo sigue igual, el talante de los madrile?os apenas ha cambiado, y quiz¨¢ ¨²nicamente var¨ªen las ofertas de esparcimiento que continuamente inventa la modernidad para el f¨¢cil comercio y la ping¨¹e ganancia, all¨¢ penas si acaban resultando diab¨®licas. Ah¨ª est¨¢n, sin ir m¨¢s lejos, las terrazas, cuyo estruendo musical deja sorda a la clientela y en vela a la barriada entera.
Los madrile?os conspicuos, sin embargo, los que saben concertar los rigores del estiaje y los m¨²ltiples recursos de la ciudad, suelen dormir larga siesta con pijama y orinal, despabilan luego el cuerpo en la ducha, lo visten de punta en blanco, y cuando ya empieza a declinar el sol por sobre la Casa de Campo salen a recorrer Madrid. Algunos se trazan rutas, y unos d¨ªas ser¨¢n los paseos de la Castellana y el Prado sintiendo el frescor de sus arboledas, con paraditas en Cibeles y Neptuno para comprobar que estos dioses del madrile?ismo castizo siguen en su sitio y se encuentran en perfecto estado de revista; o el Retiro que el madrile?o fet¨¦n ama y cuida como si fuera su cortijo; o la Plaza Mayor, y desde ah¨ª, una incursi¨®n a ese fascinante Madrid de los Austrias, donde uno entra y queda atrapado por el embrujo de la historia; o unas visitas de cumplido a las tabernas de Puerta Cerrada, si le va el mollate, que sirven enfrasca, y ll¨¢manlo por eso: "Vino del Marqu¨¦s de las Cuatro Esquinas"; o un acercamiento al Palacio Real y al Campo del Moro, que es otra forma de asomarse a la noche de los tiempos; o la contemplaci¨®n del Viaducto, si bien suelen hacerla los madrile?os de soslayo y tocando madera, ya que se trata de un referente con mal ag¨¹ero; o si al paseante le da eclesial, una gira respetuosa por San Francisco el Grande, los Jer¨®nimos, la Sacramental de San Isidro, el Convento de la Encarnaci¨®n, la ermita de San Antonio de la Florida, que es santo casamentero y custodia Goyas...
Madrid es la gloria en verano para los madrile?os de casta. Parques, avenidas, conventos, palacios, templos de Baco, ?la intemerata!, est¨¢n a su entera disposici¨®n. Y, adem¨¢s, no se llenan de arena, ni les embiste una vaca, ni les pican los mosquitos, entre otras desgracias que les ocurren a los que tienen dinero y familia y se van de veraneo por esos mundos de Dios.
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