La Espa?a real se impuso
Aquellos d¨ªas de julio -hoy hace 25 a?os-, los espa?oles hicieron horas extras ante el televisor y sin necesidad de zapping pasaron c¨®modamente de recibir al americano Armstrong en la Luna a ver, desde el palacio de la Carrera de San Jer¨®nimo, c¨®mo un joven pr¨ªncipe aceptaba convertirse en rey a la muerte de Franco. Gracias a un asombroso desarrollo de las comunicaciones, millones de ojos expectantes desped¨ªan la d¨¦cada prodigiosa, en la que las nuevas antenas sobre los tejados de Espa?a eran se?aladas como emblema de una moderna sociedad de consumo. Si 1968 ha servido para describir las esperanzas de aqu¨¦llos que hab¨ªan nacido cuando cesa ban los bombardeos y callaban las armas aliadas en las esquinas berlinesas o en los cielos de Jap¨®n, la fecha fuerte de la ceremonia de las Cortes ayuda a recordar los deseos de cambio de los nuevos espa?oles. Nada, en verdad, pod¨ªa hacer pensar que el ma?ana estaba despuntando aquel 22 de julio. Los televidentes sab¨ªan que, tres a?os antes, con ¨¢nimo de mantener la continuidad de. su r¨¦gimen, Franco hab¨ªa trazado un dise?o de futuro mediante una ley org¨¢nica y la instauraci¨®n de la monarqu¨ªa, que en su perspectiva dejar¨ªa todo "atado y bien atado". Y estaban seguros de asistir a una nueva representaci¨®n de las dos Espa?as , las que hab¨ªan, descorazonado a los pensadores y pol¨ªticos de los a?os de Alfonso XIII y la Rep¨²blica. Mientras la Espa?a oficial actuaba ante el televisor, la Espa?a real se acercaba al espect¨¢culo desde el sal¨®n comedor de la clase media y trabajadora, ajena al ruido de la maquinaria del Estado. En el hemiciclo isabelino el viejo caudillo repet¨ªa el ritual del antiguo r¨¦gimen, donde las Cortes borb¨®nicas s¨®lo se reun¨ªan para presentar al Pr¨ªncipe de Asturias, y ahora lo hac¨ªa con las suyas para tomar juramento al nuevo heredero. Junto al monarca absoluto, velaban armas su nueva aristocracia de generales y capitanes de la industria y las finanzas y los pr¨ªncipes del Movimiento Nacional, colore¨¢ndose sus chaquetas blancas con el rojo de los arzobispos. Por muy domesticados que estuvieran los procuradores franquistas, sabemos hoy que la candidatura de Juan Carlos la trabajaron afanosamente Carrero y L¨®pez Rod¨®, quienes en colaboraci¨®n con viejos servidores, del jefe del Estado hab¨ªan preparado el recambio.
No obstante, nunca como hasta esa fecha la distancia que separaba las dos Espa?as hab¨ªa sido tan grande. Con el mismo ritmo que la industria crec¨ªa y aumentaban los placeres del consumo, las migraciones interiores cambiaban la cara de las ciudades y empeque?ec¨ªan los m¨¢rgenes de la Espa?a profunda. El presupuesto de educaci¨®n supera al de las FF AA y pregona el alcance del cambio de pautas y expectativas de los espa?oles, de d¨ªa en d¨ªa m¨¢s reclamados por la cultura del bienestar. Hay ya una Espa?a que emigra a la Europa liberal y un mundo de permisividad y disidencia que se cuela por el flujo tur¨ªstico. La Espa?a de cerrado y sacrist¨ªa es ya un pa¨ªs laico con una ¨¦tica civil centrada en el respeto de los derechos de la persona y una mayor tolerancia en el ¨¢mbito de las ideas.
En la hora de buscar el relevo, tanto la oposici¨®n como una mayor¨ªa de los procuradores franquistas y, por supuesto, la sociedad espa?ola desconocen pr¨¢cticamente la personalidad y las intenciones del pr¨ªncipe Juan Carlos y no pueden prever los cambios que iban a producirse. La Espa?a real aprieta el acelerador exigiendo la homogeneidad pol¨ªtica con la Europa del entorno a la par que engrosa las filas de la oposici¨®n. En Portugal una revoluci¨®n incruenta dirigida por militares disconformes con la soluci¨®n continuista dada al r¨¦gimen por el sucesor de Salazar cambiaba el sistema, pol¨ªtico y abr¨ªa un camino de libertades levantando expectativas de mudanza en Espa?a. Los primeros barruntos de la crisis mundial provocada por el encarecimiento del petr¨®leo golpean el ¨ªndice de precios al consumo, reduciendo gravemente los salarios y haciendo peligrar el bienestar social, eje de la nueva legitimidad.
Cuando en noviembre de 1975 se deja por fin morir en paz a Franco, la Espa?a, artificial del atraso pol¨ªtico y la minor¨ªa de edad le acompa?a en su tumba del Valle de los Ca¨ªdos. Cansados de tantos a?os de vivir en la diferencia, los espa?oles, corrieron a ejercitar sus libertades individuales antes de cualquier sanci¨®n legal, mientras en su primer discurso como Rey, Juan Carlos I dej¨® entrever un esp¨ªritu nuevo al omitir toda referencia a la guerra civil y al Movimiento. La Espa?a real se abr¨ªa camino definitivo, pero el pa¨ªs emprendi¨® el viraje cuando un oscuro bur¨®crata franquista, Adolfo Su¨¢rez, dio el salto a la presidencia del Ejecutivo, de la mano del monarca. Ahora parece claro que Juan Carlos conoc¨ªa bien a su personaje y que su nombramiento constituy¨® un grand¨ªsimo acierto de la Corona, poniendo as¨ª en marcha la transici¨®n de una dictadura extenuada a una democracia entusiasta. Labor' para la que. empez¨® a prepararse cuando, hace 25 a?os, fue elegido para representar la Espa?a real.
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