Ruanda Films presenta...
Hemos descubierto que el horror es capaz de superarse a s¨ª mismo, cuando pens¨¢bamos que simplemente nos superaba. Conserv¨¢bamos cierta confianza en nuestra sensibilidad, porque al contemplar en la televisi¨®n im¨¢genes desoladoras del Tercer Mundo sab¨ªamos reconocer que aquello est¨¢ mal montado. En algunas ocasiones, el horror quedaba cerca, pod¨ªa afectarnos, pues perjudicaba al espacio - a¨¦reo del alg¨²n pa¨ªs que nos apetec¨ªa visitar en vacaciones. Tambi¨¦n conven¨ªa superar ese horror por v¨ªas pr¨¢cticas. Desde el honorable seno de la raz¨®n europea era evidente que ciertos excesos no pod¨ªan producirse entre nosotros. Estaba en nuestras manos el curarnos alegando que el horror es un sentimiento irracional, que no se programa. Claro que esto no es exactamente cierto en la sociedad del bienestar; la televisi¨®n puede programar el horror a la hora en punto: la de los telediarios. Tenemos nuestra cita a esa hora pac¨ªfica, entra?ablemente familiar, que los cursis llaman prime time, aunque algunos como yo seamos tardones y esperemos a la hora de Miguel ?ngel Aguilar, Carrascal y Pedro Altares. El horror nos alcanza, pues, de madrugada, con el tiempo justo para meterlo debajo de la almohada y ahorrarnos pesadillas, como sol¨ªamos hacer en aquella lejana ¨¦poca en que el horror se contentaba con llamarse Frankenstein, Dr¨¢cula y Fu-Man-Ch¨².Incluso estos ejemplos de nuestra educaci¨®n sentimental nos tranquilizaban: era un horror moderno; como mucho, delicias de la Universal del periodo art d¨¦co y en su base de la novela g¨®tica del XIX. Era un horror que hab¨ªa pasado por un proceso de domesticaci¨®n. Era civilizado.
Esta doma del horror nos hace llegar a, la situaci¨®n actual provistos de ciertas defensas. No debieran alcanzarnos los sucesos de ?frica. ?Parecen tan prehist¨®ricos! Hablan un idioma que no est¨¢ entre los nuestros, si es que alguno hablan. Las pel¨ªculas de Tarz¨¢n nos hab¨ªan acostumbrado a creer que a los negros -es decir, los salvajes- no se les entiende: en nuestros juegos, imit¨¢bamos a los watusis o a los pigmeos haciendo sonidos guturales. ?C¨®mo averiguar ahora en qu¨¦ idioma gritan los ruandeses cuando se mueren? ?Es idioma marginado, es dialecto, es patois? Incluso los nacionalistas mejor intencionados lo tienen crudo para solidarizarse. Hay medio mill¨®n de cad¨¢veres que se han ido de este perro mundo -nunca mejor dicho- sin tiempo de contarnos si, con ellos, desaparece una cultura milenaria. Por no tener no tienen un mal premio Nobel que los represente en las enciclopedias.
Y luego viene la cuesti¨®n de las etnias. ?Qu¨¦ son esa gente? Unos son hutus, otros resultan ser tutsis. Siempre aprendemos algo nuevo. Esos no sal¨ªan en los cromos de Razas humanas, donde todos los negros eran el mismo negro, s¨®lo que vestido de verbena unas veces o de comerse exploradores en otras. Pero ahora hay novedades. Las v¨ªctimas de Ruanda nos ofrecen el juego del verano. ?Qu¨¦ colores ponen en nuestras rutilantes pantallas? Uno dir¨ªa que son negros totales, pero no lo parecen completamente. La criada de Lo que el viento se llev¨® ten¨ªa el tono del bet¨²n, pero en las pilas de cad¨¢veres de Ruanda los hay que son color cacao. Aprendemos a distinguir para nuestro asombro los distintos matices de la negritud: ?a fe que un n¨²mero de la National Geographic Magazine no nos habr¨ªa ense?ado tanto!
Esas v¨ªctimas tampoco nos ofrecen el alivio de un exotismo de bazar: no llevan el rostro pintarrajeado, ni plumas en la cabeza ni huesos de misionero en la nariz. F¨ªjese bien el lector: algunos visten como sus hijos un domingo por la ma?ana. Tejanos, polo a rayas y hasta alguna chaqueta de cuero habr¨¦ visto yo entre los montones de cad¨¢veres.
No tenemos, pues, la excusa del buen salvaje. Yo dir¨ªa que los negros de Ruanda son personas incluso humanas... si no han de enfadarse los racistas. (Un d¨ªa, estos p¨¢jaros descubrir¨¢n que son personas los negros, los jud¨ªos, los homosexuales y hasta los moros. Ese d¨ªa se llevar¨¢n una sorpresa descomunal).
Estamos a punto de pensar que esos seres condenados a una muerte cierta son, efectivamente, como nosotros, pero al punto nos encontramos con una retah¨ªla de conceptos imposibles. Repasemos el vocabulario: exterminio, matanza, genocidio, epidemia... palabras que se han ido sucediendo a medida que progresaba el crimen y el horror iba en aumento. Esas palabras definen sucesos que pueden darse aqu¨ª, pero no todos juntos. Europa ha sido asesina cuando le conven¨ªa, pero con cautela. Ciertas formas han sido respetadas. Aqu¨ª hemos sabido matar como nadie, pero con sistemas adecuados a las circunstancias. Los genocidios se han efectuado con decretos ministeriales, los exterminios con instrumentos relativamente higi¨¦nicos. A?adir una epidemia de c¨®lera galopante ya hubiera sido excesivo. Impensable en Europa. Sonar¨ªa a Edad Media. (Tratado por Thomas Mann, el c¨®lera queda tambi¨¦n m¨¢s refinado, y si Visconti le pone m¨²sica de Mahler ya es una mariconadita de mucho empaque).
?Cu¨¢ntas organizaciones internacionales reaccionan justo ahora, cuando leo que es demasiado tarde? Nunca lo ser¨¢ para que en las mesas de las conversaciones internacionales se discutan las perogrulladas de siempre. Ha tenido que ponerse en marcha la abnegaci¨®n de las organizaciones filantr¨®picas antes que la ineficacia de los pol¨ªticos: Ah¨ª los tienen, limpios y exquisitos en las distintas cachupinadas destinadas a afirmar la idea de Europa. ?Qu¨¦ continente ¨¦ste, tan capacitado para organizarse, mientras en ?frica s¨®lo la muerte organiza met¨®dicamente sus cohortes! Y esta evidencia ya no deber¨ªa cogernos desprevenidos. Mientras los pol¨ªticos nos llenan la cabeza con la glorificaci¨®n de Europa, el vergonzoso caso de Sarajevo la boicotea, la humilla en sus mismas esencias: es un grito que vale por todas las discusiones en las mesas de los pol¨ªticos. Pero esto ya hace tiempo que lo dicen los intelectuales, luego empieza a fatigar al personal. Lo de Sarajevo, para muchos, ya queda descolorido.
Europa se basta a s¨ª misma como cat¨¢logo de frustraciones, y si la saco a colaci¨®n es porque nos la refriegan tanto ¨²ltimamente. Mientras, ?frica va m¨¢s lejos y, en su agon¨ªa, pone en crisis los contenidos de la civilizaci¨®n occidental en su totalidad. Aqu¨ª, la raz¨®n pierde todas las batallas. La pierde tanto que se apodera de los medios de difusi¨®n, haciendo que incluso el mensaje -el mensaje, el grito, el aullido del horror- quede divinamente camuflado. Citar¨ªa ejemplos que, por sabidos, son puro
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asco. De todos los medios, es la televisi¨®n el que m¨¢s ha contribuido a insensibilizarnos. En el mejor de los casos, en los mejores programas, incluso en espacios de cuya seriedad no sabr¨ªamos dudar, la televisi¨®n contribuye a la vieja m¨¢xima de que el medio sea el mensaje. ?C¨®mo se combina el horror cotidiano con la frivolidad de cada minuto? Esos ni?os masacrados, esos rostros de ojos saltones porque ya s¨®lo les quedan ojos, esa carne putrefacta, devorada por las moscas -?y es carne humana!-, todo ese horror alterna de repente con el anuncio de una playa caribe?a donde cachondas modelos anuncian un refresco espumoso. Para citar un solo ejemplo de imagen que anula el efecto de la anterior, cuando no la ridiculiza. (No olvido que se emiti¨® por la primera cadena un festival por Ruanda, pero la magn¨ªfica oportunidad, el acierto de aquella retransmisi¨®n, no cambia nada de lo que vengo diciendo).
Mientras el horror se sucede a tanta distancia, asisto a la consagraci¨®n de otro verano masivo. Es, como todos los a?os, un compromiso, entre el ocio y la horterada. Nos lo hemos ganado a pulso durante un largo a?o de trabajo; es el heroico fruto de nuestros ahorros, es cierto, pero ojal¨¢ hubi¨¦semos ahorrado algo en sensibilidad.
Ruanda, Sarajevo, m¨¢s cosas... (no las decartemos, ?hay tanto!). En un momento determinado miro al cielo agobiante de esta Barcelona del se?or Maragall, dise?ada con sesudo preciosismo. Es cierto que, el horror me cae muy lejos. Puede ser incluso la alucinaci¨®n de una noche de verano. ?Por qu¨¦ no? Ese asco que me domina, esa furia, esa impotencia, pueden ser una ponzo?a que me ha comunicado la televisi¨®n en uno de sus raros achaques de sensibilidad. Todo queda muy lejos; el c¨®lera es una enfermedad de pel¨ªcula, los cad¨¢veres son mu?ecos hinchables y la famosa sed ser¨¢ r¨¢pidamente solucionada por aquellos chicos tan simp¨¢ticos que anunciaban "la chispa de la vida".
Tengo la sensaci¨®n de estar asistiendo al fin del mundo.
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