Por una pol¨ªtica diferente en materia de drogas
Los dos mayores riesgos de una pol¨ªtica son los saltos en el vac¨ªo, los cambios no basados en una reflexi¨®n suficiente, y, en el otro. extremo, la inercia rutinaria de no querer revisar una pol¨ªtica por puro reflejo conservador del "m¨¢s vale malo conocido... ".La pol¨ªtica prohibicionista y represora en materia de sustancias psicotropas que dura m¨¢s de 30 a?os en todo el mundo tiene todos los visos de no querer ser revisada en un futuro pr¨®ximo, a pesar no s¨®lo de fracasar en sus objetivos (la erradicaci¨®n del tr¨¢fico y consumo de las drogas), sino de empeorar la situaci¨®n de partida.
A principios de los a?os sesenta, el consumo de drogas se limitaba a grupos restringidos en Europa y EE UU, no representando un verdadero problema social. Sin embargo, en 1961, la ONU adopta la Convenci¨®n ¨²nica en materia de estupefacientes, donde se imponen las tesis prohibicionistas, que no cesar¨¢n de avanzar hasta la adopci¨®n de la Convenci¨®n de Viena de 1988; corriendo paralelo al endurecimiento de las legislaciones nacionales.
Treinta a?os despu¨¦s, nos encontramos con una gigantesca red mundial de mafias y criminalidad organizada que maneja m¨¢s de 500.000 millones de d¨®lares (seg¨²n la ONU), producto del tr¨¢fico il¨ªcito de drogas, con un enorme poder de infiltraci¨®n, capacidad corruptora e incluso desestabilizaci¨®n de medios pol¨ªticos, judiciales, econ¨®micos y de medios de comunicaci¨®n, lo qu¨¦ les permite incidir sobre decisiones pol¨ªticas (entre ellas, la de permitir la perpetuaci¨®n de la situaci¨®n actual), prostituir mercados, derribar Gobiernos o sostener reg¨ªmenes c¨®mplices, como es el caso de la Junta Militar de Hait¨ª.
Aunque en algunos pocos pa¨ªses, entre ellos Espa?a, no se reprime el consumo y no se trata al drogadicto como a un delincuente, la prohibici¨®n relega a los consumidores de droga a la marginalidad y aumenta los riesgos de difusi¨®n de enfermedades infecciosas. La ilegalidad impide, como es obvio, cualquier tipo de control sanitario de las sustancias psicotropas en circulaci¨®n, cuya frecuent¨ªsima adulteraci¨®n y la ignorancia sobre las dosis no letales son las causas habituales de morbimortalidad entre los consumidores, en particular en lo que a la hero¨ªna se refiere.
Asimismo, en el aspecto judicial y penal cabe preguntarse sobre el coste-beneficio del prohibicionismo y la represi¨®n: hacinamiento en las c¨¢rceles, sobrecarga del. sistema judicial, deslizamiento hacia Estados gendarmes, desequilibrios de los presupuestos policiales que, aun siendo rid¨ªculos en comparaci¨®n con las sumas manejadas por las mafias, impiden dedicar recursos a otros fines. M¨¢s de dos tercios de los delitos cometidos en las ciudades est¨¢n relacionados con la droga.
Como ocurri¨® en su d¨ªa con el alcohol en EE UU, la prohibici¨®n de las drogas es responsable del nivel elevad¨ªsimo del precio de las mismas. Es la consecuencia de la criminalization tax, una especie de prima de riesgo que el traficante cobra. Tan grandes m¨¢rgenes de beneficio representan tal atractivo, que se hallar¨¢n siempre personas dispuestas a afrontar riesgos tan bien pagados.
Pero el alto precio, lejos de ser un obst¨¢culo insalvable para los consumidores, ha convertido a ¨¦stos en peque?os traficantes que necesitan reclutar a nuevos consumidores para financiar su propio abastecimiento. Por, no hablar del recurso al robo y la prostituci¨®n.
Quiz¨¢ lo ¨²nico parcialmente salvable de la actual pol¨ªtica sobre las drogas es la faceta educativa. Las campa?as sobre las consecuencias del consumo de sustancias psicotropas, sobre todo entre los menores, han contribuido en los ¨²ltimos tiempos al rechazo juvenil al uso indiscriminado de drogas, contribuyendo a una disminuci¨®n dr¨¢stica del consumo de hero¨ªna.
Cada vez se oyen m¨¢s voces autorizadas clamando por un cambio de la actual pol¨ªtica sobre las drogas. Cient¨ªficos, penalistas, intelectuales, pol¨ªticos, han constituido la Liga Internacional Antiprohibicionista, que se ha reunido recientemente en Roma. Por otra parte, prestigiosos peri¨®dicos, como The Economist o The Independent, se han pronunciado en l¨ªnea editorial contra la prohibici¨®n. El premio Nobel Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez encabez¨® un manifiesto en el mismo sentido promovido por la revista Cambio 16. En Estados Unidos, personalidades como Milton Friedman y Joseph McNamara lideran el llamado Llamamiento a Bill Clinton para que se detenga la "guerra contra la droga", ¨²ltimo eslab¨®n del prohibicionismo.
En Espa?a, cada vez son m¨¢s numerosos los magistrados y profesores de Derecho Penal que creen urgente una revisi¨®n a fondo de la actual pol¨ªtica en materia de drogas. Y, sin embargo, no termina de arrancar un debate serio y con mayor participaci¨®n sobre el tema. Los partidos pol¨ªticos temen ser acusados si dan el primer paso, de estar contribuyendo as¨ª ala extensi¨®n del consumo. Por ignorancia o mala fe, el deslizamiento hacia la histeria demag¨®gica es muy f¨¢cil en este terreno. Ya vimos en las campa?as p residenciales peruana y norteamericana c¨®mo sus adversarios utilizaron como gran argumento contra Vargas Llosa y Bill Clinton, respectivamente, que ambos ?hab¨ªan fumado porros hac¨ªa 20 a?os!
El movimiento antiprohibicionista est¨¢ trabajando en propuestas concretas de revisi¨®n de las convenciones internacionales, especialmente el Convenio de Viena de 1988, conscientes de que la nueva estrategia no puede hacerse en un solo pa¨ªs. En el marco de esa nueva pol¨ªtica se avanzan conceptos como la reducci¨®n de los da?os relacionados con la droga (drug related harm reduction) o reglamentaci¨®n del cannabis y sus derivados similar a las existentes para el tabaco y el alcohol: venta libre, con prohibici¨®n absoluta de publicidad y venta a menores.
As¨ª como el miedo a la reacci¨®n de una opini¨®n p¨²blica reacia a la llegada de demasiados emigrantes no puede hacer bajar la guardia frente a la xenofobia y al racismo, o las encuestas que dan mayor¨ªa a los partidarios de la pena de muerte no deben hacer cambiar la convicci¨®n abolicionista, el riesgo de una interpretaci¨®n incorrecta no debe hacer callar a los que piensan que la pol¨ªtica actual sobre las drogas necesita una profunda revisi¨®n en todo el mundo.
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