Enteramente libre
En un rinc¨®n de su libro Sobre el pi¨¦lago se encuentra uno de los m¨¢s admirables relatos de la literatura espa?ola de este siglo. Rosa Chacel es, se ha dicho con insistencia, una escritora fr¨ªa, cerebral, de corte intelectualista, pero ese relato, Atardecer en Extremadura, es, por el contrario, una historia casi unamuniana, sobrecogedora de drama y de trama, de una desolaci¨®n atroz. Dijeron que Rosa Chacel era una escritora cartesiana, pero ese relato y muchas de sus p¨¢ginas son todo lo contrario: un prodigio de sentimiento, incluso de sentimentalismo. Quiz¨¢ por esa raz¨®n sostuviera que detestaba a Gald¨®s: ve¨ªa en ¨¦l lo que fue objeto de muchas de sus propias meditaciones sobre el drama vulgar, insignificante, que suele ser la vida. No les diferenciaba ni siquiera la poes¨ªa, ya que los dos fueron poetas en cierto modo. Tal vez les distanciase el coraz¨®n: el de Gald¨®s late hacia fuera, y el de Rosa Chacel late hacia dentro.Se dijo tambi¨¦n de ella que estaba pr¨®xima a la novela deshumanizada que propugn¨® su maestro Ortega, y aunque en efecto lo estuvo unos a?os, fue la poco deshumanizada figura de la amante del poeta rom¨¢ntico Espronceda la que le sirvi¨® para llevar a cabo su Teresa. Eso podr¨ªa decirse de muchos de sus libros. Buena parte son, desde luego, de una densidad e introspecci¨®n inusuales, pero basta su castellano, su vieja y limpia lengua castellana, para que percibamos siempre en su prosa vigorosas corrientes de aire puro cuando parec¨ªamos atosigarnos.
Era sin duda una mujer contradictoria, incluso caprichosa. El ¨²nico novelista espa?ol contempor¨¢neo que dec¨ªa que le gustaba de veras era Juan Benet, pero a?ad¨ªa que no hab¨ªa podido jam¨¢s terminar de leer ni una de sus novelas.
Esa clase de maldades, si es que pueden llamarse as¨ª, estaban dichas con ol¨ªmpico descreimiento, pero hicieron que muchos se arrogaran el derecho de poder insultarla. Lo hicieron a menudo, de palabra o de hecho, y fue una vez m¨¢s la prueba de que Cervantes tuvo raz¨®n: en Espa?a se premia en primer lugar el favor, y en segundo, el m¨¦rito. En cuanto a la independencia, la cosa es m¨¢s grave: entre nosotros no tiene ni siquiera acc¨¦sit. Si se hubieran parado a pensar un poco habr¨ªan visto que Rosa Chacel estaba siempre demasiado atareada con su mundo como para ocuparse del de los dem¨¢s, y habr¨ªa suscrito aquellas l¨ªneas de Rilke sobre C¨¦zanne en las que cuenta c¨®mo ¨¦ste hab¨ªa dejado de asistir al entierro de su propia madre para terminar un cuadro.
La naturaleza de su literatura y la naturaleza de su car¨¢cter la apartaron de casi todo, pero no puede decirse que Rosa Chacel fuese una persona solitaria. Cada vez m¨¢s menuda, pero no menos recia, se la ve¨ªa aqu¨ª y all¨¢, aunque jam¨¢s muy lejos de un ensimismamiento en el que aprendi¨® a sonre¨ªr, beber sus ginebras y sostener una conversaci¨®n normal. Con todo, nunca se habr¨ªa podido decir de ella que estaba ausente: las cazaba al vuelo.
Se ha dicho que la generaci¨®n del 27 fue la de la amistad, pero buena parte de sus componentes, tal vez los m¨¢s valiosos, fueron inexpugnables solitarios: Cernuda, Bergam¨ªn, Mar¨ªa Zambrano, desde luego Rosa Chacel o, como sigue si¨¦ndolo todav¨ªa y esperemos que por muchos a?os, Ram¨®n Gaya, no menos peregrino. Lo fueron tanto, inexpugnables y solitarios, que ni siquiera ellos mismos pudieron ser amigos todos de todos: con suerte, sostuvieron esa amistad incondicional sin verse, mediando 3.000 kil¨®metros de distancia entre unos y otros, con la fe absoluta en las obras, olvid¨¢ndose incluso de sus personas. Todos ellos fueron, a su manera, independientes y pagaron por ello. O mejor, les pagaron por ello con el desd¨¦n, la humillaci¨®n, la irritaci¨®n, pero todos ellos, hijos al fin de Nietzsche, jam¨¢s culparon a la vida de sus infortunios. Pudieron irritarse con el mundo, pero la vida jam¨¢s les arranc¨® un falso testimonio contra ella: la amaron en cada brizna de sus obras enteramente libres.
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