Retorno a Kigali
Los tutsis celebran como una fiesta su vuelta a la capital ruandesa

La frontera entre Zaire y Ruanda, en la aduana de Goma, es una alfombra de balas, zapatos hu¨¦rfanos, libros desventrados y granadas que no alcanzaron su objetivo, cuidadosamente apiladas por los guardas de fronteras zaire?os. "Douane / Gasutamo", dice el r¨®tulo pintado en negro, en el lado ruand¨¦s. Los soldados del Frente Patri¨®tico Ruand¨¦s (FPR), que derrotaron al Ej¨¦rcito gubernamental a comienzos de julio, son j¨®venes y espigados. Uno de ellos tiene los rasgos tan delicados que parece una mujer. No muestran excesiva desconfianza y los tr¨¢mites aduaneros se resuelven sin dilaci¨®n (sin sellos ni salvoconductos) para el convoy de periodistas. Las aguas del lago Kivu est¨¢n rizadas, pero el d¨ªa asoma tranquilo sobre las estribaciones de Ruanda. Junto al conductor, Fontaine Rucyahana, se sienta su amigo, Antoine Kubanga, un tutsi exiliado en Zaire, que regresa a Ruanda por primera vez en cuatro a?os. "Hoy es un d¨ªa de fiesta para m¨ª".Frente al lago Kivu, las antiguas mansiones de la gente adinerada de Gisenyi se muestran abandonadas, p¨¦rgolas rotas de un perdido esplendor. Como el hotel Palm Beach y el bulevar de palmeras que el viento mece. Hilera! de refugiados con peque?os atados a la cabeza caminan por las orillas de la carretera. Son los primeros que regresan de un ¨¦xodo b¨ªblico. El conductor, que durante lAs jornadas tristes de Goma no se atrevi¨® a encender en ninguna ocasi¨®n la radio, llena de m¨²sica el coche.
"Es una canci¨®n tutsi de victoria", dice Antoine. Son voces muy j¨®venes y el ritmo es alegre y contagioso. "Cuando comenzamos a atacar hace cuatro a?os, empezamos a cantar", dice la letra. Fontaine y Antoine no pueden ocultar su alborozo. Fontaine es tutsi, aunque nacido en Zaire. Antoine huy¨® a Zaire con sus padres cuando la monarqu¨ªa tutsi fue abolida, en los a?os sesenta. Tiene mujer y cuatro hijos y nacionalidad zaire?a por accidente". Antes de la guerra que desat¨® el FPR en 1990, Antoine vivi¨® un tiempo en Kigali. Ahora vuelve, y la sonrisa se le desborda. Tanto ¨¦l como el conductor saludan con entusiasmo a los milicianos de los controles. "?Mukomere!", les gritan, que es la forma de decir "coraje, valor", en kiyarwanda, el idioma oficial del pa¨ªs, junto al franc¨¦s.'' El convoy se cruza con una caravana de camiones del Fondo Mundial de la Alimentaci¨®n (FMA) camino de Goma. Muchos pueblos parecen desiertos, casas abandonadas, restos del desastre. Pero las evidencias de la guerra no son muchas: una gasolinera reventada, un cami¨®n acribillado. Otros pueblos acaban de recobrar el aliento, como si empezaran a salir del silencio: puestos callejeros, un lento mercado que vuelve. Y grupos de refugiados, a veces numerosos que caminan de vuelta a casa con todo lo que consiguieron salvar del desastre: un atado de ropa, una cazuela.
Apenas han regresado 50.000 una semana despu¨¦s de que las autoridades zaire?as reabrieran la frontera de Goma. Una brizna en el campo del exilio. La Radio Libre de las Mil Colinas sigue sembrando su campa?a de miedo:. "Es mejor morir de c¨®lera en Zaire que volver a Ruanda, porque los del FPR te cortar¨¢n en pedazos".
El FMA hizo p¨²blicas ayer las cifras del mayor y m¨¢s r¨¢pido ¨¦xodo de toda la historia conocida: casi dos millones de refugiados ruandeses permanecen en Zaire, la mayor¨ªa en la zona de Goma, al noreste del pa¨ªs; otros 400.000 en Tanzania;. 30.000 en Uganda; 1.200.000 en Burundi y otro mill¨®n y medio desplazados dentro de su propia patria.
En el radiocasete del coche suena otra canci¨®n de guerra del FPR: ."Queremos democracia en Ruanda. No hay tribus, ni tutsis, ni hutus, ni pigmeos, despreciados por las otras dos etnias. Todos somos iguales". El taxi se cruza con un jeep militar. Ambos frenan. Antoine sale del coche y estrecha en brazos de un soldado. Es su hermano, al que no ve¨ªa desde hace casi cuatro a?os.
kigali, 180 kil¨®metros, dice el indicador de tr¨¢fico. Muchos refugiados, la mayor¨ªa con los pies descalzos, caminan hacia su capital. A la entrada de Ruhengeri, un puesto, de la Cruz Roja atiende a los caminantes que se acercan agotados, junto al puesto de control del FPR. Y as¨ª hasta la polvorienta y desvencijada Kigali, una capital que de los 350.000 habitantes con que contaba antes de la guerra ha pasado a los entre 30.000 y 80.000 actuales. Nadie se atreve a dar una cifra segura.
La tarde es apacible y el nuevo presidente, el hutu moderado Pasteur Bizimungu, recibe a la prensa en el antiguo palacio de Juvenal Habyarimana, muerto en un oscuro atentado el pasado 6 de abril que desencaden¨® las matanzas masivas de tutsis y la reanudaci¨®n de la guerra civil. Un miembro de las Naciones Unidas que prefiere quedarse en la sombra admite que la tesis m¨¢s veros¨ªmil es que a Habyarimana lo eliminaron dos mercenarios al servicio del sector m¨¢s radical del Ej¨¦rcito y la Guardia Presidencial, contrarios a los pactos de Arusha, que pavimentaban el regreso a la democracia y establec¨ªan que el poder fuera compartido con la minor¨ªa tutsi (un 15% frente al 84% de hutus).
Una primera misi¨®n norteamericana ya ha visitado Kigali, pero el grueso de la fuerza no ha desembarcado. "Toda la ayuda que nos llegue ser¨¢ bienvenida", dice Bizimungu, que niega que el pa¨ªs vaya a pasar del regazo de Par¨ªs al de Washington. "Nuestra prioridad ahora es el regreso de los huidos y la reconciliaci¨®n nacional".
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