El caso del escritor desle¨ªdo (4)
Relato de Juan Mars¨¦
Lleg¨® a casa agotado y se acost¨® sin lavarse los dientes por no verse en el espejo. A la ma?ana siguiente le pregunt¨® a su hija menor si hab¨ªa grabado la entrevista. Quer¨ªa verla enseguida. -Ahora no puede ser, pap¨¢. Estoy grabando una peli.
R. L. S.. no pudo. reprimir un suspiro de alivio, tan aterrador le parec¨ªa enfrentarse nuevamente a su imagen. El televisor estaba apagado y la pantalla. oscura, color ala de mosca, reflejaba una figura estilizada y espectral, la suya. El v¨ªdeo en marcha emit¨ªa un silbido de serpiente.
-Pero me grabaste, no se te olvidar¨ªa -dijo R. L. S.
-La tengo ah¨ª, pap¨¢.
-?Viste si sal¨ªa bien?
-Supongo que s¨ª. Ya veremos.
. -?Tendr¨¦ que esperar mucho?
?Qu¨¦ est¨¢s grabando ahora?
-Cumbres borrascosas.
-Ah, muy bien -pase¨® nervioso por el sal¨®n-. Por cierto, ?grabaste ayer tarde El ladr¨®n de Bagdad?
-S¨ª, pap¨¢.
-Estupendo. Me gustar¨¢ verla esta noche despu¨¦s de cenar.
-No puede ser. Esta noche grabaremos R¨ªo Rojo.
-Ah, qu¨¦ buena. ?sta la veremos ma?ana...
-Tampoco podr¨¢ ser, pap¨¢. Ma?ana estar¨¦ grabando La fiera de mi ni?a, una de Tarz¨¢n y un reportaje sobre Elvis Presley. Otro d¨ªa, pap¨¢. Lo siento.
-S¨ª, otro d¨ªa.
Pero sab¨ªa que nunca volver¨ªa a ver estas pel¨ªculas, y su hija probablemente tampoco porque se pasaba el d¨ªa grabando y el v¨ªdeo siempre estaba ocupado, nunca hab¨ªa ocasi¨®n ni tiempo m¨¢s que para almacenar im¨¢genes. As¨ª que para verse tuvo que saltar de la cama a las cinco de la madrugada, sacar del v¨ªdeo la cinta que no paraba de grabar y poner la de su ¨²ltima entrevista. Tal como tem¨ªa, estaba mucho m¨¢s esfumado, su figura parec¨ªa una tela de ara?a y Ja ratos puro humo. Vio perfectamente el ramo de rosas enredado en sus intestinos y not¨® un desfase de la voz en relaci¨®n con el movimiento de los labios: el sonido, muy d¨¦bil, se o¨ªa unos segundos despu¨¦s de que sus labios formulasen las palabras; no era que sus respuestas se demoraran porque las meditara demasiado, mientras el monito presentador hac¨ªa muecas de cara a la audiencia, sino que, la voz se le quedaba dentro un buen rato, por alguna causa desconocida. Hacia el final de la entrevista congel¨® la imagen en el v¨ªdeo jon el mando a distancia y observ¨® lo que quedaba de R. L. S. bajo la intensa luz de los focos: en el lugar donde ¨¦l deber¨ªa estar, en la silla, hab¨ªa las rosas y una forma convulsa y gris parecida a una nube de mosquitos. Fue un instante. Luego reapareci¨®, pero siempre borroso y exang¨¹e.
Ya no le cab¨ªa la menor duda: estaba desapareciendo. Record¨® el sarc¨¢stico dictamen del doctor Tr¨ªas: no habiendo desarrollado anticuerpos gr¨¢ficos, tu cuerpo serrano sufre un paulatino pero irreversible rechazo del medio audiovisual.
Dos horas despu¨¦s, al entrar en el cuarto de ba?o, su mujer lo vio desnudo mir¨¢ndose en el espejo.
-Estoy empezando a desaparecer, Olvido.
-Pero ?qu¨¦ dices? ?Est¨¢s seguro?
-Cada d¨ªa me siento m¨¢s desle¨ªdo. Me voy, querida, me estoy deshaciendo a chorros.
Su mujer comprendi¨® al instante y, sin perder la serenidad, corri¨® a dec¨ªrselo a sus hijas.
-Pap¨¢ se esfuma.
Las ni?as acudieron presurosas y se plantaron en el umbral del lavabo, se quitaron sus gafitas de miope y limpiaron los cristales con el borde de la falda, se las pusieron de nuevo y miraron a su padre con curiosidad.
-?A ver, pap¨¢? -dijo la peque?a.
-No hay mucho que ver, hija.
-Est¨¢te quieto un momento, d¨¦jame ver.
Nunca tuvo ning¨²n pudor ante sus hijas, pero ahora, en su estado, prefiri¨® taparse los genitales con las manos. Precauci¨®n in¨²til, claro.
-Seguramente, pap¨¢, lo que padeces es un tipo de inmunodeficiencia con efectos secundarios -opin¨® la mayor, lectora voraz y entusiasta de literatura farmac¨¦utica editada por su abuelo en los folletos de los medicamentos-. Algo est¨¢ pasando en tus gl¨¢ndulas hormonales, seguro. A que te sientes raro, con sofocos y n¨¢useas. No debes conducir en ese estado.
-En la televisi¨®n -dijo Olvido- se te ve mucho peor que al natural. En fin, qu¨¦ le vamos a hacer. Claro, tantos a?os de abstinencia no pod¨ªan traer nada bueno. Si no hubieras sido tan cabez¨®n, habr¨ªas desarrollado anticuerpos, como han hecho Gala y Cela y Sampedro y tantos otros, habr¨ªas vendido el doble de libros. Ahora ya es demasiado tarde.
Sacando fuerzas de flaqueza, R. L. S. se enderez¨® y dijo:
-Te equivocas. Siempre estoy a tiempo de hacer el papanatas. He ido a la tele y volver¨¦. ?Os cansar¨¦is de ver esa jeta!
Su mujer y sus hijas insistieron en que era un grave problema de gl¨¢ndulas, secreciones y hormonas, y le convencieron para que acudiera sin p¨¦rdida de tiempo a la consulta de un famoso endocrino que trabajaba en el Centro Superior de Investigaciones Cient¨ªficas y en el Instituto de Magnetismo Aplicado de la Universidad Complutense.
-Parece usted un poco diluido, en efecto -fue el primer comentario del profesor Colom-. Y no es para menos, claro. Son muchos a?os haciendo el gilipollas, jugando a esconder su imagen, coqueteando con ella, cuando no neg¨¢ndola o despreci¨¢ndola. He estudiado su caso a fondo. ?A qu¨¦ se deben esos escr¨²pulos en medio de tanta basura cultural? Usted parece no haber entendido algo tan elemental como eso: este pa¨ªs tiene la televisi¨®n que se merece. Y punto. ?Fuma usted?
-Tres paquetes diarios.
Mientras tomaba notas en un bloc, el catedr¨¢tico meditaba cogi¨¦ndose la barbilla con la mano peluda.
-?Cu¨¢nta televisi¨®n ve usted al d¨ªa? ?Dos, tres, cuatro horas? ?Ve usted Farmacia de guardia? Se la recomiendo, es una serie muy buena, genial, a m¨ª me gustar¨ªa tenerla. ?Escribe usted con ordenador? -y sin darle tiempo a responder, a?adi¨®-: ?Qu¨¦ marca de ordenador? Sepa usted que se han dado casos de un tipo de osteoporosis, desconocida hasta ahora, causada por ondas magn¨¦ticas de ordenadores japoneses, con destrucci¨®n de fibra muscular y acompa?ado de heces en forma de melena.
-Yo no trabajo con ordenador. Bol¨ªgrafos, l¨¢pices y Olivetti.
El ilustre cient¨ªfico lo mir¨® con recelo.
-Es usted un antiguo -dijo como si emitiera un diagn¨®stico inapelable, y examin¨® sus notas-. Bien, veamos. Usted se ha negado durante m¨¢s de treinta a?os a cultivar su imagen p¨²blica alegando razones muy diversas, ninguna de ellas convincente. ?No calcul¨® usted las consecuencias inmunol¨®gicas de una decisi¨®n tan insensata?
Observando la tersa y oronda faz del sabio endocrino, R. L. S. empez¨® a desalentarse. Habl¨® don una voz muy d¨¦bil:
-Precisamente yo pensaba que mi decisi¨®n era la sensata. Cre¨ªa que la mejor manera de cultivar la imagen p¨²blica era beber vino tinto con moderaci¨®n y consumir verdura y fruta fresca; mantiene tu peso ideal, no estropea los colores, no irrita la piel, el algod¨®n no enga?a y, adem¨¢s, te ayuda a regular el nivel de colesterol...
-?No diga ustes sandeces! -Ech¨® el profesor una ojeada a los an¨¢lisis y a?adi¨®: -Gen¨¦ticamente hablando, me temo que hemos llegado demasiado tarde; en treinta a?os, sus c¨¦lulas audiovisuales se han atrofiado.
-Comprendo -reflexion¨® tristemente R. L. S.- Va a resultar prof¨¦tico lo que me dijeron una vez: Si no sales en televisi¨®n, no existes. Eso me dijeron.
-La poes¨ªa er¨®tica no me interesa. En realidad, usted sufre interferencias electromagn¨¦ticas -Y con su cara de luna observ¨® atentamente al escritor-. Claro que tambi¨¦n podr¨ªamos hallamos ante una variante del llamado efecto placebo. Es decir, secuelas de una sugesti¨®n -Con mirada severa y conminatoria esper¨® a que el paciente terminara de encender un cigarrillo- Por la raz¨®n que sea, y sin descartar la m¨¢s obscena o l¨ªrica, usted se Crey¨® a pies juntillas eso de que si no sales en la tele no existes. Veamos. ?Le cuesta mucho verse en los espejos?
-?Usted c¨®mo me ve? ?No ha dicho que me encontraba desle¨ªdo?
-Cre¨ªa haber dicho diluido.
-En mi caso, es m¨¢s apropiado lo primero.
Ri¨® lo que cre¨ªa una broma el endocrino y luego discurri¨® largamente sobre las diversas formas del efecto placebo y sus secuelas, una de ellas el contagio por simpat¨ªa o adicci¨®n pasajera, aunque parad¨®jicamente, precis¨® el cient¨ªfico, esa dolencia magn¨¦tica se daba sobre todo en pacientes teleadictos y en ciertos rabiosos contertulios radiof¨®nicos.
-Resumiendo: que usted, con su terca negativa frente al audiovisual, frente al imperativo de la imagen, usted, con esa perra, digamos, que le ha dado por no figurar ni en un sello de correos, pues lo' ha logrado. ?Ya no figura casi. nada y quiz¨¢s pronto no figurar¨¢ absolutamente nada en parte alguna de este pa¨ªs ni del extranjero! Ahora bien, no s¨®lo usted se ve a, s¨ª mismo desle¨ªdo, sino que ha conseguido que los dem¨¢s tambi¨¦n le veamos as¨ª por contagio magn¨¦tico. En este momento estoy viendo el asqueroso humo de su cigarrillo entrando y saliendo de sus pulmones, o sea, me he sugestionado yo tambi¨¦n. Haga el favor de apagar el cigarrillo, d¨¦jese ver m¨¢s por televisi¨®n y vuelva dentro de una semana. Est¨¢ grave, pero veremos qu¨¦ se puede hacer. Pague a la enfermera en recepci¨®n.
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