Las cosas del nacer
Nuestros problemas con la reproducci¨®n no dejan de reproducirse, ¨²ltimamente a ritmo cada vez m¨¢s acelerado: y es una reproducci¨®n sin duda asistida, porque a los problemas nunca les faltan ginec¨®logos y comadronas con entusiasmo manipulador. Los problemas de la reproducci¨®n se agrupan en dos grandes ¨¢reas: los que provienen de impedirla cuando uno puede reproducirse pero no quiere y los que derivan de propiciarla cuando uno quiere reproducirse pero no puede. Son cuestiones radicalmente distintas, pese a que todas pertenecen al tema com¨²n de la reproducci¨®n humana, pero suelen recibir respuestas en bloque, o sea que las correspondientes al primer ¨¢rea se venden con las de la segunda, como las grandes distribuidoras obligan a quien les compra una pel¨ªcula de ¨¦xito a adquirir tambi¨¦n varias de serie B. A esto lo llaman coherencia los mismos que al ir a la ¨²ltima. moda lo llaman elegancia. De modo que, la cosa funciona as¨ª: si usted est¨¢ contra los anticonceptivos y mucho m¨¢s contra el derecho al aborto, tambi¨¦n estar¨¢ contra la fecundaci¨®n in vitro o la adopci¨®n de ni?os por parejas homosexuales, pues todas son licencias antinaturales que los hombres se toman contra los planes biol¨®gicos de Dios; pero si es usted partidario de los m¨¦todos anticonceptivos y de la despenalizaci¨®n regulada del aborto, debe apoyar tambi¨¦n los hijos de dise?o, la procreaci¨®n sin var¨®n de v¨ªrgenes o lesbianas y el parto de las abuelas (incluso el de los montes, si se tercia). ?tem m¨¢s: si cree usted que el deseo sexual sin intenciones de reproducci¨®n no es pecado, debe aceptar del mismo modo que la reproducci¨®n sin deseo sexual tampoco constituye falta reprensible. Cosas de la coherencia, ya digo.Se contraponen dos actitudes globales: una mantiene que el respeto a la naturaleza, obra de Dios, debe ser lo que nos gu¨ªe, mientras que la otra sostiene que toda obra humana es artificial y que por tanto es vano intento distinguir ontog¨¦nicamente entre el pl¨¢stico y la miel o entre la madre y la abuela. La primera escuela tropieza con obvias dificultades: no es cosa sencilla convencer a un tipo que viaja en jet sobre el Atl¨¢ntico, mientras a trav¨¦s de sus gafas ve una pel¨ªcula y mastica con su dentadura postiza un bocadillo de jam¨®n de York, que alejarse de las v¨ªas naturales puede resultarle fatal; sobre todo si se lo predica un cl¨¦rigo c¨¦libe que considera pecaminoso todo apareamiento previo a un ritual m¨¢gico por ¨¦l administrado, sostiene que es sacr¨ªlego ingerir ciertos alimentos determinados d¨ªas del a?o y ve factible la resurrecci¨®n de los muertos. Resulta bastante pintoresco que los abogados intransigentes de la naturaleza sean precisamente quienes reciben toda su autoridad moral de lo sobrenatural... Lo cierto es que las t¨¦cnicas no son lo contrario de la naturaleza, sino la aportaci¨®n a ella del hombre, tal como hace siglos estableci¨® Francis Bacon: ars est homo additus naturae. Todo el despliegue t¨¦cnico es, pues, lo que el hombre ha hecho por la naturaleza, en el doble sentido de "por" a favor de la realizaci¨®n de sus sue?os naturales (longevidad, velocidad, potenciaci¨®n de los sentidos, mitigaci¨®n del dolor ... ) y gracias a las leyes naturales, sin cuyo concurso nadie inventa ni manipula. Si hay razones para considerar rechazables ciertos logros humanos, nada. tendr¨¢n que ver desde luego con su mayor o menor naturalidad porque ir contra la naturaleza es cosa que nadie sabe hacer... al menos en este mundo.
El partido opuesto, en cambio, sostiene la total artificialidad de la vida humana y por tanto la plena adiafor¨ªa de las t¨¦cnicas (el palabro viene de adiaforon, t¨¦rmino eclesial para lo que no comporta ni m¨¦rito ni pecado y por tanto no est¨¢ prohibido ni recomendado). Si todo lo que el hombre hace es igualmente artificial, sea pl¨¢stico o miel, ?qu¨¦ argumento hay contra que d¨¦ a luz la abuela o la virgen que se niega a conocer var¨®n? Es una pr¨®tesis m¨¢s que viene a colmar un deseo individual, como la dentadura postiza. El problema, sin embargo, es que el individuo humano no es una cosa entre otras de las que los hombres hacen. Los humanos somos producto de otros humanos, cierto, pero no productos manufacturados. Somos fruto de nuestros padres, no su encargo, ni su pedido a la tienda, ni mucho menos su propiedad. La reproducci¨®n asistida. es un avance m¨¦dico cuando logra que una pareja realice con su ayuda lo que bien quisieran hacer sin ella, pero resulta menos respetable puesta al servicio de las extravagancias de ciertos progenitores. Nadie es ni sobre todo tiene por qu¨¦ llegar a ser un artilugio del capricho ajeno si nadie puede, ser obligada a ser madre con tra su decisi¨®n o contra su gusto, nadie puede ser fabricado hijo seg¨²n el gusto o man¨ªa de una se?ora. En una palabra: todo lo que los hombres hacemos es igualmente artificial, incluida nuestra propia condici¨®n humana lig¨¹¨ªstica y social, todo... me nos nuestra entidad individual de carne y sangre. En el mundo humano del artificio que prolonga y cumple lo natural, el origen de nuestro cuerpo nos mantiene unidos con lo no deliberado, con aquello de lo que nadie es due?o.
Con cierta simplificaci¨®n provocativa, Daniel Bell ha sostenido que, "durante gran parte de la historia humana, la realidad fue la naturaleza... en los ¨²ltimos 150 a?os, la realidad han sido las t¨¦cnicas, las herramientas y las cosas hechas por el hombre han tenido una existencia independiente de los hombres en un mundo reificado... ahora la realidad va convirti¨¦ndose solamente en el mundo social". Este tercer estadio (posindustrial, posmoderno, lo que se quiera: el nuestro) no descarta ni lo natural ni lo t¨¦cnico, pero lo enfoca desde una perspectiva simb¨®lica distinta, la imaginaci¨®n social. Tal fue el empe?o del humanismo desde Montaigne, hoy denostado por la becerrada heideggeriana y por la epilepsia tecnocr¨¢tica (si se quieren precedentes a¨²n m¨¢s remotos en el tiempo y el espacio, tambi¨¦n el pensamiento confuciano - plante¨® con minucia el permanente tr¨¢nsito de lo natural a lo civil).
Los asuntos del nacer se falsean tense de Madrid enfocados desde el seudonaturalismo clerical y desde el artificialismo radiaf¨®rico resignado a que todo lo que puede ser hecho sea hecho y luego ya nos arreglaremos para juzgarlo: es preciso, como alternativa, recurrir a la imaginaci¨®n social de un humanismo que no tema asumirse como tal. Y si de vez en cuando hay que desagradar tanto a los del nadie ose como a los del todo vale, pues volvemos a enfrentarnos con ellos. Ante cualquier intento de este g¨¦nero, el t¨®pico vaticina enseguida un retorno de la Inquisici¨®n, demostrando as¨ª que se ignora no s¨®lo lo que pasa hoy, sino tambi¨¦n lo que la Inquisici¨®n fue en su d¨ªa. Como bien ha se?alado Jos¨¦ Sanmart¨ªn, cofundador del Instituto de Investigaciones sobre Ciencia y Tecnolog¨ªa, "lo verdaderamente impregnado del esp¨ªritu de la Inquisici¨®n no es pedir un contr¨®1 social de las tecnolog¨ªas, sino poner ¨¦stas -como la tradici¨®n autoritaria ha hecho siempre- m¨¢s all¨¢ de la esfera de lo opinable".
Se dice: cualquiera puede criar a un ni?o, lo mismo una abuela que una pareja de homosexuales o sus padres biol¨®gicos. Pero es que no es lo mismo ser padres de una criatura que cuidarla: no es id¨¦ntico criar que engendrar. En efecto, cualquier persona o pareja de personas con miramiento y afecto puede cuidar muy bien la infancia de un ni?o, sean cuales fueren su edad o sus preferencias sexuales. ?Ojal¨¢ hubiera m¨¢s adultos generosos para atender a tantos ni?os abandonados, desvalidos, hostigados hasta la muerte! Ser padres es otra cosa, a, la vez m¨¢s simple y m¨¢s misteriosa: el empe?o de la carne, la culminaci¨®n del deseo. Por supuesto, despu¨¦s los padres somos indignos, abandonamos a la pareja o a la progenie, la destruimos a fuerza de amor o de ignorancia... sea. Pero nadie tiene derecho a hurtar a otro el enigma corp¨®reo de su origen, las dos figuras distintas que se debaten en la sombra y luego en la penumbra de nuestros sue?os: nadie tiene derecho a encerrar a Edipo en una probeta, como si se tratase de un genio maligno. ?C¨®mo dice el verso de Quevedo? "La vida empieza en l¨¢grimas y caca...". Respetemos, por principio, nuestro principio.
es catedr¨¢tico de Filosofia de la Universidad Complutense
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