Hait¨ª sigue a la deriva
La err¨¢tica pol¨ªtica de EE UU tiene en punto muerto la crisis de la rep¨²blica caribe?a
"Si usted logra entender la pol¨ªtica estadounidense en Hait¨ª es que tiene una inteligencia fuera de lo normal o es tan est¨²pida como los propios norteamericanos". Un diplom¨¢tico defin¨ªa con estas palabras la desconcertante estrategia seguida por Estados Unidos en la depauperada rep¨²blica caribe?a. Las pretensiones de restablecer una democracia incipiente, cuyo derribo ellos mismos toleraron hace tres a?os, han concluido, de momento, en una amenaza de invasi¨®n contra un pa¨ªs de siete millones de habitantes, ahogado por un embargo econ¨®mico, y en una inextricable mara?a diplom¨¢tica."Se?or, Hait¨ª est¨¢ en tus rnanos". "No a la ocupaci¨®n". Grandes pancartas en creol y franc¨¦s cuelgan de las calles de Puerto Pr¨ªncipe. La idea de ver a los marines surgir de las aguas del Caribe para liberar al pa¨ªs del r¨¦gimen del general Raoul C¨¦dras alarma a la poblaci¨®n haitiana. Bien por terror, bien por orgullo, bien por principio.
Ni siquiera los partidarios del presidente Jean-Bertrand Aristide, depuesto por el golpe de Estado del 30 de septiembre de 1991, pueden conciliar el retorno de su dirigente con una intervenci¨®n armada. "Tenemos problemas con la resoluci¨®n 940 de la ONU [que el pasado 31 de julio abri¨® la puerta a la invasi¨®n de Hait¨ª]", dice Micha Gaillard, dirigente del socialdem¨®crata Konakoni. "Hemos entrado en una din¨¢mica en la que somos prisioneros de una imposici¨®n. No podemos estar a favor de una intervenci¨®n por puro planteamiento ideol¨®gico". Posiblemente, este recelo sea el ¨²nico punto en el que los haitianos est¨¢n de acuerdo.
Una reciente iniciativa diplom¨¢tica de Venezuela, apoyada por varios pa¨ªses. latinoamericanos y bloqueada por Estados Unidos, pretende ahuyentar el fantasma de la intervenci¨®n. Esto, unido a la indefinici¨®n del Gobierno norteamericano que no ha dado un ultim¨¢tum a C¨¦dras para marcharse, ha calmado los nervios que afloraron tras la aprobaci¨®n de la resoluci¨®n.
"Asistimos a un reacomodo de la situaci¨®n ante la escalada de tensi¨®n", afirma Leandro Despuy, representante de la ONU y de la Organizaci¨®n de Estados Americanos (OEA) en Hait¨ª. "Pero eso no significa que Estados Unidos haya cambiado de intenciones".
C¨²ales son esas intenciones es algo que nadie sabe a ciencia cierta. Sus bandazos pol¨ªticos han acabado por desconcertar a todos los actores del drama, incluida la ONU.
No puede decirse que la elecci¨®n en diciembre de 1990 de Aristide, un sacerdote salesiano con la teolog¨ªa de la liberaci¨®n y la demagogia por bandera, agradara a Washington. La CIA estuvo, cuando menos, al tanto del golpe de C¨¦dras.
Con la llegada de Bill Clinton a la Casa Blanca, las pautas cambiaron. La incesante llegada de miles de balseros haitianos a las costas estadounidenses, las presiones de los congresistas dem¨®cratas negros por reponer a Aristide, ahora exiliado en EE UU, y la intransigencia de la c¨²pula militar y del depuesto presidente a la hora de cumplir los acuerdos firmados llevaron a Clinton a intentar resolver taxativamente la cuesti¨®n haitiana y lograr, de paso, cierto reconocimiento que lavara la imagen hamletiana de su pol¨ªtica exterior.
El problema es que Clinton nunca cont¨® con el apoyo de la CIA ni del Pent¨¢gono, que no han interrumpido sus contactos con los militares haitianos, seg¨²n reconocen personas cercanas a C¨¦dras. Tampoco con el respaldo de la opini¨®n p¨²blica norteamericana, reacia a la intervenci¨®n. Lo m¨¢s sencillo ha sido escudarse en la comunidad internacional para aplicar unas medidas de castigo que resultan desproporcionadas para un pa¨ªs tan d¨¦bil."El Gobierno norteamericano act¨²a de forma peculiar: necesita saber qu¨¦ dicen en las encuestas unos y otros, pero no lo que decimos nosotros", comenta Gaillard. "EE UU sabe negociar. Lo que necesitamos es democracia, y eso se puede expresar de diferentes maneras".
Los enemigos pol¨ªticos m¨¢s feroces comparten la idea de que el fin ¨²ltimo de la Administraci¨®n Clinton es poner bajo su control al pa¨ªs, como ya lo hiciera f¨ªsicamente entre 1915 y 1934. "Aristide es un pretexto para provocar una invasi¨®n, por eso fomentan los asesinatos o la emigraci¨®n masiva. Desde 1980 han dado pasos para destruir nuestra econom¨ªa", afirma Carl Denis, asesor del presidente de facto ?mile Jonassaint, que habla de oscuras multinacionales y de "valiosos minerales estrat¨¦gicos en suelo haitiano".
Paul Dejean, dirigente de la Plataforma Haitiana de Derechos Humanos y uno de los brazos de Aristide en el pa¨ªs, comparte involuntariamente la idea, si bien con razones distintas: "EE UU es el peor enemigo para la paz en Hait¨ª, que siempre ha sido y ser¨¢ su patio trasero. No quieren democracia aqu¨ª, s¨®lo fachada. ?Por qu¨¦, si no, derrocaron a Aristide? Los desaf¨ªos de C¨¦dras son un puro show pactado".
Un veterano diplom¨¢tico en el pa¨ªs rechaza estos argumentos. "Hait¨ª no ofrece nada. Sin embargo, el problema haitiano es un problema estadounidense, aunque ellos a¨²n no se han dado cuenta, porque Hait¨ª es un pa¨ªs inviable y lo tienen al lado: es foco de miles de refugiados, es zona de paso del narcotr¨¢fico, tiene una posici¨®n estrat¨¦gica. Pero han sido incapaces de lograr un proyecto v¨¢lido. Hace un a?o, cuando se supon¨ªa que iba a retomar Aristide, ni siquiera pudieron desembarcar a 240 asesores. Ahora si quieren poner un pie tendr¨¢n que hacerlo con varios miles de soldados. Estados Unidos ha cometido aqu¨ª todos los errores que pueden aplicarse en pol¨ªtica exterior".
Muertos por el bloqueo
La situaci¨®n ha llegado ya en Hait¨ª a un punto insostenible. El 90% de las empresas ha cerrado, los proyectos agr¨ªcolas est¨¢n paralizados y el embargo hace mella en la poblaci¨®n, y no s¨®lo por los precios. Seg¨²n algunas organizaciones humanitarias, el bloqueo ha provocado la muerte, directa o indirectamente, de entre 12.000 y 15.000 personas.Ninguna de las instituciones pol¨ªticas funciona. El Parlamento tiene en fuga a una buena parte de sus diputados y los partidos son incapaces de buscar f¨®rmulas de consenso. El Gobierno que preside el anciano ?mile Jonassaint, impuesto por los militares, no tiene reconocimiento internacional, salvo del Vaticano, y su capacidad de maniobra es escasa. Casi tan poca como la del Gabinete de Robert Malval, nombrado primer ministro por Aristide y cuyos miembros viven de forma semiclandestina.
"Raoul C¨¦dras s¨®lo ti¨¦ne un problesma: que no es Pinochet. Y nosotros necesit¨¢bamos un Pinochet para acabar con esta izquierda profesional tan poderosa ideol¨®gicamente que por poco nos lleva a un r¨¦gimen polpotiano", afirma Carl Denis, asesor de Jonassaint. "Los mandos militares son unos criminales a sueldo de Estados Unidos. Son peque?os Noriegas subvencionados", responde un pol¨ªtico seguidor de Aristide.
La clase empresarial tiene miedo al retomo de Aristide, pero la permanencia de C¨¦dras en el poder empieza a no compensarles. La c¨²pula militar, que en estos a?os ha participado en el limitado reparto de la riqueza en Hait¨ª, es ya un socio molesto m¨¢s que un protector.
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