Caballero espa?ol y cristiano
El bazar ocupaba dos casas unidas del antiguo plan de urbanismo franc¨¦s enamorado de la ciudad-jard¨ªn, amenazado ahora por los altos edificios envejecidos en plena juventud. Atraves¨® dos patios que parec¨ªan alhambrinos, tras dejar atr¨¢s exposiciones sucesivas de cristaler¨ªas, alfombras, cobres, bordados y pieles repujadas, presididas todas ellas por el retrato descolorido de Hafed el Asad sobre la bandera del Baaz. La excursi¨®n tuvo su premio. Rodeado de un muestrario de cuanto se vend¨ªa en la tienda y de un puchero del que emanaban efluvios de t¨¦ con menta, Luis Rold¨¢n permanec¨ªa sentado en un trono de opereta vienesa o de zarzuela espa?ola de las caracter¨ªsticas de La generala. Cejialto y displicente, Rold¨¢n le hizo una se?a para que se le acercara y, sin m¨¢s, le tendi¨® una fotograf¨ªa dedicada que sac¨® de un bolsillo de su chaqueta almac¨¦n de s¨ª mismo. Qued¨®se Rold¨¢n a la espera de que Carvalho dijera algo, y como nada le oyo, se lanzo a un discurso progresivamente airado:-Durante m¨¢s de siete meses he venido escuchando los m¨¢s feroces insultos, los juicios y condenas m¨¢s abominables. He sentido que viv¨ªa en un pa¨ªs para algunos sin ley, pero, a¨²n m¨¢s, los insultos han ido m¨¢s all¨¢ de m¨ª, han ido a familiares que nada tienen que ver con mis responsabilidades. Se?or presidente, he percibido unas gratificaciones por mi esforzado trabajo en la punta de lanza contra el terrorismo separatista vasco, siempre a las ¨®rdenes de mis superiores, que ahora no quieren reconocer esos extras, porque eso significar¨ªa reconocerIos que ellos recibieron. Por todo ello, y a la espera de que la equidad vuelva a Espa?a, yo, Luis Rold¨¢n, caballero espa?ol cristiano, como me ense?aron a ser las banderas de m¨ª juventud, me acojo a la hospitalidad del providencial Hafed el Asad por intercesi¨®n de su hermano y de mi amiguete Al Kassar, al que ayud¨¦ a hacer buenos negocios, as¨ª como al Estado espa?ol traficante de armas, con la ayuda de ese genio de los fondos reservados que se llama Paesa. Nada m¨¢s tengo que decir. Me niego a aceptar ni una infamia m¨¢s
Un aplauso cerrado iniciado por el mandam¨¢s y secundado, ante todo, por el taxista, acogi¨® el discurso.
-Y ahora quiero dirigirme preferentemente al rey de Espa?a, y entro en detalles indestruibles que demuestran que cuanto hice tuvo el visto bueno de mis superiores. ?Graciosa majestad, querida reina Sof¨ªa, adorable pr¨ªncipe, bellas princesas, mi querido Luis Mar¨ªa Ans¨®n! En el mes de enero de 1990 comimos en el restaurante El Cenador de Salvador Corcuera, Vera, Colo y yo, y en esta comida, Corcuera dijo que estudiar¨ªa una f¨®rmula compensatoria, porque me estaba quedando en los huesos, m¨¢s calvo que nunca, y los pocos cabellos que me quedaban, blancos. A finales de enero tenemos otra comida en el restaurante Los Molinos de Algete, y Corcuera me dice que el presidente Gonz¨¢lez ha dado su consentimiento para que me den pasta gansa, cinco millones todos los meses, hasta llegar a 125. En diciembre de 1991 empiezo a recibir 10 millones de piastras todos los meses, y as¨ª hasta mi cese. Santa Rita, Rita, lo que se da no se quita. ?Se sorprender¨ªa su graciosa majestad si le comunicara lo que me dijo Corcuera a prop¨®sito de Rafael Vera? Pues que de junio a diciembre de 1993 se hab¨ªan gastado 2.000 millones en fondos reservados, que ahora me quieren colgar a m¨ª y as¨ª ellos darse al piro y a presumir de honrados. Como dijo el cl¨¢sico, majestad, del rey abajo, ninguno; y espero justicia de vos, en gracia que espero merecer del recto proceder de su majestad, mediante esta instancia en la que estampo la antigua, leal, noble p¨®liza de tres pesetas.
Esta vez fue el delirio, bravos, bises, mientras Rold¨¢n se secaba el sudor de la frente y preguntaba con los ojos si hab¨ªa estado bien o no.
-Es que a veces se me traba la lengua, como el otro d¨ªa, que vino la tuna de Zaragoza y a cada punto y aparte me cantaba aquello de: "El vino que tiene Asunci¨®n ni es claro ni es tinto ni tiene color...". ?Satisfecho, caballero?
-?Podemos tener un parte?
Rold¨¢n interrog¨® con los ojos a los responsables del bazar. El mandam¨¢s extrem¨® su sonrisa y su obsequiosidad.
-Primero unas sedantes tazas de t¨¦ a la menta, caballero espa?ol y cristiano; luego unas compras, y finalmente...
Abri¨® las manos como si fueran palomas en vuelo.
-Don Luis Rold¨¢n ser¨¢ todo suyo.
El taxista quiso ir m¨¢s lejos.
-Es el mejor Rold¨¢n de todo Damasco.
Nunca lo hubiera dicho. El mandam¨¢s le abofete¨®.
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