Los espejismos del poder
Dec¨ªa Andy Warhol que en la actual sociedad de la informaci¨®n todos los ciudadanos tendr¨ªan la posibilidad de ser famosos al menos 15 minutos, democratizando as¨ª el acceso al Olimpo de los h¨¦roes , sabios o reyes. Quiz¨¢ ser¨ªa mejor que todos los ciudadanos tuvieran la oportunidad de sentarse al menos 15 minutos en alguno de los muchos puestos de poder y responsabilidad que existen, siquiera sea para comprobar los estrechos l¨ªmites en que se mueve la capacidad de decisi¨®n del mal llamado poder.El espejismo del poder, como algo duro y fuerte, situado all¨ª arriba y con capacidad de controlar y afectar casi todo en nuestras vidas, se mantiene y conserva a¨²n a pesar de conocer la creciente interrelaci¨®n de todos los asuntos humanos, el peso del poder econ¨®mico transnacional, del poder pol¨ªtico internacional o del poder militar de las grandes potencias. Y mientras la soberan¨ªa estatal se diluye hacia arriba y hacia abajo, atrapada en su propia l¨®gica de democratizaci¨®n interna y de internacionalizaci¨®n, los ciudadanos contin¨²an esperando y recelando de ¨¦l, al tiempo atemorizados y reverentes, obsequiosos y recelosos, ambivalentes ante el tab¨² de su fuerza. Ello reforzado en Espa?a por la tradici¨®n centralista (y, sobre todo, franquista), que dio origen a una cultura pol¨ªtica en la que la reacci¨®n espont¨¢nea de cualquier ciudadano ante cualquier problema no es "qu¨¦ puedo hacer", sino "que venga la autoridad y lo arregle". Y ya se sabe que la autoridad, la de verdad, reside siempre en Madrid.
Siempre he pensado que las personas act¨²an racionalmente a partir de los datos e informaciones de que disponen de modo que las conductas irracionales derivan de una incorrecta definici¨®n de la situaci¨®n o el problema. Pero creo tambi¨¦n que ese espejismo del poder deriva desde luego del modo de presentarse y aparecer ese poder. Cualquiera que se aproxime al Estado moderno -y es t¨ªpico de ¨¦ste que todos estamos pr¨®ximos a ¨¦l- se maravilla de su infinita presencia y ubicuidad. Nada m¨¢s ilustrativo que la lectura ingenua del Bolet¨ªn Oficial del Estado de cualquier pa¨ªs. Desde el tama?o de las ostras o las ca?er¨ªas a la forma de los paquetes postales, todo aparece reflejado como en un inmenso espejo de la naturaleza normativo. Ah¨ª se nos dice c¨®mo debe ser todo. Se regula minuciosamente hasta el modo de regular, de modo que hasta para obviar la burocracia se refuerza la burocracia. Todos, m¨¢s o menos, sabernos que ello es inevitable y forma parte de nuestro destino hist¨®rico, como lo eran las pestes en la Edad Media o las hambrunas en Oriente, algo pues que puede cambiarse, pero no f¨¢cilmente. En todo caso sabemos que el Estado (pero v¨¢yase usted a saber que es eso hoy) controla nuestras rentas a trav¨¦s de subvenciones, impuestos o intereses, el precio de lo que compramos o vendemos, nuestras expectativas de vida, nuestras diversiones y un casi infinito etc¨¦tera del que no podr¨ªa excluir la naturaleza pues tambi¨¦n los bosques, los montes, el agua o la fauna dependen de decisiones que se toman en comit¨¦s, consejos o direcciones.
Esta infinita presencia del Estado en todos los ¨®rdenes de la vida, cotidiana o no (pues tambi¨¦n est¨¢ en las cat¨¢strofes o en las desgracias, en la enfermedad y la muerte), hace razonable creer que s¨ª manda tanto ser¨¢ porque puede tanto. El ciudadano llega a confiar en la autoridad como en un padre que podr¨¢ ser iracundo o peligroso a veces pero que siempre acabar¨¢ sac¨¢ndonos de apuros, y as¨ª solicita de ¨¦l todo tipo de ayudas, permisos, licencias, subvenciones o primas Si la gente no acude al teatro porque no le gusta, es se?al de que el Estado debe subvencionar el teatro. Pero si acude al f¨²tbol porque le gusta, es se?al de que debe protegerse el f¨²tbol. Y as¨ª pide al tiempo acceso generalizado a la universidad y un puesto de trabajo para todos los titulados superiores, m¨¢s y mejores carreteras, educaci¨®n o sanidad y menos impuestos, m¨¢s gasto y menos administraci¨®n. Esto es bien sabido.
Pero quiz¨¢ lo menos sabido es que el espejismo del poder no s¨®lo fascina y enga?a al ciudadano, sino tambi¨¦n, y quiz¨¢ m¨¢s, al poderoso. De entrada, porque si los dem¨¢s creen en su poder, ¨¦l no podr¨¢ evitar acabar crey¨¦ndolo tambi¨¦n, al reflejarse en la imagen que de s¨ª le dan los dem¨¢s. Pues si se me trata con tanta deferencia, ser¨¢ porque la merezco. Y si al hablar yo todos callan, ser¨¢ porque sin duda merezco ser escuchado. De ah¨ª la imagen pat¨¦tica, pero usual, del pol¨ªtico excedente que intenta in¨²tilmente ocupar el primer lugar en una ceremonia o hacerse con el centro de la conversaci¨®n olvidando que la deferencia la merec¨ªa el cargo y no su persona. Pero lo mas curioso de ese espejismo es que en el juego de im¨¢genes, lo importante no es ya tener poder (?la verdad es que casi nadie lo tiene!) sino parecer que se tiene, pues quien convence a los dem¨¢s que tiene poder sin duda acabar¨¢ teni¨¦ndolo. Y por ello es estrategia usual de todo pol¨ªtico hacer creer a su interlocutor que la llave de tus problemas est¨¢ en sus manos, que dispone de toda la informaci¨®n y puede solucionar, no ya ese asunto, sino casi todos en un santiam¨¦n. Pues, como una bola de nieve que cae por la monta?a, nada otorga m¨¢s poder que la creencia de la gente en que alguien tiene poder. Tanto que, a la postre, sospecho que ¨¦se es casi todo el poder y por eso sus rituales, exhibiciones y pompas son su parte esencial. No en vano todo poderoso sabe que necesita antec¨¢maras, secretarias (mejor si pueden ser secretarios), coches, tel¨¦fonos celulares y toda la parafernalia. No porque, como suele creerse, as¨ª exhibe su poder, sino porque el poder es esa exhibici¨®n. Su forma es su fondo.
Y as¨ª, entre los poderosos que creen y hacen creer que lo son y los ciudadanos fascinados por esa imagen, que refuerza la primera, el espejismo se alimenta a s¨ª mismo.
Frente a ello quiz¨¢ sea oportuno se?alar los estrechos m¨¢rgenes en que se mueve la tarea de decisi¨®n pol¨ªtica. Dec¨ªa Marx que los humanos s¨®lo se plantean aquellos problemas que pueden solucionar. La frase admite muchas glosas. La primera es que los verdaderos problemas son aquellos que no podemos solucionar de ning¨²n modo, lo que es bastante verdad. La segunda es que los problemas que nos planteamos est¨¢n ya, casi siempre, solucionados de antemano, lo que es todav¨ªa m¨¢s cierto. El control de los electores y de los medios de comunicaci¨®n, los compromisos internacionales, formales u oficiosos, los recursos presupuestarios, las expectativas firmes de todos, son par¨¢metros de cualquier autoridad. El pol¨ªtico no inventa los problemas. Quiz¨¢ lo hac¨ªa en el pasado, pero hoy se los encuentra encima de la mesa ya calientes y precocinados. Los instrumentos de que dispone para solucionarlos est¨¢n tambi¨¦n dados y la l¨®gica de cualquier alternativa viable est¨¢ ya trazada. Por supuesto, hay ¨¢mbitos de discrecionalidad y, sobre todo, un estilo, un modo de hacer, una imagen que, ¨¦sa s¨ª, es peculiar, singular e intransferible. Pues incluso la discrecionalidad ser¨¢ analizada a posteriori, de modo que, a la postre, lo ¨²nico suyo, es el estilo. La forma de su poder.
Se dir¨¢ que todo ello se corresponde con la l¨®gica democr¨¢tica. Que el debate p¨²blico, la transparencia informativa y un relativamente alto grado de consenso pol¨ªtico reducen el margen de maniobra del poder. Sin duda es as¨ª. La democracia presupone y genera una difusi¨®n del poder a lo largo y ancho del cuerpo social. Que el poder se divida para que el poder controle al poder. Ese era el fundamento de la separaci¨®n de poderes.
Pero la democracia se acepta para lo bueno y para lo malo. Y lo malo, si se quiere adjetivar as¨ª, es que el poder es menos poderoso y la sociedad mucho m¨¢s, de modo que aqu¨¦l debe ser humilde para no confundirnos con su parafernalia creando expectativas falsas que luego no podr¨¢ atender, al tiempo que la sociedad debe ser m¨¢s autorresponsable. Y en definitiva, que los rituales del poder deben ser m¨¢s y m¨¢s aburridos para no enga?arnos.
es catedr¨¢tico de Sociolog¨ªa.
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