El desmoche
El reglamento taurino acepta que se arreglen los pitones para el vidrioso asunto del rejoneo. Pero una cosa es arreglar, o despuntar, y otra bien distinta cortarlos al cerc¨¦n, dejarlos en la mitad si no es en un cuarto, desmocharlos por las buenas, como ocurri¨® en este pr¨®logo de la feria bilba¨ªna y viene sucediendo all¨¢ donde los rejoneadores hacen sus galas. Se enteran los animalistas y los ecologistas de lo que les hacen a los toros en las mal llamadas corridas de rejones, y arman la de San Quint¨ªn.Muy enga?ado anda el mundo con las corridas de rejones. La mayor parte del p¨²blico que acude a estas algaradas se manifiesta partidario del rejoneo por contraposici¨®n con las denominadas con absoluta propiedad corridas de lidia ordinaria, en las que pican a los toros. Son gente buena, que no quiere ver sufrir al animal en los cruentos lances de la puya. Y, sin embargo, el espect¨¢culo del rejoneo que tanto les solaza, consiste en estarle clavando al toro cosas desde que aparece en la arena hasta que lo revienta un rejonazo ignominioso en la pura tripa. Y, adem¨¢s, los dos ¨²ltimos toros, m¨¢s desgraciados que sus hermanos de martirio, habr¨¢n de bregar acobardados sin capacidad de maniobra ni posibilidad alguna de defensa con dos rejoneadores y sus caballos, que los cabalgan, trotan, piafan, acorralan, tunden, dando despu¨¦s ostentosas muestras de bizarr¨ªa agitando al viento sus sombreros de ala ancha.
Mart¨ªnez / Cuatro rejoneadores
Toros exageradamente despuntados para rejoneo de Pablo Mart¨ªnez Elizondo.Javier Buend¨ªa: rej¨®n trasero ca¨ªdo (vuelta por su cuenta). Luis Domecq: cuatro pinchazos sin soltar, rej¨®n en el costillar, y dos escandalosamente bajos (silencio). Pablo Hermoso de Mendoza: pinchazo sin soltar, rej¨®n traser¨ªsimo, otro trasero bajo y rueda de peones (oreja). Antonio Domecq: pinchazo trasero, otro hondo atravesado trasero, pinchazo sin soltar y rej¨®n descaradamente bajo (ovaci¨®n y salida al tercio). Por colleras: Buend¨ªa con Hermoso, metisaca escandalosamente trasero y bajo (oreja). Luis y Antonio Domecq, rej¨®n atravesado, pinchazo, rej¨®n y, pie a tierra, dos descabellos (vuelta). Hermoso sali¨® a hombros. Plaza de Vista Alegre, 20 de agosto. 1?corrida de feria. Tres cuartos de entrada.
No es que tuviera mucho que ver con la fiesta de toros esto del rejoneo en otros tiempos, mas se guardaban las formas. A los rejoneadores aquellos ni se les habr¨ªa pasado por la imaginaci¨®n la posibilidad de hacer los quiebros y las diabluras ecuestres de que son capaces ¨¦stos del rejoneo contempor¨¢neo, es cierto, pero actuaban con m¨¢s se?orio -es decir, sin tanto triunfalismo y prepotencia-, procuraban clavar los hierros arriba, y si les quedaban abajo, escond¨ªan bajo el ala ancha el bochorno.
Ahora, en cambio, prendida la banderilla junto a un brazuelo o hundido el rej¨®n en el costillar, se sacan el barbuquejo con celeridad propia de prestidigitadores, agarran el ala ancha y la emprenden a sombrerazos, como si acabaran de consumar la recreaci¨®n de la tauromaquia.
Y el p¨²blico aplaude -?claro que aplaude!- pues est¨¢ convencido de que eso es arte y amor a los animales, no lo que hacen en las bien descritas corridas de lidia ordinaria donde va un individuo tocado de castore?o y le pega dos puyazos al toro. Lo aplaude todo el p¨²blico de las corridas de rejones, naturalmente, as¨ª caiga la banderilla en la tripa o en lo alto, as¨ª el rejoneador tire el hierro en franca hu¨ªda o haciendo la reuni¨®n a la altura del estribo.
M¨¢s hubo de las primeras opciones que de las segundas en la rejoneada de autos. Buend¨ªa -que sac¨® la garrocha y no se luci¨® con ella-, los Domecq, tambi¨¦n Pablo Hermoso de Mendoza, sol¨ªan clavar las armas por los costados de los indefensos animales. Hermoso, no obstante, ejecut¨® con primor las suertes de banderillas, en las que citaba corto y al pit¨®n contrario, reun¨ªa al estribo, clavaba vertical, vaciaba templado y seguro. Destac¨® su buen toreo, si bien pudo apreciarse que las banderillas ten¨ªan una longitud desmesurada -parec¨ªan la garrocha de Buend¨ªa- y una vez clavadas convert¨ªan al toro en una especie de drakar vikingo, con aquellos enormes remos emergi¨¦ndole de los flancos.
Finalmente y seg¨²n estaba previsto, los rejoneadores se constituyeron en colleras, les dieron martirio chino a sus respectivos toros, saludaron varias docenas de veces sombrero en mano, el p¨²blico les ovacion¨® calurosamente, y m¨¢s de un buen aficionado -de los pocos que a¨²n quedan en Bilbao- se preguntaba si soportando en silencio tanto desmoche y atropello, no estar¨ªa siendo c¨®mplice de esa verg¨¹enza nacional.
Babelia
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