Un fracaso honorable
Hitchcock y Orson WeIles muestran las dos caras del ¨¦xito en el cine
Uno de los libros m¨¢s bellos y m¨¢s tristes que se pueden leer es la conversaci¨®n entre Peter Bogdanovich y Orson Welles que ha aparecido hace poco en Grijalbo con el t¨ªtulo Ciudadano Welles. Al aficionado al cine este di¨¢logo entre la admiraci¨®n afectuosa y la desenga?ada maestr¨ªa le trae el recuerdo otro libro que muchos tuvimos de cabecera durante a?os, El cine seg¨²n Hitchcock, de Fran?ois Truffaut, que le¨ªamos y rele¨ªamos como si volvi¨¦ramos a pasar una cinta en la que sonaba la misma voz que hab¨ªa escuchado Truffaut, con la misma devoci¨®n algo fan¨¢tica que ¨¦l manifestaba. De entonces a ahora se le ha ido enfriando a uno su entusiasmo incondicional por Hitchcock, y a Fran?ois Truffaut parece que lo ha desdibujado r¨¢pidamente el tiempo, m¨¢s o menos como a casi todo el cine franc¨¦s de su ¨¦poca, con la excepci¨®n contumaz de Eric Rohiner, cuyas pel¨ªculas de lentitud vegetal y argumentos bot¨¢nicos todav¨ªa perduran l¨¢nguidamente por las catacumbas de las salas m¨¢s exiguas y cultas.A Welles y a Hitchcok se les asigna enseguida el rasgo id¨¦ntico de la genialidad. La cin¨¦filia, que naci¨® en los cineclubs eclesi¨¢sticos, conserva de ellos cierta tendencia a las canonizaciones y al dogma, y entre las obras maestras de precepto figuran siempre, como m¨ªnimo, Ciudadano Kane y Picosis. Pero esa canonizaci¨®n cultural de los dos directores oculta una diferencia radical entre ellos: siendo dos talentos singulares del cine, Hitchcock fue un talento triunfal, y Welles un talento fracasado.
Hitchcock produc¨ªa sus pel¨ªculas y calculaba los, gastos y los ingresos con la misma astucia con que predec¨ªa el efecto de una cierta escena sobre el estado de ¨¢nimo del espectador: el celebrado mago del supense era tambi¨¦n un contable de las emociones y las incertidumbres, y ¨¦l mismo le dijo a Truffaut que en Psicosis hab¨ªa manejado los resortes emocionales del p¨²blico exactamente igual que si tocara las teclas de un ¨®rgano. Las conversaciones se entrecruzan en la doble lectura, y otras palabras de Welles acuden al recuerdo: "Hay cierto c¨¢lculo fr¨ªo en la obra de Hitchcock que me aleja de ella".
A los halagos fervientes y algo embarazosos de Truffaut Hitchcock responde con una suficiencia antip¨¢tica en la que hay tanta vanidad de artista como soberbia prudente de hombre de negocios. "Aqu¨ª llega ese gordo queriendo salir de su limusina" dijo una vez de ¨¦l Raymond Chandler, vi¨¦ndolo aparecer con pompa cardenalicia y jadeos apo¨¦ticos en una cera de Hollwood. Orson elles agradece a admiraci¨®n de Peter Bogdanovich, pero no parece que en el fondo la crea justificada, porque es un hombre que vive su vejez agobiado y gastado por la evidencia norteamericana del fracaso. Que lo veneren algunos intelectuales europeos, que se escriban tesis doctorales sobre las innovaciones t¨¦cnicas que trajo al cine, son hechos que despiertan en ¨¦l algo de gratitud y mucha indiferencia. No comete la hipocres¨ªa de declarar que no le importa aquello que no obtuvo, como esos literatos que reprueban con asco una popularidad que jam¨¢s corrieron el menor peligro de sufrir. Orson Welles, Dios y h¨¦roe de las filmotecas y de las historias del cine, jud¨ªo errante en un destierro europeo que lo llev¨® a rodar en Chinch¨®n una historia orientada en Macao y a ganarse el sustento apareciendo en pel¨ªculas nauseabundas y en anuncios de televisi¨®n, se pas¨® la vida deseando un destino semejante al de Hitchcock, un ¨¦xito comercial indudable, a la altura de la codicia babil¨®nica de los magnates de Hollywood, que al cabo de dos o tres fracasos de taquilla lo proscribieron de los estudios como a un enfermo infeccioso.
Welles nunca lleg¨® a descubrir qu¨¦ era lo que le gustaba al p¨²blico: Hitchcock lo adivinaba tan acertadamente como las reacciones de susto ante la irrupci¨®n de un cuchillo o de un acorde brusco de instrumentos de cuerda, pero adem¨¢s pose¨ªa, junto a la capacidad de seducci¨®n de masas, el talento suplementario de sus sutilezas t¨¦cnicas a los exquisitos. Truffaut lo interroga incansablemente sobre la composici¨®n de cierto plano, sobre la trayectoria de. la c¨¢mara en una secuencia de ca¨ªda por una escalera, sobre los trucos de las transparencias en una, escena de naufragio. Truffaut convert¨ªa a Hitchcock en una especie de brujo, y a todos nosotros, al leer su libro, se nos contagiaba la sacralidad de la figura del director de cine, la reverencia ante el genio.Orson Welles en sus confesiones a Bogdanovich, suministra valiosos ant¨ªdotos contra aquel misticismo, contra toda aquella impostura del cine de autor, que tanto da?o irreparable hizo al cine. Cuando parece que el arte, lo mismo el de las pel¨ªculas que el de las novelas y los cuadros, no va siendo otra cosa que una coartada para la codicia o la vanidad del que lo practic¨¢, Ors¨®n Welles, que tantas veces encarn¨® el retrato desaforado de la megalo- man¨ªa, responde a los elogios de su disc¨ªpulo Con una lecci¨®n admirable de sentido com¨²n y modestia: "El director de cine debe seguir siendo siempre una figura ambigua, entre otras cosas porque mucho de lo que firma con su nombre procede de otra parte, porque muchas de sus mejores cosas son meramente accidentes que preside. O son un don de la buena suerte. 0 de la gracia..."
He observado que los artistas mediocres o falsificadores tienden a hacer exhibiciones de t¨¦cnica y a explicar las dificultades y los sufrimientos de su oficio, todo lo cual despierta la adoraci¨®n infalible de los especialistas; a los escritores, a los pintores o a los directores de cine verdaderamente grandes se les reconoce, entre otras cosas por un aire de calma y una sugerenc¨ªa de naturalidad, como de hacer las cosas por gusto y sin demasiado sacrificio. En una entrevista reciente dijo Juan Mars¨¦ que para escribir novelas lo ¨²nico que hace falta es tener una buena historia y ganas de contarla. Viejo y venerado, al final de su vida, agobiado simult¨¢neamente por el remordimiento de la falta de ¨¦xito y por la idolatr¨ªa de quienes ¨¦l llamaba con desd¨¦n los cazadores de s¨ªmbolos, Orson Welles le resumi¨® en una l¨ªnea a Peter Bogdanovich lo que pensaba sobre las prestigiosas oscuridades t¨¦cnicas del cine: -La mec¨¢nica de hacer un film se le puede ense?ar a cualquier persona inteligente en un fin de semana.
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