Carlota Fainberg
Termin¨® su Diet Pepsi y se ofreci¨® enseguida a ir por otras dos. (Del ficticio oak bar nos hab¨ªan desalojado una hora antes, en virtud de una de esas normativas minuciosas y del todo arbitrarias que aplica el estado de Pennsylvania al consumo de alcohol). Yo quise darle los dos quarters correspondientes a mi bebida, pero ¨¦l, con un espa?olismo que visto a distancia ya me parece algo disgusting, se empe?¨® en invitarme por segunda vez. Mientras se alejaba hacia el mostrador de soft drinks yo aprovech¨¦ para mirar su nombre en la tarjeta que me hab¨ªa dado: Marcelo M. Abengoa, Strategical Advisor, Worldwide Resorts. Llega a extremos enternecedores la fascinaci¨®n de los empresarios y ejecutivos espa?oles por el idioma ingl¨¦s, habida cuenta adem¨¢s de que la mayor parte de ellos manifiestan una incapacidad cong¨¦nita para hablarlo con un m¨ªnimo decoro, con un acento que no resulte bochornoso escuchar.El del se?or Abengoa era, desde luego, absolutamente helpless, pero ¨¦l compensaba esa deficiencia con una desenvoltura envidiable, pues contra todo pron¨®stico se hac¨ªa entender, y no s¨®lo en un bar o en un counter de venta de billetes, sino incluso, seg¨²n me contaba, en dif¨ªciles reuniones de negocios, lo mismo en Europa que en los Estados Unidos. "Los espa?oles estamos comi¨¦ndonos el mundo y no nos damos cuenta", me dijo, "siempre con nuestro complejo de inferioridad, pidiendo perd¨®n por donde vamos, en vez de cerrar con doble llave el sepulcro de don Quijote".
Casi me conmovi¨® aquel nuevo ejercicio de intertextualidad involuntaria, aquella mezcla de noventaochismo y de freudian slip, aquel ejemplo magn¨ªfico de lo que Umberto Eco, durante la lectura memorable que nos dio en el Humbert Hall, llam¨® la fertilit¨¢ dell'errore. Mi compatriota Abengoa hab¨ªa empezado poco a poco a interesarme, pero no por sus devaneos sexuales, sino por los textuales, y por el modo en que yo, como un lector, pod¨ªa deconstruir su discurso no desde la autoridad que ¨¦l le imprim¨ªa (en castellano no existen matices para la ambig¨¹edad entre authorship y authority) sino desde mis propias estrategias interpretativas, determinadas a su vez por el hic et nunc de nuestro encuentro, y -para decirlo descarnadamente- por mis intereses. No existe narraci¨®n inocente, ni lectura inocente, as¨ª que el texto es a la vez la batalla y el bot¨ªn, o, para usar la equivalencia sugerida por Daniella Marshall Norris, todo semantic field es un battlefield.
A¨²n careciendo de formaci¨®n ling¨¹¨ªstica, Abengoa se daba cuenta de que toda lectura es, como m¨ªnimo, una segunda o tercera lectura, y de que el signo verbal no es menos arbitrario o simb¨®lico que una incisi¨®n paleol¨ªtica en el comillo de un mamut. Me explic¨® que Worldwide Resorts, la empresa para la que trabajaba, era en realidad una compa?¨ªa espa?ola cuyas oficinas centrales estaban y est¨¢n en Alicante, lo cual no es obst¨¢culo para que posea una nutrida y competitiva red de hoteles de alto standing en dos continentes. En cuanto a la denominaci¨®n enigm¨¢tica de su cargo dentro de la compa?¨ªa, strategical advisor, Abengoa me la aclar¨® apelando a una nueva encrucijada textual: "Yo soy el buscador de los tesoros sepultados, como si dij¨¦ramos".
La compa?¨ªa, en la ¨²ltima d¨¦cada, hab¨ªa llevado a cabo una expansi¨®n s¨®lida y gradual fuera de Espa?a, seleccionando hoteles m¨¢s o menos en crisis, anticuados o mal gestionados, adquiri¨¦ndolos con toda clase de precauciones financieras y aplic¨¢ndoles inmediatamente planes rigurosos de. rehabilitaci¨®n y viabilidad. En ocasiones, si el mercado urban¨ªstico lo aconsejaba, la compa?¨ªa traspasaba el hotel a un holding m¨¢s grande o lo subdivid¨ªa en peque?os apartamentos que vend¨ªa luego con un sustancioso margen de beneficio. En todo esto, la strategical advisory de Carlos M. Abengoa consist¨ªa en una tarea a medias de espionaje y de an¨¢lisis financiero, de exploraci¨®n aventurera y contabilidad. Era ¨¦l quien viajaba por las principales capitales de Europa y Am¨¦rica buscando hoteles que se ajustaran a los intereses de Worldwide Resorts, o estudiando otros cuyos propietarios los hubieran puesto ya en venta, pero que no habr¨ªa aceptado con facilidad la inspecci¨®n exhaustiva de un posible comprador demasiado reticente.
-Y as¨ª me paso la vida -me hab¨ªa dicho cuando nos sentamos delante del muro de cristal contra el que golpeaban insonorizadamente las rachas del blizzard-. De hotel en hotel, como si dij¨¦ramos, de ciudad en ciudad.
Llegaba a una ciudad y desde el instante en que el taxi se deten¨ªa a la puerta del hotel ya estaba observ¨¢ndolo todo, especialmente aquello que un viajero no adiestrado nunca percibir¨ªa, los signos, en definitiva, los onion layers del significado, t¨¦rmino ¨¦ste que a m¨ª me da un poco de reparo traducir por las capas de cebolla, los m¨¢s obvios y los casi invisibles, el grado de conservaci¨®n del edificio y la limpieza de los pu?os del botones que le sub¨ªa la maleta a la habitaci¨®n, la topograf¨ªa de los alrededores y el olor y el ruido del aire al salir de los grifos. Con cualquier pretexto o sin ser visto se colaba en todas las dependencias, probaba todos los servicios, se instalaba durante horas en un sill¨®n del vest¨ªbulo con un peri¨®dico abierto y estudiaba el tipo de clientes que recib¨ªa el hotel y el grado d¨¦ correcci¨®n o de kindness con que eran tratados. Tardaba un par de semanas en considerar que pose¨ªa toda la informaci¨®n necesaria para un dictamen certero, si bien esa nada espa?ola afici¨®n por la accuracy que descubr¨ª en ¨¦l se equilibraba, seg¨²n me cont¨® no sin vanidad, con un olfato profesional instant¨¢neo, comparable al del en¨®logo que s¨®lo a trav¨¦s del aroma o el color de un vino ya predice sin vacilaci¨®n su calidad, o al del cr¨ªtico impresionista de la vieja escuela que determinaba la belleza -entre comillas, desde luego- de un texto, o su valor -comillas otra vez- literario nada m¨¢s que leyendo al azar unas pocas frases.
Abengoa pose¨ªa una licenciatura en Econ¨®micas y diversos m¨¢sters en hosteler¨ªa y gesti¨®n por la universidad de Deusto, y era capaz de leer balances e informes financieros que para m¨ª sin duda habr¨ªan sido m¨¢s incomprensibles como los escritos te¨®ricos de Jos¨¦ Lezama Lima, por poner un ejemplo que espero no sea interpretado como antilatinoamericano: pero para saber si un hotel estaba hundido para siempre o si ten¨ªa alg¨²n porvenir le bastaba entrar en el vest¨ªbulo y oler el aire durante los primeros segundos, o mirar el color y el grado de desgaste de la moqueta, o el estado de las u?as o de los lacrimales de un recepcionista.
-As¨ª que en cuanto empuj¨¦ la puerta giratoria del Town Hall de Buenos Aires y respir¨¦ en el vest¨ªbulo comprend¨ª que aquel sitio estaba completamente acabado, hundido, en el fondo, encallado, igual que un transatl¨¢ntico, como si dij¨¦ramos, tipo Titanic, y hasta me entraron ganas de dar media vuelta y largarme de all¨ª en el mismo taxi en el que hab¨ªa llegado, porque tambi¨¦n me di cuenta por el olor y por los uniformes grises de los empleados de que a aquella ruina ya no habr¨ªa modo de ponerla a flote, aunque ocupaba una manzana entera en el mismo centro de Buenos Aires, a tres pasos de la plaza de Mayo. Imag¨ªnate lo que valdr¨ªa el solar, incluso en esos tiempos, te hablo del 89, cuando la hiperinflaci¨®n, que por cuatro d¨®lares pod¨ªa uno comer como un pr¨ªncipe en el mejor restaurante de la ciudad o llevarse al hotel a una periquita de lujo... Los aviones de vuelta volaban a Madrid con todas las se?oras forradas en abrigos de pieles. Hab¨ªa informes de que el propietario del Town Hall estaba ahogado financieramente y lo pondr¨ªa en venta muy pronto, de manera que tom¨¦ un avi¨®n y me plant¨¦ en Buenos Aires, me baj¨¦ del taxi, le pagu¨¦ al taxista con un pu?ado de esos billetes que ten¨ªan entonces, los australes, entr¨¦ en el hall y pens¨¦ nada m¨¢s llenarme los pulmones de aire: "este sitio es una ruina y lo seguir¨¢ siendo para quien lo compre, por muy barato que le salga".
Era un edificio enorme, me dijo extendiendo los brazos con una gesticulaci¨®n a la que yo ya no estoy acostumbrado, de quince pisos en su cuerpo central, pero dotado de torreones de diversas alturas, como los rascacielos antiguos de Nueva York, a los que se parec¨ªa mucho en su arquitectura y en su colosalismo. Hab¨ªa sido muy moderno cincuenta o sesenta a?os atr¨¢s: cuando Abengoa entr¨® en ¨¦l ya era como un museo arqueol¨®gico de la hosteler¨ªa del siglo XX, con vigilantes de uniforme gris que hicieran de recepcionistas, de camareros y botones, incluso de ascensoristas, porque el hotel Town Hall era uno de los pocos hoteles del mundo que a¨²n no hab¨ªan abolido los ascensores manuales. Un muchacho dotado de un gorro cil¨ªndrico con barbuquejo y de una paciencia de otro siglo atend¨ªa a los timbrazos que sonaban en cada piso y manejaba mirando al vac¨ªo palancas con mangos de cobre dorado y puertas met¨¢licas plegables que daban al viajero acostumbrado a los ascensores autom¨¢ticos una extraordinaria sensaci¨®n de fragilidad.
Su mujer iba a reunirse con ¨¦l unos d¨ªas m¨¢s tarde: Abengoa pens¨® que el hotel le gustar¨ªa. A las mujeres, me dijo, les gusta ir a sitios que parezcan de ¨¦poca, les hacen sentirse rom¨¢nticas: "Si de algo entiendo yo, Juan Luis, es de hoteles y de mujeres".
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