Barcelona: las Ramblas
La inteligencia puede morir si la fuerza que la aplasta es suficiente...".Nos encanta pisar tierra catalana; y no digamos las Ramblas, las de siempre, las que maravillan a propios y extra?os desde la plaza de Catalu?a a la de la Paz, presidida por el imponente monumento a Col¨®n. Aqu¨ª muchas veces nos sentimos extranjeros porque escuchamos el catal¨¢n, que no entendemos, y otros muchos idiomas; y el todo es una suerte de murmullo que nos acaricia. Somos m¨¢s libres. Y no debemos errar con exceso, porque la biblia del alma extranjera que es El extranjero, de Albert Camus, hace tres semanas nos enteramos que ya desbordaba los siete millones de ejemplares vendidos en el mundo. Y su carrera sigue imparable. El primer quiosquero de las Ramblas despacha a mil al segundo; se escurre la tarde y ya no le queda ni un diario catal¨¢n, salvo el Avui.
Ahora reparamos en las sillas, blancas, enfiladas a un lado y al otro del primer tramo del paseo central de Las Ramblas; nos sentamos ' se presenta en cosa de segundos Antonio, el cobrador: "50 pesos caballero", dice, bromista, y aclara, 50 pesetas; y como le preguntamos dice que las sillas son de una empresa privada que paga impuestos por comercializar este espacio. Justo delante hay un limpiabotas que lustra las botazas negras de un muchacho joven vestido con camiseta negra y pantal¨®n negro.
A un lado y al otro puede haber 350 personas sentadas; a nuestra derecha hay una se?ora; se la ve cansada, ha depositado una bolsa de pl¨¢stico en el suelo y nos mira curiosa; descansa en las sillas blancas m¨¢s gente mayor, pero hay j¨®venes y gente madura. Y luego los paseantes: es una fauna de lujo, catalana y multinacional; cada cual a su manera arrastra el veraneo: se nota en sus pantalones cortos, bermudas, mochilas, vestidos estrafalarios, sudores, expresiones ansiosas... Han pasado 10 minutos y contin¨²a con su brega el limpiabotas, que usa gafas de vista cansada; ahora le da al cepillo y al tiempo conversa con el pollo de negro uniformado; ahora le da a la bayeta, nos quedamos ensimismados... Acab¨® el limpiabotas. Una decisi¨®n repentina nos brutaliz¨® casi: limpiar nosotros los zapatos negros; nos sentamos en la silla de tijera de color marr¨®n claro; es peruano y tiene 58 a?os; nos dice que hay que poner los zapatos encima del caj¨®n lustracalzado; con el cuaderno encima de las rodillas escribimos. El hombre interroga: "?Es usted escritor?". Le contestamos: "Si es escritor quien garabatea, s¨ª". "Qu¨¦ honor para m¨ª; mire le voy a dar la crema y mientras se airea un poco, que es cosa buena, le regalo un poema m¨ªo". Ya dio la crema y alcanza una bolsa y saca un folio escrito a m¨¢quina, nos lo dedica y ya es nuestro. ?Desgracia! Hemos perdido las gafas de vista cansada. Le pedimos prestadas las suyas y ojeamos el poema. Ya lustra, ahora que la crema se ha aireado; con el cepillo primero mientras recapacita: "Yo que estaba tan triste esta tarde..., Dios est¨¢ conmigo". ?Por qu¨¦ estaba triste?: "Porque como es verano se lleva mucha sandalia y no hay trabajo". El hombre vive aqu¨ª, tiene ocho hijos y esposa en Per¨²; lleg¨® a Barcelona en 1991 desde Israel donde trabajaba; pero a causa de la guerra del Golfo abandon¨® aquellas tierras. Trabaj¨® en la construcci¨®n, en la limpieza callejera, y ahora es lustrador de calzado; labora desde las 15.00 a las 22.00 horas y para salvar el d¨ªa tiene que limpiar cuatro o cinco pares de zapatos. Ya est¨¢ limpio nuestro calzado. Ha sido imposible pagarle. Por fin nos consol¨®: "Lo que ser¨ªa un honor para m¨ª es que tom¨¢ramos una cerveza". A toda costa quiso pagar, pero le ganamos esta batalla. El retorn¨® a su labor y nosotros salimos de estampida hasta encontrar una farmacia, donde compramos unas gafas y le¨ªmos el poema que nos dedic¨® V¨ªctor-Ram¨®n N¨²?ez Lafor¨¦: "Dejando el espejo de las formas solas,/ resaltemos juntos el contenido de la vida...".
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