Morir durmiendo
El jueves 18 de agosto de 1994, El¨ªas Canetti muri¨® en su domicilio de Z¨²rich. Entreveo la noticia en el telediario. Veo sus fotos y, por primera vez, la expresi¨®n de su rostro en movimiento, sus ojos claros de una perpetua sinceridad. Naci¨® en 1905 en Bulgaria; muere, palabra maldita para un luchador contra la muerte, a la edad longeva de 89 a?os.Aquellos que le conocieron le describen como alguien cort¨¦s y afable, al que la notoriedad agobiaba, y que, como ense?a en su escritura, intentaba esconderse de las trampas y astucias de la fama, del poder.
Un testigo del alboroto y crueldad de este siglo, autor de una novela cruel y un ensayo tan ambicioso como el universo, ha entregado el testigo como vivi¨®, en silencio, sin homenajes de Estado ni p¨²blicos duelos. En su ¨²ltimo gesto tambi¨¦n nos ense?a algo: huir del poder y sus m¨¢scaras, el orgullo, la ambici¨®n, la fama.
El Canetti furibundo, novelista de una ¨²nica novela, fan¨¢tico, admirador de los animales, estudioso de los hombres de culturas tradicionales, con destellos tiernos cuidadosamente guardados entre las l¨ªneas de su obra, misterioso, paciente pastor de las palabras, siempre atento a que ninguna se perdiera, admirador sin l¨ªmite ni doblez, detractor apasionado y dolorosamente acerbo, aquel que fue mil para no ser Canetti, siempre cambiando, nunca huyendo, ha sido alcanzado por la flecha, el emplazamiento se ha cumplido. El¨ªas, terminaron sus metamorfosis, pero podemos seguir las nuestras. Gracias.
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