Cultura de la paz
La mayor parte de la sociedad civil vasca est¨¢ contra de ETA, y muchos lo manifiestan cotidianamente trabajando por la paz. Pero las causas que explican la supervivencia de ETA siguen estando en la sociedad vasca.Al margen de los que siguen intentando rentabilizar pol¨ªticamente la violencia, el habitual espect¨¢culo de la muerte es asumido por buena parte de los ciudadanos vascos como elemento del paisaje. De ah¨ª la inhibici¨®n de tanta gente que piensa que la guerra no va con ellos, o que, sencillamente, tiene miedo: si todos los que se han movilizado en cualquiera de las grandes manifestaciones por la paz siguieran las convocatorias de las organizaciones pacifistas cada d¨ªa en que hay una muerte violenta relacionada con ETA, las cosas cambiar¨ªan.
Junto con el compromiso de muchos ciudadanos por acabar con la violencia, adem¨¢s de miedo y pasotismo hay cada vez m¨¢s, tambi¨¦n en la sociedad vasca, cansancio y rabia. Los ¨²ltimos atentados han llevado a una creciente actitud de indignaci¨®n y la reflexi¨®n sobre cu¨¢l ha de ser el modo de acabar con la violencia ha dejado paso a la falta de esperanza. La lucha antiterrorista exige el trabajo policial, pero no puede reducirse a ¨¦l. Tan importante como la investigaci¨®n policial es el debilitar a los terroristas, y ello precisa de una activa movilizaci¨®n ciudadana y un fortalecimiento de la cultura de la paz. De ello han sido conscientes todos los partidos democr¨¢ticos al menos desde la firma de los Pactos de Ajuria Enea, y en tal marco se plante¨® el reconocimiento de la posibilidad de reinserci¨®n de los presos que decidan abandonar la violencia.
Tambi¨¦n, lamentablemente, han sido conscientes algunos partidos de la trascendencia partidista del tema, sea buscando rentabilizar electoralmente la rabia de los tan l¨®gicamente airados, sea buscando el electorado del d¨ªa siguiente al del final de ETA, sea olvid¨¢ndose de los compromisos de Ajuria Enea cuando ha venido
El debate que sobre este tema se ha levantado en los ¨²ltimos meses ha sido tan exagerado, y ha estado tan marcado por consideraciones puramente partidistas que caigo en la tentaci¨®n de decir, de partida, una serie de obviedades: valga, para empezar, recordar que la Constituci¨®n se?ala que Ias penas privativas de libertad y las medidas de seguridad estar¨¢n orientadas hacia la reeducaci¨®n y reinserci¨®n social (art¨ªculo 25,20). Ello supone que el logro de estos objetivos habr¨ªa de tener efectos en la situaci¨®n de los condenados. Es claro, por otra parte, que la obtenci¨®n del tercer grado no supone el logro de la libertad, que la sentencia penal condenatoria es, tambi¨¦n, castigo impuesto y exigido por la sociedad, y que el Gobierno, a trav¨¦s de los mecanismos previstos en la ley, puede aprobar medidas individuales de gracia cuando entienda que existen razones que lo aconsejan. Tan obvio como lo anterior es la existencia, en todo este proceso, de aspectos que repugnan, particularmente esa impresi¨®n que los reclusos de ETA pueden salir de la c¨¢rcel con s¨®lo decir que la "lucha armada" ya no es tan necesaria como antes.
Es conveniente la reinserci¨®n de terroristas, como lo es la de cualquier penado. Sin embargo, la exigencia de reinserci¨®n social ha de comenzar siendo pol¨ªtica de reinserci¨®n de las v¨ªctimas o de sus familiares: es preciso que la sociedad manifieste que se alinea con quien padece esa violencia injusta. Y esto vuelve a ser, sobre todo, problema espec¨ªfico de la sociedad vasca, donde hay v¨ªctimas que tienen que justificarse, y donde hay muertos m¨¢s nuestros que otros y familias de v¨ªctimas m¨¢s desamparadas socialmente que otras.
No es f¨¢cil definir cu¨¢ndo un condenado puede considerarse reinsertado en la sociedad. Habr¨¢ de ser la ley quien establezca los mecanismos a trav¨¦s de los cuales las autoridades penitenciarias, jueces y Gobierno intervengan, y posiblemente fuera bueno que los jueces tuvieran que decir algo m¨¢s de lo que ahora dicen. Adem¨¢s, la reinserci¨®n debiera de incluir algo m¨¢s que la garant¨ªa de que no se va a volver a delinquir: las v¨ªctimas, sus familiares y el conjunto de la' sociedad se merecen que quien ha ejercido la violencia les pida perd¨®n por haberles violentado. No hay que obligar a nadie a pasar por las horcas caudinas: se trata de recuperar una convivencia c¨ªvica basada en el respeto de los derechos. humanos para todos.
El mensaje final de este debate ha de seguir siendo el de Ajuria Enea. Es requisito imprescindible el acuerdo entre los partidos en la determinaci¨®n de los medios a seguir para aislar a los violentos y movilizar a la sociedad para conseguir una convivencia democr¨¢tica y en paz; y la reinserci¨®n ha demostrado ser uno de los mecanismos oportunos para conseguirlo.
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