Los generales organizan manifestaciones mientras negocian con el ex presidente norteamericano
Centenares de manifestantes haitianos recibieron a la misi¨®n negociadora estadounidense encabezada por el ex presidente Jimmy Carter en el aeropuerto de Puerto Pr¨ªncipe. Vestidos con camisetas en las que se le¨ªa "No a la invasi¨®n", le acompa?aron hasta el cuartel general del Ej¨¦rcito gritando consignas contrarias al destituido presidente Jean-Bertrand Aristide. La mayor¨ªa de ellos parec¨ªan sacados de los desfiles paramilitares que recorren estos d¨ªas las calles de la capital haitiana, pero otros s¨®lo hab¨ªan acudido a la llamada de las botellas de ron y los billetes que ofrec¨ªan los mandos militares.
Decenas de personas se alinearon a lo largo de las carreteras que unen el aeropuerto con el centro de Puerto Pr¨ªncipe exhibiendo pancartas y coreando consignas contra la invasi¨®n estadounidense y a favor de la junta militar. Los manifestantes, algunos de los cuales iban armados con pistolas, gritaban en ingl¨¦s: "Democracia s¨ª, Aristide no".Mientras la misi¨®n encabezada por Carter se reun¨ªa con la c¨²pula militar haitiana en el cuartel general del Ej¨¦rcito, los manifestantes siguieron dando gritos desde el exterior. Algunos de los concentrados pertenec¨ªan a las clases acomodadas haitianas, que temen perder sus privilegios con la vuelta al poder del presidente Aristide. Sin embargo, la mayor¨ªa se encuadraba mejor en las clases populares de la capital, las mismas que respaldaron la elecci¨®n del presidente democr¨¢tico.
"Son pobres y est¨¢n hambrientos, y como tienen bocas que alimentar son capaces de cualquier cosa", aseguraba ayer un diplom¨¢tico en Puerto Pr¨ªncipe. Muchos de los que votaron a Aristide est¨¢n dispuestos a manifestarse a favorde los militares si hay dinero o comida de por medio.
Pero los residentes de la capital no tienen demasiados motivos para mantener la calma: una modern¨ªsima armada extranjera navega por sus aguas territoriales, presta para entrar en acci¨®n, y todas las emisoras de radio locales repiten machaconamente el discurso de Bill Clinton en el que les amenaza con una acci¨®n militar inmediata.
En los barrios ricos, la gente se rasca el bolsillo y acapara alimentos; en los pobres, donde anidan los partidarios del depuesto Jean-Bertrand Aristide, se pone proa al monte, para buscar refugio y esperar acontecimientos. Hay miedo a los soldados propios.
La tensi¨®n y los nervios empiezan a cotizar alto en las calles de Puerto Pr¨ªncipe. El eco del discurso de Clinton corre de boca en boca. Los pocos ciudadanos con capacidad econ¨®mica palpan las tiendas de alimentaci¨®n en busca de comida perecedera para esquivar la crisis. Las tiendas visten galas para vender comida, agua o cualquier tipo de combustible. Los vendedores de gasolina aguada han vuelto a disfrutar del negocio: sus puestos son los m¨¢s concurridos.
Labores de camuflaje
La llegada del ex presidente Jimmy Carter ha sorprendido a muchos en plenas de labores de camuflaje. "Dicen que va a hablar de la salida de Raoul C¨¦dras", murmura, casi incr¨¦dula, Mireille Durocher Bertin, una abogaba haitiana que fue responsable de la oficina de Emile Jonaissant, el presidente-t¨ªtere impuesto por la junta. "Espero que ellos [el ex presidente Carter] aprovechen la oportunidad para escuchar y ver que las cosas no son blanco o negro".
A pesar del fren¨¦tico acaparamiento de alimentos, muchos de los clientes se comportan con una calma inusual. Parece como si no temieran al futuro. Al pasado ma?ana. "Si ¨¦l gran acontecimiento est¨¢ por llegar, creo que e s mejor que me prepare un poco", dice Celestine Desir, una ama de casa que compra en uno de los barrios de la clase media, la Villa Lamothe. "S¨ª, estoy asustada", admite sin rodeos, "?pero puedo hacer algo por evitarlo?".
En contraste, en las zonas m¨¢s pobres la gente no tiene qu¨¦ comprar. Combaten el ansia encaram¨¢ndose a autobuses abarrotados y a camiones en direcci¨®n al campo. "No quiero estar aqu¨ª cuando suceda", afirma uno mientras empuja a su mujer, dos hijos y una atiborrada, maleta marr¨®n en la parte trasera de una camioneta. "No sabemos qu¨¦ es lo que van a hacer los americanos y si vamos a tener la oportunidad de encontrar comida en alg¨²n sitio", a?ade.
Estos barrios pobres esconden un ronrroneo de satisfacci¨®n. All¨ª anidan los partidarios m¨¢s firmes de Aristide, el presidente democr¨¢ticamente elegido depuesto por C¨¦dras. Ellos son los que m¨¢s han sufrido la represi¨®n de un r¨¦gimen que no ha dudado en recurrir al terror para asentarse en el poder. En estos barrios se quiere la invasi¨®n con la boca prieta. Nadie se atreve a pedirla abiertamente. La historia lejana y la m¨¢s reciente les ha esculpido el pesimismo, en los ojos y la resignaci¨®n en el alma.
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