Tardes de 'cole'
Antes de que la televisi¨®n se apoderara de la mayor parte del tiempo libre de los ni?os y de los adultos, los alumnos de la escuela p¨²blica miraban con cierta envidia a los que estudiaban en los grandes centros de las ¨®rdenes religiosas.Los envidiaban porque los colegios de curas ten¨ªan excelentes instalaciones deportivas y salas de juegos perfectamente equipadas (mesas de pimp¨®n, billares, ?los m¨ªticos futbolines!, que entraron en algunos de esos colegios al mismo tiempo que en bares y tabernas) y elegantes salones de actos con pantallas de cine y escenarios tan grandes como los de las salas comerciales. Bien es verdad que en el, cine del cole se pasaban pel¨ªculas viejas y groseramente aliviadas de besos y de todo mensaje susceptible de perturbar la paz social y la doctrina nacionalcat¨®lica reinantes. La tijera inmisericorde del padre prefecto hac¨ªa innecesario all¨ª el ojo vigilante de la censura oficial.
De vez en cuando, en el sal¨®n de actos se representaban espect¨¢culos de teatro en los que el censor de besos sobraba porque los textos, fuera quien fuere su autor, hab¨ªan sido previamente adaptados para ser interpretados ¨²nicamente por actores de un solo sexo. Aquello era un crimen continuado de lesa cultura. No obstante, entre los actuales actores espa?oles m¨¢s maduros puede hallarse un buen pu?ado de antiguos alumnos de colegios religiosos que no tendr¨¢n inconveniente alguno en reconocer que el virus del teatro lo adquirieron de ese modo.
Por a?adidura, las familias de los alumnos del colegio privado religioso provocaban la mirada envidiosa de los padres de los ni?os de la escuela p¨²blica, porque sus v¨¢stagos no disfrutaban como aqu¨¦llos de la absoluta disponibilidad del tiempo del hermano portero y del de toda la comunidad religiosa.
As¨ª que el amiguete que iba a un colegio de religiosos fantasmeaba de lo lindo acerca de lo bien que se lo pasaba all¨ª en las horas no lectivas de los jueves por la tarde, tradicional jornada de libranza escolar en aquellos tiempos, y tambi¨¦n las tardes de los s¨¢bados y de los domingos.
Claro que, rec¨ªprocamente, el alumno de la escuela p¨²blica era envidiado por el de la privada. Entre otros motivos, porque aqu¨¦l no era obligado por su familia a exhibir p¨²blicamente la ignominia del pantal¨®n bombacho, pues pasaba del corto al largo sin soluci¨®n de continuidad. Mayormente era envidiado por la precoz libertad de que dispon¨ªa para todo: para hacer novillos, fumar, escabullirse en la oscuridad de los cines de sesi¨®n continua en plena jornada lectiva, y sobre todo porque, desde su m¨¢s tierna infancia, exhib¨ªa una insultante maestr¨ªa en el gesto adulto de escupir entre los dientes y al bies.
Despu¨¦s llegaron, casi simult¨¢neamente, la televisi¨®n, la democratizaci¨®n del autom¨®vil y el desplazamiento de los colegios privados desde el centro de la ciudad a los barrios residenciales de la periferia. Masiva migraci¨®n ¨¦sta, por cierto, algunas veces inevitable, pero otras muchas, fruto m¨¢s bien de la voracidad especulativa de ciertas ¨®rdenes eclesi¨¢sticas. Y lleg¨® tambi¨¦n, ?ay!, el descenso de las vocaciones religiosas. Y aunque la tradici¨®n de las competiciones deportivas escolares se mantiene en algunos de los colegios del casco urbano, en los otros, en los del dorado exilio, cuando cae la tarde y los autobuses se alejan con su chillona carga infantil, reina el mismo silencio que a esas horas se percibe en los austeros patios de las escuelas p¨²blicas.
Tal vez, si el ¨¦xito acompa?a a la iniciativa que el Ministerio de Educaci¨®n va a poner en marcha este curso abriendo las escuelas del Estado hasta las primeras horas de la noche, muchos chavales puedan empezar a presumir de las ventajas de asistir hoy a un colegio p¨²blico, al que cada tarde podr¨¢n ir a jugar al baloncesto, dibujar en el ordenador y aprender a tocar el bombardino o a cantar a coro.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.