?El orejerooo!
El presidente es el ¨²nico de los protagonistas de la fiesta cuya entrada no se anuncia con m¨²sica. He aqu¨ª un vac¨ªo que conviene llenar de alguna manera. No parecer¨ªa oportuno pegar un clarinazo- " ?Tarar¨ª¨ª¨ª, el presidente ya est¨¢ aqu¨ª¨ª¨ª!"-, ni atacar un pasodoble, pues visto lo verbeneros que son, acabar¨ªan marc¨¢ndoselo por el paleo. Hay una propuesta mejor: consiste en que se anuncien ellos mismos, voceando: "?El orejerooo!". Es una f¨®rmula de amplio espectro: por un lado alertan al respetable de su llegada y el que avisa no es traidor, por otro hacen una solemne declaraci¨®n de principios. ?El orejerooo! ?Se riegalan orejas! ?Orejas de toro y orejas de gato! ?A la rica oreja! ?Para el nene y la nena!" La f¨®rmula admite todas las variantes, en dependencia de la fantas¨ªa de. cada presidente y de su prodigalidad, que siempre es mucha. La ciencia taur¨®maca a¨²n no ha investigado por qu¨¦ los presidentes tienen tanto inter¨¦s en regalar orejas. Su pasi¨®n orejista s¨®lo es comparable con la del p¨²blico que, si no ve orejas, se, cree que no ha visto nada.
Arribas/ Cuatro rejoneadores
Toros despuntados para rejoneo de Antonio Arribas, mansotes, cumplieron. Luis Miguel Arranz: rej¨®n en lo alto (oreja). Joao Moura: rej¨®n trasero y . rueda d¨¦ peones (oreja). Luis Domecq: rej¨®n descaradamente trasero bajo (algunos pitos); Antonio Domecq: pinchazo hondo y rueda de peones (ovaci¨®n y saludos). Por colleras: Arranz-Moura: rej¨®n trasero y dos descabellos (dos orejas); salieron por la puerta grande. Luis y Antonio Domecq: pinchazo bajo, rueda de peones y rej¨®n bajo descordando (ovaci¨®n y saludos).Plaza de Las Ventas, 1 de octubre. 51 corrida de feria. Cerca del lleno.
El p¨²blico de las mal llamadas corridas de rejones es entre todos cuantos acuden a las plazas de toros el m¨¢s orejista y aplaudidor. Desde que el rejoneador aparece caballero de preciosa jaca saludando sombrero en mano hasta que despanzurra al toro, no para de aplaudir. Lo aplaude todo: los rejonazos, los caballazos, las banderillas -que se ponen y las que se tiran, las exhibiciones de alta escuela, los brindis, los cambios de montura, el tr¨¢nsito del toro, ya sea de rejonazo certero, -lo que sucede rara vez- ya sea de un revent¨®n. Y luego pide la oreja. Y el presidente se apresura a concederla.
Pueden ser dos. El presidente Marcelino Moronta (famoso en Colmenar, donde la afici¨®n a¨²n anda busc¨¢ndolo para darle recuerdos), concedi¨® cuatro y presumiblemente se qued¨® con las ganas de conceder ocho m¨¢s. Y la verdad es que no hubo para tanto. La que le regal¨® a Luis Miguel Arranz no tuvo petici¨®n mayoritaria del p¨²blico; la de Jo¨¢o Moura, ni siquiera fue precedida de petici¨®n perceptible; la que les regal¨® a ambos por partida doble s¨®lo habr¨ªan estado justificadas en caso de boda. Los rejoneadores, por su parte, no se anduvieron con chiquitas: al encontrarse con las dos orejas, las cortaron por. la mitad para mostrar dos cada uno en la vuelta al ruedo, y ya hac¨ªan cuatro. ?Un toro con cuatro orejas! ?Oh maravilla de la creaci¨®n!
Eso fue iras la primera collera, en la que Arranz y Moura estuvieron medidos, mientras en la segunda los hermanos Domecq se desmadraron volviendo loco al toro. Le entraban sin soluci¨®n de continuidad, y el pobre animal, acribillado a garapullazos, debi¨® creer que le atacaba una tribu comanche. Los hermanos Domecq estuvieron poco finos tanto en ese toro escarnecido y finalmente descordado, como en los que antes rejone¨® cada uno.
Arranz clav¨® en lo alto, inclu¨ªdos los rejones de muerte, lo cual constituy¨® jubilosa novedad. Y Moura rejone¨® en su turno con gran maestr¨ªa. Manso el toro, estuvo todo el tiempo encel¨¢ndolo y parec¨ªa como, si insuflara al caballo el temple de una muleta torera. La afici¨®n se sinti¨®' complacida con ese toreo bueno, y no tanto el p¨²blico orejista, que apenas pidi¨® la oreja. Pero ah¨ª estaba en funci¨®n subsidiaria el orejero mayor, que hizo as¨ª, y regal¨® la oreja, y si llegan a continuar flameado los pa?uelicos habr¨ªa regalado otra, y otra, y otra...
Babelia
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